Rúbricas 8

25 importancia cultural, social y ecológica que ello representa para cualquier toma de decisiones relacionada con políticas sustentables de uso de suelo, aprovechamiento de los recursos naturales, protección de la biodiversidad y de los conocimientos locales asociados a ella, así como con la satisfacción equitativa de las necesidades de la población. Sin embargo, lejos de reconocer el papel que muchos de estos núcleos agrarios han jugado en la conservación de los ecosistemas y la preservación de prácticas y culturas solidarias, las políticas de desarrollo del Estado mexicano se han orientado cada vez más a dificultar su existencia. La reforma energética es un claro ejemplo de esto, pues entre sus implicaciones parece estar la de cancelar la viabilidad de un mundo rural vivo, donde puedan florecer procesos autogestionarios basados en principios socioambientales y económicos orientados no a la acumulación privada de la riqueza, sino a la búsqueda del Buen vivir para todos (Choquehuanca, 2010). La mayoría de los movimientos de economía solidaria en América Latina han sabido apreciar e incorporar los aportes de las comunidades indígenas y campesinas a la construcción de alternativas al desarrollo modernizador impulsado por los estados e impuesto por las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En el centro de estas propuestas están las nociones de Comunalidad (Díaz, 2001; Aquino, 2013) respeto a la Madre Tierra: inclusión, equidad y reciprocidad. Pero, como lo demuestran numerosos estudios sobre el tema, todo esto se basa en una condición fundamental: la gestión compartida del territorio y sus recursos (Toledo, ibíd.; Coraggio, 2007; Gonzales Butrón et al., 2009; Cendejas, 2010; Collin, 2012). La lógica de la acumulación por despojo contra las lógicas de sobrevivencia y del buen vivir De acuerdo a numerosos autores (Harvey, 2007; Bartra, 2014; Garibay, 2010, 2014; Hinkelammert y Mora, 2013), la estrategia actual del capitalismo global es la acumulación por desposesión, que tiene en la mira la apropiación –violenta– de enormes cantidades de recursos, despojando a las poblaciones locales de sus medios y recursos de vida. Pero hay constancia de que ese ataque comenzó desde mucho tiempo atrás, con la expansión del capitalismo a partir de la Revolución industrial. Por ejemplo, Karl Polanyi en su libro La gran transformación, publicado originalmente en 1957, describe el cercado de tierras y la expulsión de campesinos como uno de los mecanismos a través de los cuales el capitalismo moderno se entronizó, apropiándose –primero con violencia abierta y luego legitimándola con la promulgación de leyes– de bienes de uso común que constituían los medios de vida de la población rural. Como consecuencia, señala el autor, los campesinos despojados de sustento debían emigrar a las ciudades, obligados a vender su fuerza de trabajo a las fábricas que requerían con urgencia de ella. Así, la apropiación de los bienes comunes, junto con la privatización de bienes y servicios públicos, sería una de las estrategias permanentes del capitalismo que favorecen la acumulación de riqueza privada a costa del bienestar de la sociedad y, en muchos casos, violentando los derechos de grupos y comunidades. Sin embargo, como señala Armando Bartra, en la fase más reciente de la era neoliberal éstas se han exacerbado, a tal punto que el capitalismo actual es “rentista, parasitario, especulativo, predador”. Se trata de culminar la privatización de la economía que acabó con el Estado de bienestar a través del despojo de bienes y de una mayor explotación del trabajo y de la tierra (Bartra, 2014; Collin, 2012). Siguiendo a Polanyi, Bartra sostiene que la violencia ejercida por la lógica del capital sobre las personas y las cosas es inherente al modelo/sistema: la forma en que se ejerce esa violencia depende del momento y circunstancias, pero siempre ocurre. La sobreexplotación de la naturaleza también es característica del capitalismo: es el primer sistema que exige la desconexión del ser humano con la tierra, que hoy es visible a través de la “deslocalización de los recursos”, la globalización del mercado y la ubicuidad –o desterritorialización– del capital (Bartra, 2014; Harvey, 2007; Haesbert, 2011). En palabras de Armando Bartra se trata de: Un capitalismo cada vez más virtual pero que depende cada vez más de la extracción y la sobreexplotación. David Harvey habla sobre la nueva ola de “aterrizaje” o “territorialización feroz” del capital. Pero el rentista está a su vez, desterritorializado mediante su carácter virtual, etéreo, financiero, que trata como mercancías cosas que no lo son. El dinero es una falsa mercancía, como señala Polanyi. El monopolio de lo que no se puede fabricar: esa es la clave del capitalismo financiero-rentista. Las rentas son directamente proporcionales a la escasez; la rareza de los recursos que no se pueden producir pero se pueden monopolizar.A mayor escasez, mayor ganancia o renta. Es suicida: trabaja para controlar y profundizar la escasez de recursos que son vitales.Así, el capital es ciego, es un impulso que parece viviente pero no lo es; es mortal.Trabaja contra el sentido común y contra todo lo razonable. Para el capital el fin del mundo es un buen negocio, mientras dure…y esa es una pésima noticia para la mayoría (Bartra, ibíd.). La lógica económica dominante basada en el despojo y saqueo de los recursos naturales no sólo ha originado la catástrofe ecológica actual, sino lo que Hinkelammert y Mora (2013) describen como “la exacerbación de todos los límites”,

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