Talento IBERO 2021

96 a la estación y siento un cosquilleo en el vientre al escuchar el ruido que hacen los vagones al romper el viento? La idea de morir en esas mismas vías que tantos sinsabores me habían traído empezaba a hacer su hueco entre mis deseos. Tenía su innegable gracia, incluso un retorcido sentido poético. Así, si a ninguno de sus conocidos importaba mi muerte, tendría el consuelo y la certeza de que importunaría el día de otros cientos, quizá miles de miserables amaestrados por la cotidianidad. Mi resolución era inapelable. Estaba escrito, ¡era la fatalidad! Ninguna fuerza podría impedirlo. Paré en seco, justo al borde del andén. Tendría su gracia dejar este mundo sin dejar siquiera una nota, sin hacer partícipe a ninguno de mis maquinaciones. Llevaría mi odio conmigo sin que ninguno lo hubiese llegado a conocer. ¿Le pesaría a alguno en su conciencia? ¿Relacionarían mi trágico suceso con sus constantes humillaciones? Seguramente no. Una cucaracha muerta causa alivio, puede que incluso lástima; pero eso sí, mientras más muerta, mejor. ¿Y por qué debería darles ese consuelo? ¿No sería preferible que se atragantaran con su lástima? Sí, tráguensela, envenénense con ella. Que se mueran ellos, no yo. No le debía nada a nadie. ¿Qué fin tendría una muerte tan macabra si a nadie le importaría, sino para mostrar con morbo en la nota roja cómo quedaron desperdigados mis miembros y vísceras en los rieles del metro? ¿Dónde estaba el placer en eso? ¿Acaso no molestaba más una cucaracha viva, despabilada, retorciendo con gozo su repugnante cuerpecito por todos lados, infestándolo todo, incomodando más que cuando yace muerta? Porque una vez muerta la única molestia sería deshacerse de ese cuerpecito, en otra ocasión lleno de júbilo, en el basurero más próximo para condenarla al olvido. Pues bien, viviría. Tenía que vivir. Ahora era una necedad, otro capricho más de mi contradictoria naturaleza. Ante mis ojos se manifestaba tan claro como

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