Rúbricas 16

36 podemos instalarnos fuera de la praxis para preguntarnos qué es la realidad. Los juicios o valoraciones que podemos hacer no están moldeados mecánicamente por algún principio absoluto, como si la capacidad de pensar se realizara en un procedimiento neutro que provoca el efecto-causa de las cosas naturales de forma automática. Contabilizar la valía de nuestra existencia nos orilla a vernos como artefactos cuantificables y acumulables, de esta manera, nuestra vida está sometida a lo pragmático. Esta visión del mundo compara nuestra existencia con el algoritmo, como si nos pudiéramos regular por leyes sólidas, como si nuestra identidad se fraguara por un conjunto de reglas inquebrantables. Parece ser que se nos ha olvidado que nosotros somos quienes diseñamos las reglas, sin embargo, un ordenador no diseña reglas, más bien ejecuta una regla establecida. Un ordenador no tiene criterio propio, lo que hace es obedecer cierto patrón. En cambio, nosotros podemos interpretar y jerarquizar los datos virtuales que se nos presentan, podemos cuestionar si es necesaria esa prótesis que nos ha incrustado la tecnología como modo de vida o podemos trasgredir las reglas que se han impuesto. Si asumimos nuestra vida como simples ordenadores, estaremos conduciéndonos como una masa que se puede someter y manipular. Por ello, a la luz de lo que impone la tecnología, tenemos que redefinir una cuestión central: nuestra libertad. Sería interesante resignificar nuestra libertad sin que nos encandile esa luz, para podernos preguntar, con honestidad, si los cambios tecnológicos nos han brindado herramientas para apropiar nuestra existencia en libertad o si es una forma sutil de dependencia afectiva. Lo más probable es que estemos atados por lo que nos brinda la tecnología. Este sistema tecnológico no sólo controla nuestras emociones, sino que fabrica o moldea nuestros deseos. A través del filtro que realizan los algoritmos en las redes, nos ofrecen simulaciones de experiencias a nuestra medida, creemos que elegimos sólo lo que nos gusta, y aquello que incomoda o que no estamos de acuerdo lo descartamos, pero ni eso podemos hacer. Estamos atados a lo que dictan los dispositivos electrónicos. De esta manera, pensamos que podemos construir pequeñas burbujas a nuestra medida. Tenemos la sensación de que elegimos aquello que queremos, pero en el fondo ni sabemos qué queremos para nuestra vida. No sabemos, porque ya no identificamos nuestra existencia como una pregunta abierta sino como una respuesta programada. Heidegger afirmaba que el ser es el que pregunta acerca de su ser. Es decir, yo, Manuel, soy un ser que puedo interrogarme acerca de lo que me es más propio. Soy una pregunta inacabada. Aunque esté condicionado por los patrones que marca la sociedad tecnológica no estoy determinado. Al preguntarme por mi ser, me pongo en cuestión, tácitamenteme estoy preguntando por mi ser, pero este ser es una moneda que tiene dos caras, me pregunto por mí mismo y al hacerlo me pregunto por mi ser en el mundo donde habito. Esto hace que yo me construya como sujeto de decisión. Sin embargo, tengo la sensación de que, en nuestra vida, sólo entra y sale eso que ya alguien ha previsto que ocurra. No tenemos espacio para que acontezca una experiencia, solamente hay tiempo para lo que programa el sistema tecnológico. Confundimos nuestra libertad con la manera de programar y acumular intensidades, reducimos nuestra vida a simplemente gestionarla. Programamos los temas de nuestro interés, quitamos y ponemos en nuestros contactos de Facebook a nuestro antojo, diseñamos y seleccionamos el tipo de personas que sabemos que nos gustan. En pocas palabras, optamos por aquello que nos dicta el algoritmo y pensamos que eso es lo que queremos. Al vivir desde las respuestas programadas, difícilmente cabe el podernos cuestionar si esto que me está pasando puede ser lo mejor o existen otras cosas que me pueden dar mayor vida. Pero, en estos días, no creo que exista en nuestra conciencia embelesada por el sistema tecnocientífico, una capacidad de abrir espacio para el encuentro con lo desconocido. No está en nuestro panorama lo imprevisto. Estamos sumergidos en nuestra agenda electrónica que va indicando qué hay que hacer en un día cotidiano, pero con dificultad cultivamos un tiempo para que entre lo extraño. Lo extraño siempre incomoda, inquieta, interrumpe nuestra vida

RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3