Talento IBERO 2021

73 Veía, me veía reflejada y era dichosa, dichosa de poder admirar la belleza del mundo y, sobre todo, de la Domina gemmata. Pero debía entregar esa dicha en beneficio suyo, a ella que le había cedido el gusto y el tacto, exigía un tercer sentido: la vista. Debía poner mi empeño en terminar a mi obra maestra. Yo, que nunca había creado nada, ni tenido la necesidad de completar nada; yo, que pasaba las horas obsesionándome con mi figura ante el espejo, pasaba las horas obsesionada con alguien más, en perfeccionar una obra inacabada. Primero hablé con mi cirujano. ¿Estás segura? Dijo. Pero, ¿estás consciente de las consecuencias? Lo que pides es inaudito, sin precedentes, locura total. Afirmaba a sus preguntas y negaba sus acusaciones de locura. Aunque a lo mejor sí estaba loca, obsesionada por darle finitud a mi pieza. El cirujano se tardó en preparar los materiales para la operación. Mientras tanto, pasaba el tiempo más en el museo que en la casa. Todos los días me situaba en la silla sobre mi tarima, a veces daba un paseo alrededor de la galería y leía las semblanzas de las pinturas, cuando daba estos paseos, la gente me seguía curiosa. Me encantaba concentrarme en los tonos, las manifestaciones cromáticas, la exposición de los colores. Por las tardes al dirigirme a la casa observaba el cielo, me gustaba el carmín y los dorados reflejándose en las nubes, diluyéndose para dar paso al violeta y el azul oscuro. Era una belleza que se renovaba cada atardecer. Deseaba formar parte de aquellos paisajes, de la elegancia escarlata de las nubes y sus áureas protuberancias. Deseaba llenarme con ese alimento estético al que sólo se accede a través de la vista. Los pequeños detalles llamaban mi atención: las delicadas hebras de los dientes de león, la desigual forma de las hojas de los

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