Talento IBERO 2021

67 Decidí que era imperante contactar de nuevo con mi cirujano antes de que otras líneas de envejecimiento facial se atenuaran en mi cara. Concertamos la cita en su quirófano un mes después de mi llamada. Decidimos que empezaríamos de lo más pequeño a lo más grande, es decir, lo primero sería dar grana eterna a los labios. Esta vez la anestesia fue total, por lo que poco puedo contar del procedimiento ejecutado. Emplearon injertos diminutos de rubí para darles volumen y rubor. Mover la boca se volvió un martirio, los primeros días los labios se volvieron heridas supurantes y no se notaba su fino delineado, sangraban a la menor provocación, lo cual era imperceptible por su nueva pigmentación. De sonreír efusivamente pasé a apenas abrir la boca sólo para decir lo indispensable. Por eso hoy, la Domina gemmata permanece muda, sin dirigir ni palabra ni sonrisa a alguno de sus feligreses; aunque bien quisiera presumir la albura de sus dientes, la rigidez de sus músculos y el dolor del esfuerzo se lo impiden; además, sería darles perlas a los cerdos. El esfuerzo también impedía asear mi boca con regularidad; empecé primeramente a lavármelos una vez al día, después, una vez cada dos día y luego cada tercero. Al final terminé por lavarlos una vez a la semana, pero ya fue después de mi tercera operación. Llevo meses descuidando mi higiene dental, bueno, en realidad, cualquier tipo de higiene, al punto que no me le he acercado a su boca con afán de limpiarla. No es que no quiera, pero después de mi tercera intervención quirúrgica, toda gesticulación y movimientos de las mejillas se volvió imposible, por eso le cuesta ahora sonreír al espejo o mostrar planamente sus dientes, aunque igual no podría contemplar su reflejo. Al entrar al museo, noté cómo los trabajadores eran repelidos por mi halitosis, cuando debían agradecer que gastaba aliento en ellos. Por eso decidí bañarme en un perfume finísimo con tal de disimular el olor.

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