Gaceta de Literatura IBERO Puebla

Gaceta de Literatura IBERO crónica • ensayo • cuento • poesía • fragmento • écfrasis • reseña • fotografía • ilustración • marginalia Otoño 2023/Núm.04 Fotografía: itzel Abril frias cruz y agla atenea ramos hernández

Mario Ernesto Patrón Sánchez / Rector · Lilia María Vélez Iglesias / Directora General Académica · Ana Lidya Flores Marín / Directora del Departamento de Humanidades · Sebastián Pineda Buitrago / Coordinador de la Maestría en Literatura Aplicada · Diana Jaramillo Juárez / Coordinadora de Literatura y Filosofía · Tatiana Vázquez Niconoff / Jefa del Laboratorio Editorial Edición: Aina Canales Haces Cerviño · Mauricio Escobar Liceras · José María Sánchez Hernández · María de Lourdes Serrano Romero Diseño: Itzel Abril Frias Cruz · Ana karen Pérez Alarcón · Daniel Leon Romero · Agla Atenea Ramos Hernández Fotografía: David Arrollo Ortega · Itzel Abril Frias Cruz · Daniel Leon Romero · Camila López Cuspinera · Paulina Martínez Ávalos · Ana Karen Pérez Alarcón · Agla Atenea Ramos Hernández Los textos de esta gaceta son responsabilidad de los autores. Las opiniones no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Se editaron e imprimieron 100 ejemplares en el Laboratorio Editorial de la IBERO Puebla. Dudas, comentarios y futuras participaciones a: gaceta.literaria@iberopuebla.mx Visita la edición digital en: https://repo.iberopuebla.mx/servicios/gacetaLiteratura/04/ Fotografía: itzel Abril frias cruz y agla atenea ramos hernández El tema de esta Gaceta de Literatura Ibero fue «Salud mental». SOY UN JARDÍN DE AGONÍAS ROJAS Y NEGRAS. LAS BEBO, ODIÁNDOME A MÍ MISMA, ODIÁNDOME Y TEMIÉNDOME —Sylvia Plath (Tres mujeres)

S e ha convertido un lugar común hablar de «salud mental». Este número de la Gaceta de Literatura IBERO se suma al discurso (en términos foucaultianos). Personalmente, me congratulo por esta iniciativa: una alternativa para desmontar una verdad convertida en discurso hegemónico, es cuando se le otorga un estatuto, se toma distancia de ella, se le piensa y reflexiona, y, como es el caso, se pone en circulación a través de la palabra en sus múltiples manifestaciones (cuento, poema, crónica, ensayo, aforismos…). Científicamente, ya se ha tocado mucho el tema; qué bien que, desde el estudiantado, se hable de él ahora desde lo simbólico, la metáfora; en pocas palabras: desde el lugar de apertura que brinda lo literario para ver otras facetas no evidentes a la mirada común. Con lo dicho, no estoy negando la realidad a la que el concepto hace referencia. ¡Líbreme Dios de intentar tapar el sol con un dedo! Es decir, de minimizar el alza de suicidios, de estrés, de depresión, de ansiedad y todo ese conglomerado que abarca la salud mental ―o la falta de— en personas concretas. Darle un estatus de discurso, nos permite mirar más ampliamente y problematizar lo que posibilita la aparición del concepto, así como la urgencia de su abordaje. Entender la salud mental como un concepto cerrado, exclusivo del enfoque médico-clínico, nos da pautas de acción que son indispensables para su tratamiento y atención. Abordar el concepto desde lo filosófico, lo sociológico, lo antropológico, lo económico e incluso lo espiritual (por mencionar algunas disciplinas), nos abre múltiples preguntas, igualmente urgentes. Justo ahí podemos encontrar una grieta en el discurso para entender la salud mental como síntoma ―e incluso como signo― que apunta a algo más. ¿Cómo abordar éticamente una sociedad que genera un número tan alto de personas que se suicidan? ¿Qué sistema económico orienta a las personas a preocuparse más por el capital económico que por su bienestar, en el sentido amplio de la palabra? ¿Qué tipo de trabajos creamos que nos hacen priorizar la productividad laboral más que el descanso y la recreación? ¿Por qué el discurso dominante es el éxito individual? La educación que se brinda ¿direcciona a las personas a la dicha, al diálogo y a la colaboración en el conocimiento o a la obsesión estresante por sobresalir del resto en términos ególatras? ¿Por qué el ocio tiene una carga negativa en nuestro contexto (el ocio es la madre de todos los vicios)? ¿Qué relaciones podemos encontrar en las tradiciones de sabiduría y espiritualidad Óscar Gallardo Frías oscar.gallardo.frias@iberopuebla.mx

