Rúbricas 16

104 escasa aureola y la erección de su pezón. Traga saliva, trata de seguir... Gira la cabeza y vuelve a ver el caminito de pus. Las arcadas le suben. Sonidos de regurgitación. Tos de garganta irritada. –Qué asco, wey... ¿no pudiste cubrirte la pinche herida, Luisa? ¿O lo hiciste a propósito? –Arrancaste la curación con mi leotardo... Pero el trato sigue, ¿no?... –Vamos viendo... yo todavía no pruebo carne... no doy nada por nada... –¿Qué sugieres? –pregunta Lois apretando los dientes, tratando de contener la furia que la llena y está a punto de desbordarse. –Lávate y vamos viendo... Mínimo de a perrito he de cogerte. Pero apúrale... Camina hacia el baño, con él, pegado a sus talones. Mientras se lava con extremo cuidado, él se prepara un par de líneas. Las aspira con ansia. Frente al espejo, Lois se termina de bajar el leotardo que se atora con los leggings en la cintura. –De una vez quítate todo... Y tráete otra toalla, no quiero que marches las colchas con tus infecciones... –y da la media vuelta. Lois busca a su alrededor y no encuentra una sola cosa que pueda servirle de arma–. Apúrate, Luisa, no tengo tu tiempo –enciende luces y arbotantes. La camadestella, blanca, bajo tanta luz–. –Pero no vas a filmarnos, ¿verdad? –¿Acaso prometí algo al respecto? Deja de quejarte, ¿quieres tu Seguro o prefieres seguir pudriéndote en vida...? –Y si tanto te repugno, para qué... –En la variedad está el gusto... Y nunca he estado con alguien sin un seno... Lois toma el borde de sus leggings y empieza a bajarlos. Justo en eso, llega el grito femenino. Luego la voz cascada, angustiosa: –Valentín... Valentín... –y es claro que se trata del licenciado Valente–. El aludido pela los ojos y baja a toda velocidad, con el torso desnudo. Ella acude al closet, elige una camisa blanca, se la pone y va cerrando los botones mientras baja la escalera. Mira, ahí, tirado al licenciado Valente. Miranda está de pie... su vientre lleno de sangre. Tiene la crinolina rota, desgarrado el frente del vestido y mira hacia la cocina. Valentín grita y señala a unHeriberto también lleno de sangre, sostenido por unpar de los guardias de seguridadde la empresa. Lois pulsa la teclademarcado rápido al 911. Escucha a la operadora y dice al micrófono de susmanos libres: –No puedo hablar, hay un asesinato en progreso. Dejo el micrófono abierto. Rastreen mi llamada... Esperen videos. –¿Por qué no lo detuvieron antes? –reclama Valentín y sostiene la cabeza de su padre que ha perdido el sentido y se desangra por una herida en el vientre–. ¿Dónde estaban cuando Heriberto lo atacó? –Afuera, en la fiesta. Todomundo sabía queHeriberto andaba pretendiendo a Miranda –contesta alguien–. –¿Y eso a mí qué chingados me importa? –Tu padre no debió meterse con ella... –Podemos hacer lo que nos plazca, son nuestros pinches empleados... ¿Ya llamaron a la ambulancia? –No... –responde uno de los guardias. –La policía ya está avisada –anuncia Lois, terminando demandar links con su celular–. Ya vienen en camino y ya tienen los videos. Y también estamos en streaming en este momento.

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