Rúbricas 16

117 Rúbricas XV Humanidades digitales Además, por si fuera poco, un museo de adn que recupera las remembranzas de Alejo, personaje principal de la novela. Un hombre que sólo quiere volver a la piel, a restituirse como humano después de intentar la eternidad en cuerpos mecanizados que custodiaron su memoria, sus memorias. Si el cambio de organismo pudiera resultarles una recurrencia en las novelas de ciencia ficción, Porcayo le da una vuelta de tuerca, porque no se pretende buscar como fin último la juventud, ni el cuerpo más apto, sino un receptáculo capaz de proteger y restituir la memoria cueste lo que cueste. En ese intento de búsqueda de una entidad que la albergue (robots fallidos, clones de distintas edades sanos o enfermos, hasta un edificio inteligente), el protagonista se va enfrentando a algo que sólo la naturaleza humana puede crear: recuerdos, los cuales le serán propios y ajenos al mismo tiempo. Nos reencontramos, en esta historia, con la exploración ancestral y obsesiva de todo ser humano: quién soy, qué soy, al grado de fabricar aberrantes criaturas, imágenes fallidas y dislocadas de un Alejo original, que de tanto copiarse y reproducirse acaba por perderse en un laberinto mental multiplicado en cada una de sus creaciones. Así, los cuerpos que Alejo habita, de acuerdo con sus circunstancias de nacimiento y vida, le van ofreciendo variantes a su personalidad, a su manera de elegir y de existir, provocando una puesta en escena de la paradójica existencia del devenir humano. En la novela hay una serie de revelaciones en torno a quién es Alejo: “Si lo piensas, él sigue con su mismo cerebro, y aunque podríamos asegurar que de su original cuerpo robótico ya no queda nada, todas las mejoras han sido al mismo modelo” (p. 47). Porque “a veces es así: precisas de un estímulo externo para darte cuenta de ti mismo” (p. 17); frase que se enuncia, casi al inicio de la historia, proponiéndose la narración como ese estímulo que motive al lector a internarse en la compleja pesquisa del verdadero Alejo. Por ello, cuando terminé de leer el libro, me pregunté: ¿Qué tanto somos carne y qué tanto memoria?, ¿qué pasaría si pudiéramos dialogar con distintas versiones de nosotros mismos?, ¿será eso un tipo de eternidad o de longevidad?, ¿un pequeño triunfo sobre el tiempo? Tiempo que en la novela está roto en esa isla obsesionada por reproducir a un mismo hombre o a ¿sus falsos yo? Ese cúmulo de preguntas me llevó a recordar al filósofo místico medieval Meister Eckhart (1260-1328), quien afirmó: “Lo múltiple, en cuanto múltiple, no es”; porque, aunque aparente serlo en realidad no hay tal multiplicidad, y se debe luchar por conocer, por unificar los contrarios que nos determinan e impiden ver la totalidad de lo supremo o del yo unificado. Para finalizar, resalto que Volver a la piel se lee con fluidez, y resultan de gran acierto los contrapuntos emocionales por los que pasa el personaje principal, que va de la reflexión a la añoranza, de cierta melancolía al humor negro, a la ironía o el sarcasmo; porque Alejo se permite burlarse de sus “sí mismos”, y del posible único Alejo, al tiempo que intenta la unificación que los restituya en una sola memoria. ¿Lo conseguirá? El lector tendrá que descubrirlo en las claves, en las señales que Porcayo va proporcionando entre líneas, y sumarse, como otra piel, a la travesía de un hombre que, pese a todo, no claudicará en el intento, pues reconoce que la mejor parte de él está en recuperar su humanidad.

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