Talento IBERO 2021

86 La cucaracha “Yo era, sin duda alguna, el mártir principal, puesto que reconocía perfectamente la villanía bajeza de mi maligna estupidez, y al mismo tiempo no podía enmendarme”. Memorias del subsuelo, Fiódor Dostoyevski Cuando nos anunciaron que una muchacha se lanzó a las vías del metro, no pude sentir otra cosa que morbo. Uno escucha estas en las noticias, lo lee en los periódicos, en especial en la nota roja, pero nunca cree que pueda pasar por algo similar. Los otros pasajeros no dejaban de hacer alarde de su conmoción, se respiraba un aire denso, diríase solemne. Hablaban en cuchicheos y trataban de disimular su desesperación por llegar temprano a sus trabajos. ¿Sería una excusa creíble decir que alguien se aventó contra el convoy en que uno iba viajando? Valía la pena averiguarlo. A mí no podía importarme menos llegar tarde al trabajo, pero, cobarde como era para renunciar, no tenía de otra más que soportar estos embistes de la suerte y tragar, sin hacer mucho rezongo, de la diaria cucharada de amargura con que nos alimentan a los asalariados. La muerte de aquella chica no me inspiró compasión en lo absoluto. Me lo impedía hasta cierto punto la forma tan vulgar en que se despidió de este mundo. Me indignaba, y más me indignaba que para los demás pasajeros no fuera evidente esta vulgaridad. Si uno se va de este mundo a su modo tiene una obligación con el arte, una obligación (digamos poética) con la vida misma. Soy de la convicción que planear la propia muerte es la verdadera prueba de amor propio, la última, la que de verdad importa. ¿Qué necesidad de legarles a otros el problema?, ¿de atentar contra la exactitud cronométrica del sistema de transporte

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