Talento IBERO 2021

74 árboles, los tonos pardos de las plumas de las aves, los diferentes tonos de grises de las rocas, la tierna carnosidad de los pétalos de las flores, la sobriedad de las hojas secas, las ondas expandiéndose en el agua, todo cuanto mis ojos pudieran abarcar me causaba placer y anhelo. Me estaba despidiendo de los detalles. Finalmente llegó el día de la cita en el quirófano. El doctor me mostró dos redondas cuencas de cristal, rematadas con zafiros de diferentes tonalidades donde debía encontrarse el iris y la córnea. Las pupilas eran de obsidiana. Quedé absorta ante el brillo de las joyas que adornaban las cuencas oculares que serían mis nuevos ojos. Eso fue lo último que vi. Después de eso, todo fue oscuridad. Desperté con dolor de cabeza. No veía nada en lo absoluto, al principio me sobresalté, luego entendí que por el rezago de la anestesia seguía un tanto obnubilada. Traté de calmarme y acostumbrarme a lo que sería mi nueva realidad. Cuando llegó el médico a quitarme la venda de los ojos no supo qué decir. Entendí, por el cuchicheo entre él y la enfermera, que la estúpida había traído un espejo, una costumbre que había adquirido después de años de trabajar en un quirófano, pero por tratarse de un caso especial como el mío, en realidad había actuado sin pensar. El doctor quiso expulsarla del cuarto, temeroso de que reaccionara de mal modo a su imprudencia; yo lo retuve. Quería contar con público, necesitaba espectadores; la enfermera tendría la dicha de ser la primera en contemplar la gracia de los rasgos que adornaban a la Domina gemmata. Sería quizá el momento más importante de su vida, la única anécdota de peso que tendría para contar a su prole. No podía quitarle eso, hubiera sido cruel.

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