Rúbricas 13

82 constantemente abordamos y teorizamos en algunos ámbitos como el académico, pero en los que la víctima parece tan lejana a nosotras, que no nos atrevemos a mirarnos en un espejo o a preguntarnos cómo nos miraríamos o nos miran del otro lado de éste, como sucedió con Lesly, protagonista de la siguiente historia: “Me pasó a la otra habitación, del otro lado del espejo, y me di cuenta de que se veía todo lo que ocurría en la sala”. Los títulos de estas historias nos entregan retazos de vidas compartidas entre mujeres que han sido víctimas de hombres, de otras mujeres, de sus familias, de las autoridades, de un sistema: cuerpos y almas con emociones que sobresalen entre muros, rejas y piedras descorazonadas. La historia que presento podría tener muchos títulos, por ejemplo, “Si me hubieras dejado ser monja, no estaría aquí”, esto porque la autora le recuerda a su madre que, seguir ese camino, le hubiera evitado llegar a prisión. También pudo llamarse “Llevo siete, casi ocho años sola y soy la mujer más feliz”, porque después de leer la forma cómo todos esos hombres circulan, victimizan y se apropian del alma y lastiman la dignidad de Lesly, la soledad ilumina las entrañas. Los títulos son muy sugerentes, pero el dolor que entrelaza las historias podría verse linealmente o en espiral. Linealmente porque pareciera que los retazos de historias y de vidas pasan por condiciones parecidas que las hacen encontrarse y caminar juntas. En espiral porque se asemeja a esa dimensión en la que los actos y sus efectos crecen y nunca se terminan. El pasado que Lesly nos cuenta surge de la pregunta: ¿cómo inició todo? Y entonces sabemos dónde nació, como eran su papá y su mamá, cómo le iba en la escuela, cómo se llevaba con sus hermanos, la temporada en que llegaron a vivir con ella unos primos, quienes finalmente se fueron y quedó agradecida porque su casa recobró el silencio. Están presentes los problemas económicos y la enfermedad de su papá al rememorar la primera vez que no tuvieron para comer: “No teníamos nada”. “Cuida a tus hermanos, ahorita regreso, voy a ver si la señora a la que lavo tiene algo de trabajo. No me tardo […] cuando lo hizo, fui la niña más feliz del mundo. Traía dos bolsas grandes de mandado”. Por el peligro del Distrito Federal y el lugar donde vivían, su familia se trasladó a Puebla donde pasó todo. El nacimiento de sus hijos, sus parejas, sus trabajos y su doble vida, como ella la llama, al convertirse en “sexoservidora”. Así relata los estigmas que vive una mujer que ejerce la prostitución: los miedos, los beneficios, los daños, las formas de estar atrapada entre “los padrotes, lenones, clientes”, la interpretación que se hace de la ayuda y la benevolencia de la gente que administra ese negocio, muchas veces disfrazado y oculto. Con sus propias palabras, Lesly narra esa primera vez: “Ese primer día se terminó rápido con ochocientos pesos en el bolso y con una gran sonrisa, pero con el alma destrozada. Nunca pensé venderme”. Otros tramos de la historia recuerdan aquello que Dolores Juliano sostiene en su libro Excluidas y marginales, respecto a que las cuidadoras y quienes realizan trabajos para los otros, generalmente perciben menos dinero e, incluso, a veces, no obtienen pago alguno, pero son altamente valorados. En cambio, algunas actividades remuneradas en las que se incluye a la prostitución, en ciertos casos, reciben pagos decorosos, pero son altamente estigmatizadas. Como la misma Dolores señala, la soledad y la pobreza de las mujeres que se han dedicado a las tareas domésticas en un ámbito socialmente reconocido como “la familia”, igualmente han vendido su cuerpo a cambio de reconocimiento, casa y comida. Esa vejez y esa soledad también es compartida, entonces, con las mujeres prostitutas. Lesly narra, con total transparencia, eso que ella llama “sus dos vidas”: […] empecé a vivir dos vidas muy diferentes. La de señora duraba todos los días que iba a mi casa y estaba con mis hijos. Me gustaba que la gente me tratara con respeto, y más cuando mis hijos iban a mi lado. Era responsable, educada, amable (y no es que ahora no lo sea, pero antes era falsa). La otra vida era la de puta. Me encantaba, podría hacer lo que me gustaba (sexo), lo que quisiera, vestir sexi, ser vulgar. Era educada cuando quería y dependiendo de con quien estaba. El respeto y la educación duraban poco, se quedaba afuera de la habitación. Esta es una historia llena de detalles, colores, formas, olores; describir lo más cotidiano parece simple o evidente, pero sus recuerdos son tan precisos que, de repente, a partir de esos lugares comunes, es posible trasladarse y casi mirar, tocar, sentir, temer. Estas son sus estampas: • El lugar donde habitábamos se volvía cada vez más peligroso, no se podía salir a la calle sin temer que tal vez ya no regresarías vivo • Por las mañanas, mi abuelita me ponía a hacer tortillas a mano porque, supuestamente los hombres no eran como los de la ciudad que aceptaban las tortillas compradas; no, ahí les gustaban calientitas, recién salidas del comal • Me senté en una de las diez sillas formadas, la tele estaba encendida

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