Pasos 3

Celine Armenta Olvera* P ese a lo que se diga, la evaluación áulica no es inherente al proceso de enseñanza-apren- dizaje, ni indispensable para asegurar su ca- lidad. Antes de que creáramos la evaluación, aprendíamos mucho y bien; y a diario apren- demos significativamente sin que la evalua- ción se entrometa. En cambio, en nombre de la evaluación se cometen “pecados” que da- ñan, más que mejorar, los aprendizajes. Por ejemplo, la indolencia estudiantil, de la que tanto nos quejamos los docentes, ¿no estará causada y reforzada por la evalua- ción, cuya omnipresencia perpetúa abusos de poder por un lado, y deshonestidad por el otro? Evaluación se identifica con sufrimien- to; aprendizaje, con gozo. Los mismos estu- diantes reacios a llegar a clase se desvelan aprendiendo saberes de todo tipo. Los pecados de la evaluación se de- ben en buena medida a la ignorancia. Evaluar es tarea de enorme complejidad. Gobernan- tes y autoridades educativas parecen ignorar- lo, tal vez porque no han aprobado cursos de evaluación de aprendizaje, ni de aprendizaje a secas. Nuestra tarea docente consiste en ser profesionales ejemplares de las ingenierías, las ciencias económico-administrativas, so- ciales, puras y de la salud; las humanidades, el diseño y la arquitectura; y además promo- ver aprendizajes eficazmente. Por siglos he- mos enseñado según la tradición caverníco- la: de viva voz y dibujando en las paredes. Apenas ahora sabemos sobre el aprendizaje lo suficiente para transformar nuestra docen- cia. ¿No deberíamos abocarnos a ello en vez de pretender que evaluamos? Se ignora que una evaluación carente de validez no sólo es inservible, es pernicio- sa porque roba tiempo de aprendizaje. Los instrumentos que usamos tienen poquísima validez; no son sensibles a lo que queremos evaluar: reflejan aprendizajes previos, bagaje genético y afinidad entre docente y estudian- te. Los ensayos, por ejemplo, son inválidos por las escasas habilidades de redacción del universitario promedio. peor, por cómo distribuyen calificaciones. Y hay docentes, muchos, que invierten en evaluar y calificar tareas y exámenes, valiosos tiempos que podrían dedicar a diseñar actividades de aprendizaje, o a aprender más sobre sus propias profe- siones y disciplinas, y cómo enseñarlas. En vez de compartir iniciativas didácti- cas, las instituciones publican temas de evaluación; y en vez de alentar comuni- dades de aprendizaje, promueven una cultura de evaluación. Evaluar nos roba tiempo, energía, entusiasmo. ¿Vale la pena? ¿Los apren- dizajes mejoran por ser evaluados? ¿La docencia se transforma? Lo dudo. ¿No sería más honesto eliminar la pretensión de evaluar aprendizajes áulicos y dejar de usar las calificaciones como instrumentos de control y poder; reconocer que no somos evaluadores, y mejor dedicarnos a crear situaciones pertinentes para que los estudiantes aprendan? Dado que la estructura institucio- nal nos exige calificaciones, podemos seguir asignando trabajos y aplicando exámenes que ayuden a aprender; otor- guemos puntos a quien realice bien es- tas y otras actividades de aprendizaje, ¡y propongámonos que, salvo excepción, nuestros estudiantes las realicen tan bien, que no haya reprobados ni notas bajas! La idea no es nueva. Ya decía Cronbach, pionero en evaluación, que los buenos exámenes mejoran los aprendizajes, la distribución de instrucción y el estudio independiente. Si se diseñan pedagógi- camente, las actividades que se califican pueden “enseñar” con más eficacia que una exposición magistral o una dinámica. Un examen así, por ejemplo, se califica enseguida para aprovechar el interés ge- nuino del estudiante por sus resultados. La retroalimentación inmediata le ayuda- rá a comprender por qué cometió errores y cómo logró los aciertos. Sé que suena utópico, pero es ex- tremadamente realista: evaluemos rigu- rosamente en los espacios curriculares de síntesis y evaluación; reconozcamos que el resto del tiempo apenas alcanza para aprender. Parece ignorarse también que al tratar de evaluar aprendizajes somos juez y parte. En muchos sentidos, lo que evaluamos es nuestro propio desempeño, que no siem- pre es equitativo para la diversidad de estudiantes. Y entre tantos pecadillos destaca un pecado grave: la evaluación está suplantando a la promoción de aprendi- zajes. Hay instituciones que no juzgan a sus docentes por la eficacia de su enseñanza, sino por su manera de evaluar; o *Coordinadora de Maestrías para Formación de Profesores celine.armenta@iberopuebla.edu.mx c o n t e x t o s Pecados de la evaluación 5

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