34 primavera verano 2015 El patrimonio biocultural a través de los árboles y sitios arbolados Cuando los españoles conquistaron la ciudad, en 1534, en el actual centro histórico había bosques de cedro (Hidalgo, 2007). Sin visiones forestadoras ni conservacionistas, convirtieron esos cedros y otras especies forestales en iglesias recubiertas de oro, casas y otras edificaciones de gobierno. En 1551 ya ocurrían disputas por las fuentes de madera y leña. Por ejemplo, cuando el Cabildo mandó reprimir a los indígenas que “tomaban” tierras en Uyumbicho (al sur de la ciudad) y demarcó con hitos el espacio. Si los indígenas eran descubiertos talando árboles recibían cien azotes y debían retribuir las tablas perdidas (Andrade, 2003a). Al tiempo que los árboles eran talados y se disputaban sus remanentes, surgió la primera iniciativa de un espacio público arborizado (para tener un espacio con árboles, pero también para consolidar la posesión castellana sobre un espacio en disputa). Se trata del lugar que hoy llamamos Parque La Alameda, nombre que responde a que en esa primera iniciativa se sembraron álamos europeos (Populus sp.). En 1596 se hizo oficial la creación de La Alameda, pero de aquella fundación quedó poco, quizá porque tener un parque o una alameda no era algo que importaba demasiado en ese momento, pero también porque las especies no se aclimataron. Los álamos no prosperaron, pero sí la idea de tener un espacio con vegetación “a la europea” adscrito a la ciudad. Tras otros intentos fallidos, en 1786 el proyecto comenzó a tener buenos resultados y para mediados del siglo xix se consolidó con senderos, edificaciones, vegetación organizada y paseantes (figura 1). En la segunda mitad del siglo xix ocurrió otro momento importante en la relación árboles-ciudad: la conversión de plazas del centro en parques bajo el gobierno de Gabriel García Moreno (1821-1875), reformador de muchas cosas, positivista, admirador de la cultura francesa, católico. Ese cambio ocasionó tensiones, sobre las cuales James Orton (1870: 76) comentó que cuando García Moreno convirtió la Plaza Mayor [Plaza Grande] en parque, “fue ridiculizado e inclusive amenazado”. Las plazas-parque tuvieron diferentes suertes: en la Plaza Grande aumentó la cobertura vegetal, cambiaron las especies y formas de los jardines, hasta la actualidad, pero en las plazas de Santo Domingo y San Francisco finalmente se retiraron los árboles, y quedaron como las originales plazas mayores castellanas. En 1892 se trajeron dos jardineros para diseñar La Alameda “a la francesa”, con cipreses. Uno de ellos, Henri Fusseau, trabajó también en la Plaza Grande (Andrade, 2003b). Al igual que con los álamos, con los cipreses se negaba la posibilidad de existir como parte de la ciudad a las especies andinas. Donde se podía construir una naturaleza idealizada, se fortalecían las especies introducidas. Pero no todos los actores fueron seducidos por esa visión de naturaleza,
RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3