Rúbricas 16

55 Rúbricas XV Humanidades digitales de hbo, para tratar, otra vez, de subsistir al cierre de las salas de proyección, al frenado por completo de estrenos de grandes superproducciones. La pandemia ha traído, pues, aparejado un crack financiero que se extiende por todo el organismo de este mundo que durante casi cuatro décadas ha vivido sumergido en el demandante pulso del neoliberalismo y su ansia maquiavélica de riquezas, su canibalismo cyberpunk que no contemplaba un mañana. Y, ciertamente, tampoco contaba con la irrupción de esta pandemia (a menos que las teorías conspiranoicas del remake norteamericano del serial Utopía tengan alguna clase de sustancia semejante a lo verdadero). En este clima de incertidumbre, tampoco resulta extraño el salto a las protestas callejeras que vamos observando en todo el mundo. La breve inmersión en la anterior virtualidad abrió las puertas a lo que algunos han llamado “opinocracia”, a esa desfachatez para soltar las críticas más subidas de tono, sin importar las consecuencias (más allá del posible cierre de su cuenta de una red social, que el afectado siempre podía volver a abrir con otros datos) que ahora, de frente a los primeros impactos de lo económico, de frente a políticas rancias con sus eufemismos particulares, han llevado a una eclosión de franqueza inverosímil. El racismo desenmascarado en Estados Unidos de América, a raíz de la muerte de George Floyd, que se ha combinado con la supremacía blanca de un expresidente que pasó su cuatrienio alentando este tipo de discriminaciones. Los viejos problemas de racismo en Europa que actualmente adquieren otros matices. El malestar generalizado en Latinoamérica... Y, aunado a todo esto, en plena época de la información, cuando los datos, los estudios están a un clic de distancia, el escepticismo de la gente que, como en el siglo XIX, no cree en los invisibles invasores microscópicos y rompe todo cerco sanitario frente a eventos como la muerte de Maradona, que indujo a gran parte de la población de Buenos Aires a salir a las calles para “acompañarlo” en un rito funerario de despedida, otra vez, como si las escenas de muerte pandémica en esa megalópolis y en muchas coordenadas de Latinoamérica, no existieran, como si pertenecieran al oscuro ámbito de las fake news, con sus escenas, sus estadísticas y encuestas fabricadas... Como si ese rito fuera un verdadero, un genuino acompañamiento que el futbolista fuera capaz de observar desde el más allá. Isidro Ávila, en el primer cuento mexicano de cyberpunk, en 1991, intitulado La Red, introdujo por primera vez el concepto de síndrome de realidades para describir la confusión de pasar de la virtualidad a la realidad, o la simple transposición de reglas entre estos dos mundos en la mente del usuario. Y algo semejante va ocurriendo hoy en la experiencia diaria de los habitantes de este orbe ampliado, a la manera de McLuhan, en su sistema nervioso central gracias a los gadgets (cfr. El medio es el masaje) por esta inmersión en lo virtual, en esas categorías rayanas en lo absurdo que constituyen los muy populares reality shows y todos esos productos multimedia, infomerciales incluidos, que pregonan su esencia verídica (basados en hechos reales). Tal síndrome, al parecer, también ocurre en el ámbito de lo supersticioso. Ahora, frente a las disposiciones de los hospitales para lidiar con los contagios: el nulo acompañamiento familiar a los ingresados por covid-19, la muerte en solitario y la entrega del cadáver en ataúd cerrado, sin posibilidades de chequeo visual de la identidad, destinado a la incineración y sin posibilidad de variante alguna, el duelo adquiere otras tonalidades, otros matices que ni las cifras de muertes en circunstancias similares pueden paliar. Muertes virtuales/reales... al margen, en carne viva, pero sin testimonio... Un secuestro a ese último momento de contacto... Una sensación de virtualidad si aparte la madre, el familiar, viven en otra ciudad y toda noción llega por teléfono, por videoencuentro... pero lejos de la tradicional despedida funeraria. Y en ese sentido, no importa la clase social; la muerte mantiene su democrático dominio, jala parejo, con pobres, ricos, educados... O casi... Para nadie resultó invisible que en la apabullante cifra de caídos por covid-19 en Estados Unidos, los casos se distribuyeran de manera cons-

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