Rúbricas 12

118 se recupera a sí mismo en su presente, a sus noventa y tantos años. El camino de Francisco no es distinto: el encuentro con sus recuerdos, son su más vívido presente. Pedro y Francisco, dos vidas que vienen de la misma raíz comparten la convicción de que para vivir es necesario poner los pies bien plantados sobre la tierra. Se trata de dos seres humanos que luchan por construir un lugar mejor para todos. Cada uno en su tiempo, enfrentando al poder, a las instituciones, logra avanzar en esta difícil tarea de hacer un mundo más justo y fraterno. Sentado junto a ellos puedo advertir en el rostro de cada uno, el inmenso respeto que se tienen. Porque enfrentar al poder no es cosa fácil. Se requiere tener razones suficientes para hacerlo, una sensibilidad profunda y, sobre todo, una espiritualidad libre, capaz de sostenernos cuando se trata de abrir nuevos caminos. A lo largo de todo el libro, Francisco nos invita a recuperar la voz, porque al nombrar el mundo reconocemos cuánto de lo que decimos nos pertenece, nos permite decantar la voz ajena de la propia. El ejercicio de nombrar, de nombrarse, redescubre al ser dándole una dimensión diferente. No se trata de volver sobre las palabras gastadas, sino de pronunciar un caudal de sonidos nuevos, profundamente arraigados en la cultura y en el corazón; porque las palabras, siendo una expresión que nos distingue como humanos, se han debilitado debido al uso superficial que hacemos cada día de ellas, al grado de desconocerlas, de sentirlas ajenas. Nuestra manera de vivir nos ha hecho repetidores y no creadores de palabras. Don Pedro y Francisco son memoria viva. Voz propia. Por eso podemos reconocer que, en la medida en que hablan de su historia buscando las palabras que mejor la nombren, ejercen un acto de resistencia. Al leer estas páginas he podido acercarme a un momento de comunicación/comunión. Francisco y su padre se dieron esa oportunidad y a través de este libro, nos invitan a caminar con ellos o simplemente estar junto al fogón, con un café caliente, oliendo las tortillas recién hechas, resguardándonos del frío que hace más allá de la puerta, pero sabiendo que el calor que se desprende de ese encuentro humano, tiene la fuerza de salir por la ventana, correr por las calles, trepar a los montes, juntarse a otros calores humanos ricos y profundos. Puedo decir que una de las funciones de este libro es contribuir a hacer del mundo un espacio más cálido para todos. Ahora escucho la voz de Pedro hablando del maíz, del pulque, de la Malintzin, y los ojos atentos de Francisco miran a su padre agradeciendo su presencia. Tzinacapan y Malitzin. El encuentro, es un libro lleno de gratitud y amor por la vida. Qué fácil y qué difícil es darnos el tiempo para vivir la vida que hemos recibido; por eso, es siempre bien recibida una obra que nos señala uno de tantos caminos para hacerlo. "Libros como el de Francisco Sánchez Conde: Tzinacapan y Malintzin, el encuentro, caracterizado como etnoliteratura nos permiten armar rompecabezas culturales latinoamericanos, algo muy apreciado en Europa, pero que tiene poco desarrollo en México” concluyeron los comentaristas en la presentación del libro Fotografía: Universidad Iberoamericana Puebla

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