Rúbricas 11

88 ¿Seguiremos sin reaccionar en México en donde, como en la Amazonia, las mineras, las represas hidroeléctricas, los monocultivos, los desplazamientos humanos, la corrupción, la impunidad, los criminales organizados y las élites cínicas y coludidas están a la orden del día? ¿Seguiremos hablando de bienestar en un país en el que los salarios de diputados, de jueces, de gobernadores, de políticos de niveles medios, altos y muy altos son fuera de toda medida y en donde el salario mínimo actual es de $80.04? Un país en donde la desigualdad ha existido durante siglos y se acrecienta día con día. ¿Cuántos mexicanos pueden darse el lujo de “prevención y estilos de vida saludables” (Tena, 2015), de atender a su salud, de aprender con calidad a leer y escribir, de tener una vivienda digna, de vivir relaciones interpersonales sanas, de dialogar con uno mismo? Vivimos tiempos de violencia y de inseguridad, y el miedo se ha vuelto una experiencia cotidiana para demasiados seres humanos. Vivimos tiempos de concentración de la riqueza y de manifiesta desigualdad (20% de mexicanos pueden vivir con ostentación y 30% padecen desnutrición). Vivimos tiempos de amenaza a la existencia de nuestra especie por el cambio climático; a la supervivencia de sociedades enteras por las guerras, la miseria, los desplazamientos, la violencia criminal; a la integridad física y a la dignidad personal de la mayoría de la humanidad. Vivimos tiempos de individualismos que aíslan, crean soledad, desamparo, ansiedades; tiempos en que se socava la solidaridad. Esto es el infierno de aquí y ahora, que habitamos todos los días, que tal vez no queremos ver, que propician los políticos y los dueños de la riqueza, que padecemos todos, pero sobre todo los indígenas, las mujeres, los jóvenes y los niños. ¿Qué hacer en este infierno en el que los que detentan el poder desdeñan los riesgos de extinción en los que estamos? ¿Qué hacer en este infierno, en el que la corrupción de los que capitalizan el poder genera un ambiente de asco? ¿Qué hacer en este infierno en el que la impunidad de los que controlan la economía producen una atmósfera de vergüenza? ¿Qué hacer en este infierno en el que el llamado “estado de derecho” equivale a una amenaza constante, a una sociedad del miedo? ¿Qué hacer para no dejarnos abrumar por tanta angustia? Necesitamos contribuir a construir lo que no es infierno dentro del infierno. Son los esfuerzos por recrear tejido sociocomunitario; por crear compañía, por no estar solos; por crear lazos sociales fuertes y flexibles que nos ayuden a mantener apertura mental, a vivir con humildad y confianza. Se necesitan redes de auxilio, de soporte social, de lucidez crítica para enfrentar adversidades ya sea físicas (terremotos, tsunamis, inundaciones, avalanchas, enfermedades, muerte), ya sea de relación (desgobierno, robo, extorsión, secuestro, desplazamiento obligado, desaparición forzada, mutilación, tortura, violación). En esta época de digitalización siguen siendo irremplazables las relaciones entre humanos de carne y hueso, cara a cara, en lugares geográficos como espacios de democracia. Se trata de crear comunidad como una entidad socioafectiva necesaria, entre la familia y la organización, como una ecología del desarrollo humano que permita interacciones positivas, capacidad de gestionar el conflicto y de compartir utopías. Como ha dicho Zygmunt Bauman: “Si ha de existir una comunidad en un mundo de individuos, sólo puede ser (y tiene que ser) una comunidad entretejida a partir del compartir y del cuidado mutuo; una comunidad que atienda a, y se responsabilice de, la igualdad del derecho a ser humanos y de la igualdad de posibilidades para ejercer ese derecho” (2006: 147). Todo esto implica una restructuración de las ciencias sociales que modifique su relación con la política, como diría Michel Foucault (2008) hablando de la filosofía. Unas ciencias sociales que pongan su práctica a la prueba de la realidad. “Una práctica que encuentre, en la crítica de la ilusión, del engaño, de la añagaza, de la adulación, su función de verdad”. Se trata de confrontar el cinismo de las élites, de manifestar lo verdadero, que no se limita a una expresión verbal arriesgada, en el espesor mismo de la existencia. ¿Qué puedo decir de mi práctica de las ciencias sociales frente a la terrible realidad cotidiana de mis compatriotas? Desde 1959, a mis veintidós años me he visto involucrado en procesos educativos y formativos, e incluso antes, desde mi preparación como educador y como psicólogo. Una inquietud, una actitud constante, ha sido tratar de hacer algo útil para mi país y de confrontar de alguna manera las carencias y deficiencias que alcanzaba a vislumbrar desde los diferentes tiempos y espacios que han ido configurando mis percepciones de los acontecimientos nacionales y mundiales. El campo de la educación me llevó a la psicología y ésta a lo comunitario en cuanto a relaciones sociales de acompañamiento, de transformación de niveles, de calidad y de estilos de vida. Por un tiempo, y ya estabilizado personal, académica y profesionalmente caí en la trampa del “desarrollismo”, es decir, en la oferta capitalista de pretender llegar a los niveles de vida de los países ricos favoreciendo la competitividad individualista y la explotación de la tierra, viviendo en medio de una sociedad urbana alienada con perspectivas que consideraba responsables de la falta de progreso. Sin saberlo mi propuesta partía de la concepción nacionalista liberal de desindianizar el país, de industrializar el medio rural y de hacerlo sin considerar los efectos ecocidas de programas y proyectos de origen gubernamental, empresarial y hasta universitario. Involucrarme con un equipo multidisciplinar, a partir de 1976, que Psicología social comunitaria en tiempos peligrosos

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3