para salir del imperativo de la productividad y éxito? ¿Por qué las personas de la tercera edad ―antaño quienes detentaban la sabiduría― ahora son proscritas del sistema? El abordaje, aunque hablemos de la misma realidad, tiene consecuencias radicalmente opuestas. Desde la mirada médico-clínica, la persona sin salud mental tiene que entrar en un tratamiento (ya sea, a través de la medicación o de un enfoque psicológico clínico). Por lo tanto, el problema está en la persona, ella ―y solo ella― es la responsable de su cuidado y atención. ¿Por qué perdió la salud mental? Quizá porque no se adaptó a su contexto; probablemente porque no supo poner límites; porque no está segregando cierta sustancia en su cerebro, etc.; en definitiva, por su culpa o la de su organismo. El contexto permanece intacto y normal. Ella (la persona) es el problema: la anormal (para volver a Foucault) a la que es necesario normalizar, es decir, hacerla funcional. Revictimizada, pues. Aparte de que no tiene salud mental, es culpable de no tenerla. Abrir la perspectiva nos permite entablar diálogos entre el contexto y la persona. Tomar distancia de respuestas ya dadas (necesarias, indudablemente) que no agotan el fenómeno. Elaborar nuevas preguntas desde otros saberes para problematizar no únicamente a las personas sino a la sociedad, al discurso hegemónico y al sistema económico que, quizá, podría estarse beneficiando de seguir hablando de salud mental por el consumo de productos de la industria farmacéutica. Felicito al equipo editorial de la Gaceta por ayudarnos a pensar el tema de la salud mental desde este espacio abierto que es la literatura. Bienvenidas las provocaciones literarias. Fotografía: David Arrollo Ortega

María José de Lara Fernández mariajose.delara@iberopuebla.mx Aranza Minor Aguilar aranza.minor.aguilar@iberopuebla.mx En una noche de diciembre, presencié como una mujer tomó a su hijo y lo plantó debajo de un árbol. Todos dicen que fue un sueño, pero ¿cómo pueden explicar el nacimiento de aquel rosal, que nunca ha dado rosas, en escena del crimen? Sospecho que cuando el otoño nos abraza trae consigo una fiebre de nostalgia y demencia. Los demonios se persignan. Las lágrimas se desbordan de las coladeras. Las enfermedades se encarnan hasta en el cuerpo. El otoño hace que todo sepa amargo. Se disfraza de insomnio. Se pinta de silencio. Se aloja en los más recónditos miedos. Habita en las vidas nocturnas y se levanta a las tres de la mañana con resaca. Cita el salmo noventa y uno y se pone las ropas al revés. En el otoño se queman veladoras en memoria de los despedidos. Se amarran cordones rojos de lado del corazón. Los tiempos del otoño son los tiempos embrujados. Pero ya vendrá diciembre con su exorcismo para devolvernos la carne en el pan, la sangre en el vino y la sal de esperanza. Fotografía: David Arrollo Ortega

Estaba hundido entre las rocas del encierro de este terror que me acecha la garganta que me impide invocar alguna llamada de auxilio que se eleva como el fino hilo del humo enviando señales. Estaba circundado por tal monstruo cuya sustancia desconozco y me hacía huir por esos pasillos infinitos que dibujan el mapa de tus venas: paraliza tu sangre te da escalofríos al creer que diluías esa sustancia del olvido que te carcome las uñas del miedo. Estaba anudando el velo que crujía en la balanza del pánico, mi cuerpo, mi cadáver, dentro del ombligo de Eva esperando algún faro que me indique hacia dónde ir. Diego Nava Zerón diego.nava@iberopuebla.mx Fotografía:Camila lópez Cuspinera

