Gaceta de Literatura IBERO Puebla

Gaceta de Literatura IBERO crónica • ensayo • cuento • poesía • fragmento • écfrasis • reseña • fotografía • ilustración • marginalia Primavera 2023/Núm.03 Ilustración: Carla Sánchez

Mario Ernesto Patrón Sánchez / Rector · Lilia María Vélez Iglesias / Directora General Académica · Ana Lidya Flores Marín / Directora del Departamento de Humanidades · Sebastián Pineda Buitrago / Coordinador de la Maestría en Literatura Aplicada · Diana Jaramillo Juárez / Coordinadora de Literatura y Filosofía · Tatiana Vázquez Niconoff / Formadora integral del Laboratorio Editorial Edición: Aina Canales Haces Cerviño · Mauricio Escobar Liceras · José María Sanchez Hernández · María de Lourdes Serrano Romero Diseño: Itzel Abril Frias Cruz · Ana Pérez Alarcón · Daniel Leon Romero · Agla Atenea Ramos Hernández Ilustración: Carla Sánchez · Fernanda Martínez · Romina Morales Mendoza · Andrea Renero Ramírez Los textos de esta gaceta son responsabilidad de los autores. Las opiniones no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Se editaron e imprimieron 100 ejemplares en el Laboratorio Editorial de la IBERO Puebla. Dudas, comentarios y futuras participaciones a: gaceta.literaria@iberopuebla.mx —Efraín Huerta (El amor) SE PARECE A LA LLUVIA LAVANDO VIEJOS ÁRBOLES RESUCITANDO PÁJAROS El grupo de interés Generador busca crear comunidad desde el diseño y la creatividad, estableciendo vínculos entre departamentos, estudiantes, egresados y docentes mediante proyectos que permitan difundir el talento emergente en su papel como agentes de cambio hacia la profesionalización de la disciplina. En este proyecto, la ilustración fue el ingrediente esencial para colaborar, recopilar, idear, asociar e interpretar un texto para significar una imagen, tener la oportunidad de soñar el sueño de alguien más. @toxicmiau @carlaconc rominamorales2 andrearenero @generadormx El tema de esta Gaceta de Literatura Ibero fue «El amor».

De niña estaba convencida que el amor era una constante tristeza para las mujeres. Ojalá pudiese decir que lo aprendí en las telenovelas (tan famosas en Colombia), pero fue precisamente en la cotidianidad donde sentí el dolor de mamá y las vecinas sobre sus desencantos maritales. Una y otra vez descubrían infidelidades por parte de sus maridos, se comparaban con mujeres más jóvenes y la rutina del «hogar» arrebataba sus épocas de baile, goce y placer. La situación no cambiaba mucho cuando debía acompañar a mi hermana con sus amigas: ellas, jóvenes entre los 14 y 16 años, dialogaban sobre los prospectos de novios soñados, muchos producidos en la música, los programas de televisión o las revistas famosas. Sin embargo, surgía en sus relatos el mandato de la «buena chica» valorada por su virginidad, el comportamiento «adecuado» en público y cierto grado de inteligencia sin opacar a los hombres. En todas ellas, las amigas de mi hermana, mi mamá y las vecinas, habitaban emociones políticas que las situaban, bien sea en el miedo al fracaso amoroso, la vergüenza por no sostener la «felicidad por siempre» o reafirmando la presencia de otras como enemigas del proyecto familiar. Me sentí abrumada por la idea de crecer y convertirme en «mujer». No quería un matrimonio y tampoco ser una «buena chica». Por el contrario, disfrutaba escuchar sigilosamente las historias de mi padre o los varones cercanos: ellos solían narrar experiencias basadas en placeres como viajes, fiestas, cenas o amores ocultos cargados de promesas, posteriormente superadas por una nueva «aventura». Estaba entonces ante dos mundos aparentemente lejanos: Uno traía consigo esquivar la naturalización del amor «doloroso»; mientras, el otro, subrayaba los modos en que varones son atrapados por la masculinidad hegemónica en una exigencia constante por negar sus fragilidades, relacionarse desde la cosificación de nosotras, convertidas en dadoras de cuidados y disponibles 24/7 para satisfacer sus necesidades. Con el tiempo las preguntas sobre y desde el amor fueron imposibles de ignorar, emergiendo en las palabras de bell hooks: «no sentirme preparada para amar ni ser amada en el presente» (2021, p. 10). Entonces tuve que hacerme cargo de cómo el amor lo reducía a una dimensión exclusivamente de pareja, heterosexual y, por supuesto, monogámica, sin posibilidad de ser expandido a otros vínculos, impregnado de plurales emociones más allá de la tristeza o el miedo, en apertura dulce con la soledad o encarnado en otros cuerpos no necesariamente masculinos. Yennifer Villa yennifer.villa@iberopuebla.mx

