Rúbricas 12

Rúbricas XII Literatura y Filosofía y su relación con otras disciplinas 57 El poema posibilita a este “yo” (creador y lector), la conciencia de sí, de la posibilidad de un interlocutor, de ese “tú” (lector y también creador, pues el lector puede hacer crecer al poema con su lectura) que posibilita a su vez la comunicación más allá de sí, la completa configuración de un código que permita la retroalimentación, la re-creación viva, constante e indeterminada a través del poema. El poema es la experiencia de la poesía. La riqueza del poema no reside en su musicalidad, o en cualquier otro atributo retórico o editorial: “más allá de su existencia física o contingente, el poema es un múltiple lazo tendido hacia la comunicación entre los hombres, hacia la raíz misma de la religación” (Xirau, 2001: 551). De este modo queda claro que la riqueza del poema, para Xirau, es el ser vínculo entre los hombres y la poesía. Para Xirau, el poema es también el lugar en donde hay que buscar las respuestas acerca de lo que él mismo es. Esta característica del poema, de constituirse como vínculo, no termina en el momento en que lector y poeta se confrontan en la lectura, sino que se extiende hacia la posibilidad del testimonio de este encuentro, puesto que: […] el poema destruye, anda en busca de verdades ciertas, de imágenes precisas. Estas imágenes son, en la pradera ya hecha conciencia –conciencia y memoria−, formas del recuerdo revivido, de historia-muerte que la imagen revive y reaviva para recuperarlas (Xirau, 2001: 481). En la noción anterior, Xirau en realidad está siguiendo a José Lezama Lima cuando el autor de La muerte de Narciso afirma que: La forma en que la muerte nos va recorriendo pasa desapercibida, pero va formando una sustancia igualmente coincidente, actuando como el espacio ocupado como un poema, espacio que pronto deviene sustancia, formado por la presencia de la gravitación de las palabras y por la ausencia del reverso no previsible que ellas engendran. […] El poeta es como un copista que al copiar prefiere hacerlo en éxtasis. Al desaparecer este estado perentorio y resolver una forma de escritura, crearía entonces estilos ajenos como una mano propia. Mientras que, si copia, es tan misterioso reproducir una letra, un número. Al crear, al intentar hacerlo, la discontinuidad se hace tan desmesurada que ya es imposible la potencialidad coincidente (Lezama, 1981: 215). El poeta, el poeta filósofo, deviene en una búsqueda entre la discontinuidad de la muerte y la continuidad de la vida, busca o copia con fidelidad y en su búsqueda, en ocasiones, encuentra “algo”: “Si la poesía es una búsqueda, esta búsqueda es el afán por encontrar la correspondencia secreta de las cosas” (Xirau, 2001: 472). Entre la discontinuidad de la muerte y la continuidad de la vida, la poesía testimonia el constante fluir entre los contrarios aludidos con anterioridad. Y es que: […] si la poesía se nutre de la discontinuidad, no hay duda que la más lograda y gravitante discontinuidad es la muerte. Se habla de la muerte propia, pero hay en esto un protestantismo de enfatizar los fragmentos. Una vanidad siniestra que quiere detener los instantes para extraerles una espiga de trigo (Lezama, 1981: 215). Esta “vanidad siniestra” a la que refiere Lezama está haciendo hincapié en la posibilidad del alcance de la escritura poética, la posibilidad de la escritura entre dos paréntesis que se constituyen como el punto intermedio entre la continuidad-vida y la discontinuidad-muerte a la que la poesía trasciende, de la que se nutre y de la que da testimonio en la escritura; no en la oralidad, es en la escritura en donde el poema logra la trascendencia. Sólo de este modo, […] el tiempo resiste en palabras la fluencia de la poesía, puede convertirse en una sustancia entre dos semejanzas, entre dos paréntesis que comprende un ser sustantivo, que hace visible en estática momentánea una terrible fluencia (Lezama, 1981: 215). El testimonio de los complejos sustratos de la búsqueda, planteada por Xirau en su obra, implica que es el poema en sí una materialización de una aspiración superior, lo que alimenta al poeta y hacia lo cual inequívocamente se dirige. El poeta no dice, no define, no argumenta. Se queda, para decirlo con San Juan, “balbuciendo”, anunciando, revelando la llegada y la presencia de un significado que está más allá de los significados comunes y corrientes (Xirau, 2001: 556). De este modo, el poeta parece más un ser sumergido en fuertes corrientes y con pocos medios para dirigir el deseo de búsqueda que le da alimento e ímpetu, el poeta que no solamente por acceder a este éxtasis debe renunciar a tener conciencia de su quehacer, un quehacer no visto desde el interior mismo de las estructuras

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