Agradezco profundamente a Mar, sin ti este proyecto nunca hubiera sido. ue tu sombra esté en paz contigo, que te carcoma despacio y no luches en su contra. Aprende de ella, abrázala, siéntela, escucha como suena,y clasifica sus tonos de gris, cuánto tiempo está escondida y qué hace cuando aparece. Que no te agarre por sorpresa. No le temas. Llegará un tiempo en que la ansiedad se presentará de manera constante, te seguirá a todas partes, como una sombra. De vez en cuando se esconderá debajo de la cama o de las sábanas, en tus zapatos o en tu bote de ropa sucia, pero siempre volverá al acecho, aparecerá y te seguirá hasta manifestarse de forma física, en forma de dermatitis en tus manos, haciendo que se descarapelen y piquen, hasta que, de tanto rascarte, te hagas daño. Darle nombre a tu ansiedad te hará sentir fuerte y te ayudará a mostrarle a las personas lo que es una sombra, desde tus ojos y tus vivencias. Aprenderás a vivir con tu sombra, a disfrutar de sus cortas o largas estadías, de su ausencia, de sus cambios. Ya no te tomará por sorpresa y sabrás coexistir con ella, porque las sombras se ausentan, pero nunca se van. Camila López Cuspinera camila.lopez@iberopuebla.mx

Elena Soriano 181844@iberopuebla.mx Qué pasa cuando ves al espejo y detestas a quien te mira de vuelta? Una suerte de furia por no encajar, por no tener el rosto perfecto, el cuerpo perfecto o el carisma que todos esperan que tengas. Me convierto en una presa, en un ser subyugado por un peso invisible, siempre presente e inescapable. Días de aprisionamiento en mi soledad, en el miedo de salir y no ser suficiente, de asustar al mundo con la autenticidad de mi ser. Acercándome al mundo con timidez, en espera de ser renegada, observando rostros más bellos y gente mejor vestida. Con el pensamiento constante de que todos se dan cuenta de lo profundamente miserable e inservible que soy. Ignorando toda señal de que hago las cosas bien para recluirme en la música de mis audífonos y el silencio de mi voz, con la mirada pegada al suelo. Anhelando ser amada al ocultarme, esperando encontrar cariño en las esquinas alejadas del resto del mundo. Alimentando mi miseria con cada día que pasa, con cada vez que entierro la cabeza en la almohada, testigo del llanto que no llega a sanar un alma profundamente herida por las voces de su pasado. Voces incesantes en su podredumbre. Una expareja recordándome la culpa de hacerla miserable, amigos de mi hermano callándome por tratar de hacerlos reír, mis padres regañando mi incompetencia, todas heridas de un pasado manifiesto en el espejo, en el odio autoinfligido, en las ganas de desaparecer del mundo al que no pertenezco. En espera de un escondite que me lleve a encajar por fin. ¡Y me refugio...! Me refugio en el búnker de materias y trabajos interminables, ¡deseando que el trabajo me libere del peso de existir! Haciendo las pocas cosas para las que creo que soy buena… hasta encontrarme con alguien que conoce las teorías mejor que yo o un error ortográfico en aquel ensayo aparentemente perfecto. Regresando a un ciclo interminable de dormir y despertar, sin sentir nada más que el vacío al enterrar mi nariz en los diarios del pasado, en espera de encontrar una peor versión de mí, para darme cuenta del estancamiento, de mi regresión. Pues aquel hombre que solía ser, que cesó de existir, llegó a levantarse para que el mundo lo confinara a cuatro muros y un cubrebocas. ¿Dónde quedó Luis? El que era invitado a fiestas, el que hacía amigas y salía con personas que le gustaban. ¿Por qué Elena, siendo más auténtica, es tan miserable como él? ¿Por qué soy tan miserable como cuando mi corazón fue destrozado? ¿Por qué soy tan retraída como en aquellos recreos de mi infancia distante? Del otro lado del espejo

Del otro lado del espejo Y me quedo en los pasillos sin respuesta, con la mirada miserable, con miedo a abrir la boca en la mesa de mis amigas contando su día, luchando por comentar algo, temiendo sonar estúpida. Con ansiedad a lo desconocido, de acercarme a la persona que me gusta, de hablar con el compañero que se ve amigable al otro lado del salón; aprisionada en la trampa de mi autopercepción, en el silencio de mi voz. Sin resolución alguna ni final feliz esperándome al otro lado del espejo. Fotografía: David Arrollo Ortega

