Talento IBERO 2021

95 que lo mejor sería encaminarme al trabajo. Me dolía el pie al caminar, llegué cojeando a la oficina. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme con una jornada nada fuera de lo normal. Nada malo había pasado en la noche con la oficina desprotegida, nadie se había metido a robar. Sentí desilusión. Mi jefe reparó en mí, pareció no reconocerme. Noté la mirada burlona de mis compañeros al notar mi deplorable estado. Mi jefe se me acercó y preguntó por mi situación. Yo no supe qué responder. En sus ojos se veía reflejada la lástima. Me pidió las llaves y me mandó para mi casa, seguramente porque entorpecía la escrupulosidad de su panorama. Me alejé de ahí sintiendo en mí arder la indignación ante esta nueva humillación pública. El hastío y la bilis hervían adentro mío buscando salida. Me encaminé a la estación. Un cúmulo de sentimientos, todos negativos, pululaban en mi mente con la fuerza de una locomotora en movimiento. Sentía que ardía en fiebre, estaba enfermo de odio y resentimiento. Quería acallar mi conciencia, mi angustia, mi malograda voluntad de dejar desprotegida la oficina. Era hasta irónico, y me reiría de no recaer sobre mis hombros el peso de esta humillación. Y me río, ¿por qué no? Nada gano, nada pierdo. Yo era el único con el derecho de reírme de mi desgracia. Lancé una sonora carcajada, tan sincera, tan desinteresada; ni mi timidez logra amargármela. Quería irme de este mundo, acallar para siempre la pusilanimidad de mi insignificante ser. Volví una y otra vez sobre la idea durante la noche. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿No era necesario premeditar estas cosas? O, como todas las cosas que valen verdaderamente la pena en esta vida, ¿requería de un arrebato de pasión y espontaneidad? ¿Por qué me muestro impulsivo? ¿Por qué mis pasos se apresuran decididos

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