Derechos Humanos / Anuario 2020

DERECHOS HUMANOS ANUARIO 2020 123 Conviene aclarar que a este grupo de mujeres se les consideraría en situación de vulnerabilidad, no como grupo vulnerable. Esta distinción es importante, porque no se trata de encasillar a un sector de mujeres en una posición de indefensión, ni pretender que la mayor propensión a la violencia feminicida sea una condición intrínseca a un grupo particular de mujeres, sino de evidenciar que determinados grupos o perfiles de mujeres se encuentran en una situación de mayor riesgo en un contexto social, económico y político en específico. Remarcando que esta situación es resultado de dinámicas sociales, cuyo desarrollo escapa de las posibilidades de su control en lo individual, aunque ello no implica que no posean herramientas que les permitan gestionar y decidir el rumbo de sus vidas, o proponer elementos valiosos en el diseño de las políticas orientadas a combatir formas específicas o recurrentes de violencia feminicida. De manera expresa he evitado señalar que estas mujeres serían más vulnerables por mera condición de raza o clase, porque no se trata de preetiquetar a un grupo como vulnerable, sino de evidenciar un conjunto de condiciones que resultan claves para configurar una situación específica de vulnerabilidad. Entendiendo que la vulnerabilidad no es un hecho estático y permanente, sino una construcción histórica y por ello producto de la articulación de aspectos estructurales y contingentes. Entonces, no me refiero a grupos que, perpetuamente, adquieran el carácter de vulnerables, sino a la necesaria identificación de experiencias concretas y contextualizadas. Recordando que las relaciones de género tienen una gran variabilidad en términos históricos, espaciales y al interior de cada grupo social, que determinan distintos niveles de riesgos o posibilidades de vivir una determinada manifestación de violencia feminicida. De esta manera, una expresión de violencia feminicida refiere, por ejemplo, a las condiciones sociopolíticas que, en Chiapas, obligaron a miles de familias y mujeres indígenas a desplazarse de sus comunidades tras el levantamiento zapatista, las cuales, aunadas a la pobreza en la región, derivaron en un aumento de tráfico de mujeres en el estado (CONAVIM, s.f.: 71). Mientras que, en el noreste del país –y cada vez con mayor frecuencia en otros espacios geográficos–, la violencia feminicida se expresa en la falta de infraestructura y personal para atender a mujeres vinculadas como parejas sentimentales o exparejas de narcos, policías y militares que padecen formas e intensidades graves de violencia de pareja, con riesgo de derivar en feminicidio (Jiménez, 2014: 120-121). Con esta lista no pretendo ilustrar todas las manifestaciones de violencia feminicida, sino sólo ejemplificar algunas de sus manifestaciones y la manera cómo la vulnerabilidad frente a este problema es contextual. Con estos ejemplos, muy simplificados y de carácter meramente enunciativo, busco mostrar que la violencia feminicida involucra distintos tipos y modalidades de violencia de género y que las dinámicas económicas, políticas, sociales y culturales, tanto de carácter estructural como coyuntural, se articulan y refuerzan de maneras distintas para generar entramados de violencia feminicida que configuran grupos de mujeres que experimentan mayor vulne-

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