Talento IBERO 2021

90 siquiera salí a almorzar; la perspectiva de encontrarme con alguno de mis compañeros me disuadía de cualquier intento de salir de mi cubículo. Me alimenté de las sobras que había dejado del almuerzo del día anterior. Era un manjar digno de un animalejo de mi calaña. Me relamí los dedos con profundo gozo, saboreando el agrio sazón de la humillación. Me enorgullecía mi capacidad de adaptarme, ¿no es algo en lo que todos mentimos con descaro al escribir nuestro currículo de vida, nuestra capacidad para adaptarnos? Pero habemos quienes no mentimos en este aspecto; mentimos en nuestras demás capacidades y habilidades, incluso con placer, pero no sobre la adaptabilidad. Mi orgullo me impedía salir de mi cubículo. Si alguien tenía intención de hablarme tendría primero que rebajarse a mi nivel entrando por mi cueva y enfrentarse a mi desmesurado y herido orgullo. En las sutilezas de los protocolos de cortesía empresarial demostraría ser mejor, que llevaba mi afrenta con dignidad, que nada me importunaba, que todo me causaba gracia; esto, claro, sin pisar los terrenos de la bufonería. Y yo esperaba que alguien me solicitara para alguna diligencia con tal de hacer alarde del buen estado de mi ánimo, y de la poca importancia que daba a esa piedra que no termina por bajar por el estómago cuando uno siente verdadero coraje. Al final nadie llegó, sólo el jefe a entregarme las llaves (esperaba que se le hubiera olvidado); dándome el honor, según él, de una prueba de confianza. Perdón, debo tomar otra pausa en la narración para volver a escupir. Esperaba que el sermón de la mañana hubiera tenido un efecto benéfico en mí, creía que sus palabras serían una piedra angular para encauzar a mejores rumbos mi vida. Yo debía cerrar en cuanto me fuera y llegar a primera hora para abrir; la copia de llaves las tenía el guardia quien, por motivos que desconozco, esa semana se le imposibilitaba ir a trabajar.

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