Es así como, entre escuchar a mamá, a la abuela, a la hermana y a las amigas travestis empecé a redescubrir el amor desde los feminismos, específicamente, negros y disidentes del género, las sexualidades y lo corporal, pues renunciar a encarnarlo era como rendirme ante un sistema de dominación que nos quiere dedicadas al «amor propio» o desgastadas en relaciones deserotizadas donde los hombres suelen ser amados y nosotras nos quedamos a la espera de esa experiencia. En otras palabras, asumí disputar el amor como potencia de transformación en lo personal (que no es individual) y colectivo. Susy Shock, literata travesti argentina, en su apuesta de estética colibrí, me llevó a la pregunta ¿De qué manera amar configura un lugar revolucionario frente a la mercantilización de los vínculos, el desprecio por el cuidado y sus límites restringidos a lo familiar? La pregunta anterior provocó descubrirme en la lengua de Audre Lorde, feminista negra lesbiana, quien hizo durante los años 70 un llamamiento radical a entretejer nuestros erotismos en ruptura con el «amor patriarcal» y, en su lugar, constituir, según ella, amares donde «lo erótico es un recurso dentro de cada una de nosotras que yace en un plano profundamente femenino y espiritual firmemente enraizado en el poder de nuestro sentir no expresado, no reconocido» (1978, p. 10). Lorde lentamente construyó un puente con el amor travesti del que nos habla Lohana Berkins (2019) cuando afirma «el amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo». Y por tanto, si el amor es uno de los tantos poderes encarnados en nosotrxs, apropiarlo es parte de la lucha cotidiana por transformar nuestras realidades. Así las cosas: hoy no puedo imaginar una revolución actual ausente de amorosidad y en diálogo con nuestras fragilidades y caos de sentimientos profundos. Como tampoco deseo un horizonte que no nos invite a tomar el desencanto, la desilusión amorosa, lo negado y el desprecio como la potencia misma para crear plurales vínculos y otras redes afectivas, que invoquen desviar la caricia y la dulzura a los lugares donde estas están ausentes y al tiempo nos interpele: ¿Qué hacemos con ese desencanto amoroso? ¿Cómo mutar dicho impulso del que nos habla Berkins y Lorde hacía proyectos políticos radicalmente sensibles? Hooks, B. (2021). Todo sobre el amor: Nuevas perspectivas. Paidós: España. Lorde, A. (1984). La hermana, extranjera: artículos y conferencias. Perú: Lesbianas Independientes Feministas Socialistas. Recuperado de: http://www.caladona.org/grups/uploads/2017/07/ audre-lorde-la-hermana-la-extranjera.pdf El grito del sur. (6 de febrero de 2019). «El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo». «El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo» (elgritodelsur.com.ar)

