Rúbricas 12

Rúbricas XII Literatura y Filosofía y su relación con otras disciplinas 61 III. Instructivo para abrir una ventana Abrir una ventana parece ser la cosa más fácil del mundo. Nada más problemático. Quienes lo afirman desconocen la multitud de posibilidades que acechan detrás. Uno, es cierto, puede abrirla y ver, como siempre, un muro despintado, azoteas con ropa tendida o las fachadas que se recorren al salir. Pero también puede ser un espejismo, y entonces hacerlo signifique la oportunidad perfecta para el disparo de un francotirador, o para que alguien, impunemente, capture instantes de su vida doméstica (y, acaso con menos frecuencia, íntima). Un día, quizá, encuentre una realidad desértica, un presagio equívoco o fuerzas enigmáticas, como el hastío, desgranador de horas. Ese cristal rectangular, indefenso en apariencia, puede ser la frontera entre la cordura y la locura, un límite entre su comodidad y el vértigo del Afuera, una aporía. II. Bipolaridad El camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo. Heráclito De todos los castigos impuestos por Dios y descritos minuciosamente en los sagrados textos, hay uno que se ha omitido; quizá por el misterio de su trama o porque, a fin de cuentas, se convirtió en una venganza. Un pueblo guerrero, en su afán por parecerse a Él, construyó una ciudad de altas dimensiones, como si en ella habitaran cíclopes. Pero sucedió que un día Dios, molesto cuando la punta de una torre chocó contra su planta, les impidió volver a levantar su mirada altiva hacia el cielo. Ahora sólo podrían andar cabizbajos, hurgando el deambular de las hormigas. Lo que Dios no sabía es que, a la larga, el pueblo sentiría fascinación por las profundidades. Obligados a mirar el fondo de las cosas, pronto penetraron en sus raíces, descubriendo una riqueza insospechada. Con el tiempo construyeron una ciudad subterránea, tan honda como antes fue alta, y se separaron aún más de Su sombra. Incluso desapareció la palabra para llamarlo, y todo parece indicar que Él también los olvidó (o, por lo menos, simuló hacerlo). Por ello, el usuario de una ventana primero debe ponderar las causas que le motivan a dicha rebeldía, y evaluar si puede minimizarlas. Si es por calor, por ejemplo, bastará instalar un ventilador dentro; si es por aburrimiento, hojear un álbum o enumerar los detalles de una lámina. Habrá algunos necios que, a pesar de todo, no desistan. La manera adecuada de efectuarlo consiste en pararse frente a las hojas de vidrio, apartar la cortina con la mano izquierda y poner (sin mucho arrebato) la mano derecha sobre la manija. Luego se girará lentamente, mientras se hace una ligera presión hacia fuera. Pase lo que pase, no se debe voltear ni parpadear; nunca la abra de par en par ni se recargue en el alféizar. Cuando el procedimiento es correcto, el usuario mirará el perro, los coches y árboles habituales. Si otros escenarios se infiltran, al punto notará algún detalle sospechoso: un matiz de luz amenazante, una rama persistentemente inmóvil o una sombra sin cuerpo. En caso de desear permanecer en su rutina ciérrela de inmediato e inténtelo hasta después de 48 horas. Para aquellos inconformes, dispuestos a tener experiencias más estimulantes, se les sugiere abrirla por la noche, con las luces apagadas… Pero tenga cuidado: abrir una ventana puede ser un problema, pero el cerrarla más. Fotografía: freepik

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