Talento IBERO 2021

68 Pero me estoy adelantando, todavía no hablo de mi tercera cirugía. Tampoco hay mucho que decir sobre ella, el cirujano ya no decía nada para disuadirme, y aunque lo hiciera, lo ignoraba. El procedimiento fue similar al anterior, aunque más tardado. La intervención duró varias horas. Desperté en el quirófano con una venda cubriéndome la cara, la cual no retiraron hasta después de unos cuantos días. Al observar mi rostro en el espejo me sobrellevó una fuerte conmoción. Lloré. No por dolor ni mucho menos por arrepentimiento. Una gran emoción se apoderó de mí, una emoción de júbilo, de inmensa alegría. Ahí donde se suponía debía encontrar mi reflejo, el más hermoso de los rostros me devolvía la mirada. Y entonces entendí que yo era el receptáculo donde Dios, la ciencia y la mineralia hacían su magia. Nunca la tierra ni el género mortal había dado luz a un rostro más exquisito, a una belleza tan delicada, resplandeciente, agraciada. Me faltan los adjetivos, ninguno abarca aquello que estoy desesperada por nombrar. En mí se encarnaba la apolínea perfección. Mi cutis pasó a ser una superficie completamente lisa, compuesta de diminutos injertos de nácar solidificado, con fineza adheridos a la piel. Era poseedora de unos labios bonitos, voluptuosos, rúbeos. La grana y el coral eran los pigmentos con los que el más excelso de los pintores había construido la verdadera retórica de un paisaje, con todos los vastos andamios y delirantes cadmios que implicaba acompasar las geométricas figuras. Sobre el carmín arqueado de mi labio superior se encontraba un delicado lunar de obsidiana, y donde antes había delgadas cejas se concentraban dos arqueadas líneas compuestas de fibras de citrino y ámbar.

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