Adriel Caicedo Granados adriel.caicedo@iberopuebla.mx A la extranjera: Símbolos vástagos de ti son estas palabras diminutos espacios donde habitas y te recreas con tu acento remanencia de una alegría incompleta, de una figura extendida en el tiempo que mancha, ensucia y corrompe como la primera desnudez. Ojalá leyeras estas palabras, pero se perderán, así como se pierde esa última moneda guardada para el regreso a casa; como ese bolígrafo con el que tantas veces dibujé espacios y tiempos que me llevaran a tu nombre. No sé qué pliegues de colores se versarán en el secreto del abrazo entre las sábanas y tu piel, cómo serán las extrañas danzas de los alientos ante el escalofrío de tus párpados, o de quién serán las paredes inclinadas sobre tu cuerpo. Estoy ciego —esa es mi única certeza—, de tanto mirar con futuro al pasado; por haber hecho a tus manos carpinteras, Ciego, por hacer del subjuntivo un hado tiránico que me unta con su sed y desolla su sangre sobre mi cabeza, y aun así, lo llamo Dios. Alfarera de ilusiones, efímeros y diminutos éramos. Con cuánta indiferencia no nos miraban los astros. En delicados arrullos se conjugaron nuestras corrientes. Sin embargo, que hermoso y breve suspiro del instante fuimos.

Ilustración: Fernanda Martínez

Ami querido: Te extraño. Más de lo que podrías imaginar. Aún me pregunto si nos volveremos a ver. Si después de este mundo hay algún otro en el que nuevamente podré encontrarte. Si tal vez esta vida no será más que una prueba de aquella dulzura que me ha arrebatado, y que en ningún otro mundo seré capaz de hallar. Te extraño en cada hoja que el viento le arrebató al ciruelo que tanta paz te brindaba. Aquel al que, con la felicidad delatada en la curva de tu sonrisa, le cantabas todos los días. Te extraño en el aroma a coco con el que hundías tus dedos entre las hebras de mi cabello, con el que sin falta decidías peinarme cada mañana. Te extraño en la fresca brisa de la madrugada y en el cielo estrellado de la noche, en el olor a tierra tras las tardes de lluvia que tanto querías, siempre tan profundamente agradecido por la bondad del cielo, al regar con cariño tus plantas. Te extraño en el estruendo familiar de una ola de carcajadas, la viveza de tus ojos y de tu sonrisa, la curva sonriente de tus párpados cada vez que reías. Pero, sobre todo, el ritmo del palpitar de tu corazón, que nunca fallaba en chocar contra mis oídos cuando en un abrazo nos enrollabas. Dejar ir antes de ti era algo que no entendía, después de tu partida se convirtió en algo que no quería. Lloré. Me quebré negándome a aceptar que te habías ido, indispuesta a aceptar que tu tiempo conmigo había terminado en esta vida su ciclo. Sé que lo sabías; aún si estabas lejos, aquella noche que decidiste visitarme entre sueños pude finalmente entenderlo. Ahora vives en las estrellas que cuento en el cielo nocturno, en el sabor a ciruela que se expande en mi boca cada vez que decido comerla, en los colibríes que me visitan sin falta durante las tardes de eterno cansancio, entre las carcajadas que comparto con los seres que amo. Vives en mis recuerdos, que alguna vez fueron bañados en lágrimas y hoy rebosan en sonrisas. Vives porque vivo y así será hasta el día que comparta el cielo contigo. Te extraño. Michelle Alejandra Palma Carballo michelle.palma@iberopuebla.mx

Cargando su mal de amores a la catorce Poniente llegó el poeta una tarde a ver gavillas silvestres. En esa calle gloriosa donde estar quisiera siempre afloran lirios viandantes en cuanto el cielo oscurece. Viajeros y comerciantes vienen a quemar sus bienes, burócratas y políticos sus oficios desatienden. carteristas y asaltantes sus tantas fatigas beben, los estudiantes se ven muy mareados y en cierne, se alcoholizan ansiosos por dejar de ser donceles. Cuando amor pide mi cuerpo voy a la catorce Poniente, por pasiones de una tarde que enfrían cuando amanece. Esquivando sus miradas en la catorce Poniente por algunos cuántos pesos busco amor de sus mujeres. Sin necesidad de labia, joyas, promesas o pieles, sin peligro a enamorarte probarás las tibias mieles de florecillas silvestres de la catorce Poniente. A pocas cuadras del zócalo, deja que el tropel te lleve por todo cinco de mayo, pasando el Sanborns de Oriente, la Capilla del Rosario con su hato de penitentes, tras la calle de los dulces habrá una plaza emergente, continúa caminando y tuya será la suerte Alonso Rojas Cruz alonso.rojas@iberopuebla.mx Ilustración: Romin