―Tu falda se parece a la del uniforme de mi secundaria. ¡Qué sexy! Le sonreí incómoda. Me dejé caer en la silla del restaurante y una serie de recuerdos invadieron mi mente, traté de ignorarlos. No funcionó, mi corazón empezó a latir muy fuerte, me sudaban las manos, mefaltaba el aire. Las lágrimas rodeaban el borde de mis ojos. Me voy a morir, me voy a morir, me voy a morir. Traté de pensar en otra cosa. Giré los ojos evitando parpadear, porque, si lo hacía, las lágrimas caerían. Respiré profundo e intenté no ser tan ruidosa, para que nadie lo notara. Sentí que todos me miraban. Jugué con los dedos de mis manos para distraerme. Aquí no, por favor. Aquí no. No quería ceder. Empecé a contar en números pares para ver si al concentrarme en algo más, detenía toda la maquinaria que me dirigía hacia la crisis. Dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce… A los catorce tuve mi primera crisis de pánico, fue un jueves al llegar a casa desde la secundaria. Lloré como nunca. Estuve recostada en mi cama, cubierta de pies a cabeza por una cobija, aún tenía la falda del uniforme puesta. Pasé así las horas hasta que oscureció. Esa noche cené sola, aunque no tenía apetito sino miedo y asco. Quería morirme, no volver a salir nunca, ser invisible, dejar de existir. Al otro día usé el pants de deportes y estuve callada en todas las clases. Tenía la cara hinchada de tanto llorar, pero ningún profesor me preguntó qué pasaba. Tomé otro camino para llegar a casa y estuve con todos mis sentidos alerta, esperaba que ese día nadie me siguiera. Dieciséis… A los dieciséis yo preveía cada paso que daba, cada acción que ejecutaba, eso me hacía sentir un poco más segura. Todas las mañanas seguía una rutina y un camino que conocía de inicio a fin, pero aun así, había días en los que me ponía nerviosa. Sentía náuseas, mareo, agitación y un miedo incontrolable de tan solo imaginar que nada saldría como lo planeé. A veces no podía con tanta incertidumbre y me la pasaba consternada casi todo el tiempo. Mi primer novio se dio cuenta de esto y me dijo que debía dejar de exagerar. Hannia Miroslava Soto Hernández hannia.soto@iberopuebla.mx UNIFORME ESCOLAR

Dieciocho, veinte... A los veinte traté de suicidarme porque ya no podía con todo lo que sentía, no funcionó. A los veintidós decidí ir con la psicóloga que me remitió con la psiquiatra —trastorno de ansiedad generalizada y depresión. Me diagnosticaron luego de casi seis meses en tratamiento. A partir de ese momento mucho de mi vida tuvo sentido. Después vinieron muchas terapias, sesiones en grupos, llantos, medicamentos y trabajo emocional. Hubo una época en que la vida se percibía más ligera, pero nadie te avisa cuándo, eso que trataste de eliminar, puede volver, o qué lo puede detonar.—La sanación no es lineal—. Me dijo la psiquiatra la primera vez que recaí. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Volví a respirar profundo, tomé mis cosas y me levanté de la mesa donde todos estábamos comiendo y me fui. No me despedí. Quería irme de ahí lo más rápido posible porque la explosión me perseguía, necesitaba huir antes de que todo colapsara. Veintidós, veinticuatro, veintiséis... veintidós, veinticuatro, veintiséis... veintidós, veinticuatro, veintiséis... Todo el camino a casa estuve jadeando, sosteniendo el llanto, pensando en estos tres números y lo imposible que era visualizar los que le seguían. Mi mente estaba bloqueada, no podía pensar en nada más. Llegué y traté de resistir otro poco. Me tomé las dos pastillitas blancas que me habían recetado en casos de emergencia, tardaban de 20 a 30 minutos en hacer efecto. Me recosté en mi cama y comencé a sollozar, después vino el diluvio. Veintiocho, treinta… Treinta... Treinta minutos. Comencé a sentir mucho sueño y una tranquilidad inmensa. Yo no pedí depender de una pastilla en mis momentos de crisis, pero tampoco pedí que abusaran de mí un jueves, regresando de la escuela, mientras usaba la falda del uniforme. La imaginación es la loca de la casa. ―Santa teresa de Jesús

