Talento IBERO 2021

94 boleto del metro. Aventó la cartera al suelo y me propinó tremenda patada en el rostro. Aullé de dolor. Me dejó solo, tendido a mi suerte en el lodo, maltrecho y apaleado. Comencé a sollozar y me entró muchísima vergüenza, una vergüenza incomprensible. ¡Culpa, inexplicable culpa! Me dolía el cuerpo, la cara, sentía embotada la mente. Mi llanto se prolongó sin que pudiera yo detenerlo. Me sentí impotente, sin control siquiera sobre mis propios humos. Por casualidad alumbrado por las aisladas y tristonas lámparas, vi mi reflejo en el agua estancada, mi semblante contraído por el dolor me pareció repulsivo y gris. Deseaba fundirme con el lodo y desaparecer de ese mundo. No tenía a donde ir, no tenía manera de llegar a mi casa. Con la convicción de llegar el primero a la oficina, decidí que lo mejor sería acurrucarme en un lugar oculto y esperar a que la aurora iluminara mi soledad. Pasé muy mala noche. El más leve sonido me exaltaba. Mi cuerpo y rostro punzaban con dolor. Me despertó el sonido de los autos y el ajetreo de la vida diaria. Me sentía vacío, sin ánimos. Hasta el cantar de los pájaros me irritaba. Me deprimía esa incapacidad para sentirme conmovido. Dios sabe que le busqué el gusto a la vida, lo busqué en el amor, en la familia, lo busqué en el arte, en las pequeñas cosas, pero lo cierto es que me hallaba seco. Recordé a la muchacha de la mañana anterior. Debía producirme compasión su muerte, pero no lograba sentir otra cosa que rabia y amargura (quizá una leve admiración por su atentado contra la puntualidad de la vorágine moderna). Vivía deseando que la vida me diera su zapatazo final. ¿No sería justo, acaso piadoso, acabar con el más vil, ridículo, necio, vanidoso de los gusanos? Estaba postrado en una apartada esquina del parque, las ropas desgarbadas y sucias por el lodo, el rostro lleno de tierra e inflamado. Aun en mi deplorable estado decidí

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