de encontrar a media calle los lirios que palidecen en el vergel embriagante de la catorce Poniente. Una de sus florecillas me jala concupiscente por una calle aledaña a un hotelucho de muerte. Sus ojuelos son mercantes, besos de piropo ardiente, su piel es de almendra fría, su voz un cítrico hiriente, con toque áspero y sediento me desviste lentamente. ¿Cuál no será mi sorpresa cuando siento sobre el vientre una palpitación suave de una pitera incipiente? No sé si se me comprenda. ¡Claro que sí, usted me entiende! Me le aparto estupefacto, transmutado es el deleite, con atropello me visto maldiciendo el accidente y salgo al frío nocturno de la catorce Poniente para ver qué se pregona, quizá esta vez tenga suerte, pues tiene tantas sorpresas mi paraíso pedestre. La mejor calle del centro, oh, mi catorce Poniente, por algunos cuantos pesos dame amor de tus mujeres; sin necesidad de labia, joyas, promesas o pieles, sin peligro a enamorarme probaré las tibias mieles de florecillas silvestres de la catorce Poniente. na Morales Mendoza De nuevo Eros, que los miembros afloja, me sacude, una fiebra dulciamarga, imbatible. ―Safo de Lesbos

El amor. Uno de los conceptos universales más importantes de la humanidad. Leibniz estableció que amar es encontrar la felicidad propia en la felicidad de los demás; la madre Teresa de Calcuta decía que debíamos amar hasta que nos doliera; The Beatles inmortalizó la premisa «All you need is love». Estas tres perspectivas –filosófica, teológica y popular– demuestran que el amor está involucrado en la realidad humana, que su impacto es tal que se ha vuelto el centro de la vida y hasta posible razón de existir. El amor no tiene un único propósito o significado. Si se le pregunta a cada persona qué es amor, algunos responderán que es un sentimiento o una relación humana, y otros dirán que se rige bajo una cuestión social, ideológica, cultural y teológica. Esto demuestra que el amor es un concepto polisémico y en él no puede haber un absoluto porque cada respuesta es pensada, asimilada y sentida de forma distinta. Por esto, el amor se convierte en una interrogante universal: los seres humanos no pueden concretar qué es, cómo es y dónde está el amor en una actualidad. A pesar de la polisemia del amor y la gran incertidumbre que genera, se está seguro de que es la forma y la acción de la realidad humana, como también es un medio para que una persona trascienda y alcance aquello que se encuentra más allá de lo perceptible. La realización plena de la trascendencia se logra al estar en amor. No debe ser confundido con estar enamorado, pues este concepto se trata de un amor apasionado, que genera dependencia y es fácil de alcanzar. Estar en amor Karla M. Téllez karla.tellez@iberopuebla.mx