Ojos hinchados y el sol quemándome el rostro apenas despierto. El cuerpo me pesa como si fuera ajeno y apenas es mediodía. Todas las noches, optimista, configuro mi alarma para que suene a las siete de la mañana, pero desde hace mucho no encuentro las ganas de levantarme a tiempo, ¿para qué? Llegar nunca es tan urgente. Mis amigas me arrastran a clases de yoga, meditación, taichí, danzaterapia y reboto entre espacios new age en los que la gente parece haber salido de la propaganda de Palacio de Hierro ¿Qué problemas puede tener una güera que está a mediodía en una sesión de yoga en un gimnasio de Angelópolis? ¿Qué problemas puedo tener, que, como ella, estoy en la misma clase? Entro al baño y abro la regadera. Decido seguir los consejos de una de mis amigas psicólogas (¿será que las busco así, hasta con la maestría en psicoterapia, para que practiquen conmigo?) y me decido por un regaderazo con agua fría. Paola me dijo que así me acostumbraría a la incomodidad: practicando estar en calma en un espacio en el que, aunque tengo el control decido no tomar lo que me gustaría. Frustrar mi deseo y bajar la temperatura. Debajo del chorro de agua aún tibio pienso que es un ejercicio idiota. De por sí la vida no me da lo que quiero, ¿y ahora vengo a tratar de ser irónica conmigo y hacerme sufrir por simple hastío? Aun así, respiro profundo y modulo la temperatura del agua para que esté fría. Se me olvida cómo funcionan mis pulmones y trato de jalar más aire, la espalda se me entume como a una abuela, ¿cuántos años tengo?, ¿en qué momento dejé de preocuparme sólo por ser bonita y comencé a fastidiarme con estos síntomas que se le parecen tanto a la vejez? Mi cuerpo es el de una mujer joven de veinticuatro años, diferente al cuerpo de cuando tenía quince y los senos se me estaban desarrollando y lo miraba tanto. Siempre he creído que el momento en el que una se da cuenta de que las chichis le están creciendo es en el que dejan de hacerlo, son tímidas, al menos las mías ¿Con este tipo de baños se supone que voy a controlar mi ansiedad y mis ganas de matarme? Mi cuerpo es un cuerpo en medio de la neblina de la carretera que va para la Ciudad de México, un cuerpo olvidado, cuerpo atropellado, cuerpo que no levantan y que se desintegra y fractura con el paso de cada llanta y se queda embarrado en el asfalto oscuro. Mi cuerpo es un cuerpo sumergido en un charco gris de Puebla, de los que apestan, de Ameyali Avendaño Coronel ameyali.avendaño@iberopuebla.mx

los que llevan días sin secarse y a los que lo señores les escupen sus gargajos. Mi cuerpo es un cuerpo que no quiero voltear a ver y mi rostro es un rostro que desconozco y mi voz es una voz que se despide y nada pueden hacer las clases de yoga ni el agua fría por esta que soy que se muere por morirse. Fotografía: Daniel Leon Romero

Si estás buscando una comedia que ver el fin de semana, para desestresarte y despejarte de cuestiones existenciales que aquejan a la vida humana, Rotting in the Sun (Estados Unidos, México, 2023) del director Sebastián Silva está lejos de ser ese escape. Desde el comienLourdes Serrano Romero mariadelourdes.serrano@iberopuebla.mx T he Madcap Laughs (1970) es el resultado de una lenta y singular desconexión con la realidad, el testimonio de un ser que se ha deslindado casi por completo del género humano y que, poco a poco, ha ido formulando una concepción particular de la lírica, la armonía y el arte. Poco después de haber fundado una de las agrupaciones más influyentes de la historia, Syd Barret se dio a conocer más por sus actos que por sus composiciones: se sabe que con cada show, sus actitudes se volvían más y más erráticas, sus interpretaciones más pobres y su participación, en ocasiones, nula. Finalmente, una tarde de enero de 1968, en medio de delirios y ficción, aquel «diamante loco» cesó de brillar. El álbum del que aquí se habla no constituye una grandísima revolución estética ni mucho menos un parteaguas de la música; al contrario, como la mayor parte del género outsider music, The Madcap Laughs ha pasado casi completamente por desapercibido (de no ser por algunas figuras como David Bowie o John Frusciante, quienes le han catalogado como uno de sus discos favoritos). Gracias a temas como «Terrapin, Here I Come y Octopus», un aura empobrecida, íntima, en ocasiones circense y en ocasiones desquiciada, logra remitirnos a los inicios del rock psicodélico y el folk inglés (no es difícil recordar a los Beatles con canciones como «I am the Walrus», o a las propias grabaciones del The Piper at the Gates of Dawn). De más está decir que su compositor fue una víctima más de los excesos con narcóticos que la contracultura, en muchas ocasiones, ofrecía. Syd Barret pudo abandonar Pink Floyd, pero nunca abandonó la música. Ese es, quizás, el hecho más memorable de su existencia. José María Sánchez Hernández josemaria.sanchez.hernandez@iberopuebla.mx THE LAUGHS Rotting in the Sun: Una película para enfrentar la vida

