Talento IBERO 2021

76 Hay noches en las que me quedo sola en mi eterna penumbra. En realidad, nunca estoy sola, siempre estoy acompañada por ella, yo pienso, gesticulo, tengo necesidades biológicas, llevo a cuestas su sufrimiento con tal de que ella no deba mover un solo dedo. Los vigilantes solían hacernos plática, pero nuestro desdén al diálogo terminó por disuadirlos. Sin la vista, sentía aún más solitarias las noches, ninguna mozuela de óleo escapaba de sus marcos para hacerme compañía; la oscuridad ponía una barrera entre mí y sus risueñas miradas, lentamente iba olvidando los detalles de su desnudez. La Domina gemmata vive entre murallas, muros que la protegen del escarnio y pseudocrítica del público y que les impiden la visita a las sutilezas del óleo y la piedra. No puedo negarlo. Desde hace meses espero sin éxito la muerte de la Domina gemmata. Me siento débil, cansada, tanto tiempo sin asearme correctamente ni alimentarme bien ha dejado sus estragos en mí. Los curadores de arte a veces se acercan a mí con intención de darle mantenimiento a su higiene, pero mi hedor los expele. Dar mi cuerpo y albedrío a su existencia, inevitablemente debía acarrear la autodestrucción del cuerpo que habita. Con suerte, a la Domina gemmata le queda una semana para dar su último suspiro; me paso las horas haciendo cuentas imaginarias, adivinando qué tanto más aguantarán mis fuerzas. Con la muerte quedaremos más estáticas aún y es posible que nadie note la diferencia; el olor al que poco a poco se acostumbran los curadores ocultará la fetidez del cadáver; por lo demás, siempre anda inmóvil, indispuesta para salir de ella, aunque sea un resuello. El museo hará lo que quiera con su cuerpo, me parece utilizarán alguna técnica de preservación para el rostro y se desharán del resto. Lo exhibirán, lo guardarán en sus bóvedas para que evitar lo más posible los estragos del clima, el tiempo y el polvo, lo subastarán en millones, eso si la belleza aún tiene lugar en el futuro.

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