conlleva antecedentes, causas y condiciones, un nivel profundo de entrega total, la cual puede llevarnos a la ansiada experiencia de autotrascendencia. Cuando ya ha tomado lugar en una persona y permanece en ella, se convierte en el primer principio. Al estar en el amor transcurre todo: los deseos, temores, alegrías, tristezas, el discernimiento y las acciones. Asimismo, puede ser de diferentes tipos y encontrarse en diferentes situaciones: en el amor fraternal, en la intimidad de los esposos, en la amistad verdadera, en el amor a Dios y al prójimo. Cuando una persona ama, sin mirar a quién, a qué, cómo o por qué va más allá de sí misma, se entrega sin límites y autotrasciende lejos de sus convicciones, pensamientos, acciones y voluntad. En ella se instala un nuevo horizonte en el cual se resignifican los valores y el conocer. Estar en un amor sin límites puede evocar una praxis de disposición al misterio, una experiencia de lo santo, además de una conciencia intencional, la cual desemboca en deliberar, decidir y actuar de una forma responsable y libre. Esto puede relacionarse con la frase de San Agustín «ama y haz lo que quieras» pues, cuando se alcanza este nivel de conciencia, difícilmente se hará algún tipo de mal mientras se hace un juicio de valor o se toma una decisión, ya que siempre se tendrá presente el bien común y el amor al otro. El amor está presente en todo, es tan importante que existe desde las situaciones más superficiales hasta en las más complejas. Desde la perspectiva filosófica, el amor es un medio para alcanzar la autotrascendencia y la plenitud para actuar en nuestro contexto. De nada sirve que vivamos y digamos que conocemos el amor, si realmente no estamos en él, si no permitimos que transforme nuestro interior, ni hacemos algo para cambiar de forma positiva lo que nos rodea. Por ello, sería mejor pensar que amo y luego existo, porque la plenitud que nos da el amor lo cambia todo, nos reinventa radicalmente: ya no existimos para pensar o para la autorrealización, sino para amar y abrirnos a los demás, entregándonos a ellos y a una perspectiva más universal y unida con el Ser. Ilustración: Andrea Renero Ramírez

Leía, o eso pensaba, pero en verdad sus ojos recorrían el libro sin entenderlo realmente. Un sentimiento de angustia le embargaba. Hacía tiempo que el sueño se agotó y tuvo que levantarse. Preparó café, después se sentó en el sofá de la sala y tomó el libro a la mitad. Otra vez no se pudo concentrar en la lectura. Presentía algo, más bien encontraba indicios de su conversación con Roberto, le decía que era todo, su relación estaba agotada. Era cierto, ya no gozaban de estar juntos como antes. Cualquier pretexto era bueno para enojarse o sacar a relucir viejos y malos recuerdos de cada quien. Ya ni las simples cosas, como ver juntos el atardecer a la orilla del río, les daban placer. Roberto le dijo la noche anterior que se iba por un tiempo. ¿Se iría por un tiempo? Esa era la clave, el significado: «Me voy, todo se acabó». Entonces se preguntaba qué iba a ser de ella y este cuestionamiento la invadía con una profunda angustia que no podía controlar. Trató de sacar fuerzas, no sabía de dónde. Ella estaba consciente de que no debía dejarse caer, no debería de permitir que ese dolor que sentía en lo más interno de su alma la derrotara. Tenía que encontrar nuevos horizontes. Mientras tanto, tomaba su taza de café, y haciendo a un lado su lectura frustrada, pensó: «Hay que reinventarse. Me voy a pintar el pelo con un color azul fuerte, voy a cambiar de empleo y de Ciudad. Sí, eso es: me gustaría irme de aquí, conocer nueva gente, al final de cuentas mi trabajo me permite estar en cualquier lugar y ganar dinero. Vendo mi departamento, porque es mío, me lo heredó mamá. No. Mejor no. Lo alquilo y recibo algo de dinero. Por fin me iré de aquí, ya no aguanto este barrio. Haré lo que siempre quise. ¿Como qué? Ya sé, me voy a hacer vegetariana y practicar la religión hinduista. ¿Pero si eso me prohíbe casarme? No, no me importa que no me case, me dedicaré a la Dios Shiva, pero ¡quiero tener un hijo! ¿Y si lo adopto? No, los hijos adoptados después tienen un gran trauma, es el caso de mi amiga Bertha». Sentada en el mullido sofá de la sala, su mirada se movía sin ver los cuadros que colgaban en la pared. De pronto, como un imán, atrajo su vista el cartel que compró en el Museo D'Orsay: una buena reproducción de un cuadro de Modigliani. Una mujer desnuda, de cara larga. Se acordó de que el pintor se suicidó y pensó: Manuel Becerra Ramírez manuel.becerra@iberopuebla.mx