zo esta película nos enfrenta a los espectadores, pues son notables las palabras que se narran de Emil Cioran y que abren la primera escena: «Solo los optimistas se suicidan». Sebastián Silva, que también aparece como personaje dentro de la película, está atravesando una crisis creadora y personal, lo que le lleva a realizar un viaje a la controversial playa de Zicatela. Allí conoce a Jordan Firstman, un creador de contenido, exótico en su forma de ser. En este momento la película se muestra sin pudor, pena o moralismos. Las actitudes hedonistas están presentes, y, sin embargo, se retorna a la idea del suicidio. A pesar de todas las escenas que muestran placeres y distracciones, se nos regresa a la cuestión de cómo hacernos cargo de una vida de la cual se perdieron las riendas. Y en el momento en que parece que la película transitará en un solo rumbo es cuando ocurre una vuelta de tuerca. Incluso ocurre un cambio de protagonista, en donde sus acciones nos conducen a lados oscuros de la mente humana, a los límites, que incluso nos enfrentan éticamente. Esta película nos muestra la crisis, las salidas que se buscan ante esta, para conducirnos a la misma inquietud del principio: lo incierto de la vida, en donde solo nos queda enfrentarla. Goya para los MALOS CRÍTICOS Mauricio Escobar Liceras mauricio.escobar@iberopuebla.mx La célebre colección de 80 grabados del pintor español Francisco de Goya llegó al Museo Internacional del Barroco el pasado mes de octubre y estará con nosotros hasta principios de febrero. Los Caprichos son resumidos como una serie de grabados que representan El Aquelarre (1798). Francisco Goya

una sátira de la sociedad española del siglo xviii. Lo cierto es que si bien algunos grabados son fáciles de interpretar como el n.° 26 «Ya tienen asiento», en donde rodeadas por hombres vulgares, dos mujeres de vestidos cortos y piernas descubiertas tienen la silla sobre la cabeza; hay otros que escapan al terreno de la imaginación donde los protagonistas son brujas, demonios y algunas criaturas monstruosas. En algún punto de nuestro recorrido por la exposición del museo, tras haber pasado el grabado n.° 43, «El sueño de la razón produce monstruos», mi acompañante exclamó a broma que Goya seguramente estaba mal de la cabeza para hacer semejantes dibujos. No pude evitar pensar que el crítico mediocre, contrario a esta exclamación, diría más bien que todos y cada uno de los grabados siguen siendo comunes y pertinentes en un presente asaltado por la delirante vorágine de la modernidad. Aquellos que tienen presente que nada humano nos es ajeno, sabrán que decir esto es lo mismo que decir nada, en la medida que desde el retrato de una cucaracha hasta las pinceladas del arte abstracto nos interpelan de una u otra forma. Por si fuera poco, hoy en día nuestros monstruos son otros: la crisis de sentido y la incertidumbre epidémica propia del siglo xxi. Es verdad que algunas cosas nunca cambian: los monstruos siguen estando en nuestra cabeza y hay quienes se enfrentan a ellos y vencen, quienes aprender a vivir con ellos en una tregua ambigua y llena de sobresaltos, y quienes desafortunadamente terminan al fondo de un barranco. Fotografía: Paulina Martínez ávalos

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