«¿Y si me suicido? Eso va a ser muy trágico y le pesará por siempre a Roberto. No, eso es un fuerte chantaje emocional que no se merece, lo de nosotros es sólo desamor. Además, yo no tengo valor para hacerlo. Cómo me gustaría ser ave y salir de aquí y remontarme al horizonte sin rumbo fijo. Pero las aves no vuelan solas, siempre vuelan en parvadas y a mí me gusta estar sola. Bueno, en otro momento con Roberto. Al principio siempre éramos buenos compañeros de viaje, gozábamos descubrir nuevas cosas». Ella se levantó de su cómodo asiento y fue al baño, ahí se quedó un rato parada frente al espejo. Miró sus grandes ojos de color oscuro, que se empequeñecían un poco con las ojeras que revelaban su mal dormir. Su pelo era largo y sedoso, su boca roja, grande y carnosa. Su rostro era atractivo, armonioso, parecía un retrato del pintor Gustav Klimt, como le dijo alguna vez Roberto. A ella no le gustaba el pintor austriaco, pero le halagaba el comentario y pensaba, mientras salía del baño: «No soy fea, ¿por qué tendré tan mala suerte con los hombres? Dejan de quererme rápido. Quisiera ser ese cuadro de Van Gogh que tanto le gusta a todo mundo. A mí dicen quererme, pero solo les dura un tiempo, como ahora con Roberto, por suerte no tuvimos hijos». Miró la reproducción del cuadro del pintor holandés, «La habitación de Vincent en Arles», que colgaba en su sala de paredes de color hueso. «¿Y si mejor fuera un pez en el océano? No, no, tampoco. Me pescarían y me traerían a la pescadería de la esquina y, en una de esas, ¡Roberto me come!». Se oyó una exclamación: «¡Sonia! Otra vez te levantaste muy temprano». Apareció Sam en el umbral de la puerta de la cocina, casi cerrando los ojos porque le lastimaba la luz. Sonia lo miró y le dio risa la imagen de su esposo, Samuel, despeinado, en ropa interior, casi desnudo, medio dormido. «Eso de estar casado con una escritora que trabaja en la madrugada en la cocina no es sano. Además, con esa música. Ven acuéstate conmigo». Sonia sonrió, sentía que estaba lista la idea para su próxima novela. Mientras apagaba la computadora, sonaba un disco de Silvio Rodríguez en el… Amar es pensar. Y por pensar en ella casi me olvido de sentir. —Alberto Caeiro (He pasado todas las noches sin dormir, viendo...)

Si fueras césped me convertiría en rocío para acariciarte. Me condensaría en partículas húmedas. Y después del frío te cubriría entero. Ana Paula Carrillo Meza anapaula.carrillo@iberopuebla.mx Las notas manan de un delirio eufónico, el profeta habla, la lira que ya no es lira grita sus últimas y agotadas palabras, aquellas que rompen una era: un amor supremo, un amor supremo. A Love Supreme constituye una de las revoluciones estéticas más sustanciales de todos los tiempos, un viraje en la música, la mística y el amor que ni los propios coetáneos de John Coltrane lograron entender. Se trata, acaso de un despertar contingente, el abandono de un letargo sensible y ciego, una travesía que, por medio de una armonía onírica, un ritmo impetuoso y unas melodías frenéticas, busca consumar aquello de lo que Plotino tanto hablaba: el retorno a lo divino, el extático regreso al Uno. Sin más, el disco de 1964 resulta, más que un mero goce musical, una invocación hacia el amor más puro y sublime que puede acontecer en nuestra contemporaneidad: el amor ideal, el amor al amor, el amor en sí. De esta manera, Coltrane nos presenta tanto alegorías programáticas —como la representación de la omnipresencia a través de un motivo que se repite en las doce tonalidades musicales, o la evocación de la trinidad a través de ritmos atresillados—, como predicaciones y declamaciones de salmos traducidos en lenguaje musical. No obstante, algo aún mayor a la representación y la copia en la música permanece: una especie de absolutismo, de renuncia a la apariencia y de nexo con lo inteligible. Allí se encuentra, en medio de berridos del saxofón y murmullos del contrabajo: un amor supremo. José María Sánchez Hernández josemaria.sanchez.hernandez@iberopuebla.mx

En la actualidad se vive una desconexión con los aspectos que rodean la vida humana, prueba de ello es la popularización de ideas que designan la condición efímera en la que se encuentra la existencia, como el muy citado concepto de «amor líquido» propuesto por Zygmunt Bauman. Pierre de Bérulle, por otro lado, se refiere al ser humano como una nada que encierra en sí misma la capacidad de Dios, si su voluntad lo desea. Por lo que nos alejamos de la percepción del individuo como un ser racional, capaz de crear su realidad única, y en su lugar, acercarnos a la noción de sujeto abierto al misterio que rodea su existencia. De esta manera, el humano deja de ser un «yo» fragmentado. Detrás de la capacidad de recibir esta gracia no hay más que amor, que nos hace conscientes de la diferenciación creada entre la realidad y ese misterio del que nos hemos alejado al autoafirmarnos como el fin último de todas las cosas. Así pues, nos llega el flechazo de amor que disuelve la separación con lo divino. De eso se trata el amor místico: el humano se vincula con su realidad de una forma más honesta, para aceptar su participación con lo divino, convocado por el misterio. Lourdes Serrano Romero mariadelourdes.serrano@iberopuebla.mx Ilustración: Fernanda Martínez

A Pablo Neruda, entre muchos bienes y unos cuantos males, le debemos también, el verso alejandrino más polémico de nuestros tiempos: «Me gustas cuando callas porque estás como ausente». Como lector hedonista me importa muy poco, tal vez nada, la calidad moral de un autor, de la misma manera que en todo caso idolatro aquellas esculturas verbales y no el polvo y la tierra que las escupieron por azar, inspiración o delirio. Probablemente esta cualidad sea una desventaja en una generación que cada día se inclina más ante las teatralidades puritanas con mayor pasión que ayer, regalándome a su vez, un par de aciertos como esperar a leer el verso «Déjame que me calle con el silencio tuyo» del poema decimoquinto de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), antes de ser redundante y escribir en una pancarta: «Neruda, cállate tú». Aftersun es una película en la que parece no suceder nada, pero logró tocar cada uno de mis nervios, dejarme los pelos de punta y hacerme llorar como nunca ninguna película lo había hecho. Llorar hasta vaciarme, llorar hasta sentir un vacío más o menos parecido al de Calum. La película es un recuerdo, es lo que deja de ser, es la oportunidad de ver lo que ya no está. Es no ceder al abandono de lo que ya pasó. La memoria de Sophie y el recuerdo de la ausencia de su padre se reconstruye de la misma forma que se fue: a pedazos. No sé qué es más desgarrador, si las escenas de su complicidad, seguidas de la distancia infinita de alguien que sabe que no va a llegar a los cuarenta, o una mujer que se queda siendo la niña, viendo el mismo video en busca de entendimiento y volver a vivir un abrazo de memoria eterna. Si lo que deja de ser tuviera forma sería la del baile y las luces en la disco, donde ya no se ve bien, pero también sería la de una cámara que se cierra para terminar con la vida a sabiendas de ello. Da esas ganas de correr al mar, de quedarse inmóvil al filo de un precipicio. Ojalá no sentir nunca lo que sintió el padre; lo que sintió Sophie, ojalá tenerlo presente siempre. Mauricio Escobar Liceras mauricio.escobar@iberopuebla.mx Aina Canales Haces Cerviño aina.canaleshaces@iberopuebla.mx

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