81 ¿De dónde partimos? Sería necio seguir argumentando acerca de cómo la economía hegemónica y el “desarrollo” están terminando con la diversidad y la Naturaleza de este mundo, ocasionando destrucción y muerte a su paso. Ambos han fracasado y están destinados a estudiarse como en la arqueología, en pasado (Sachs, 1992). Valga sólo anotar un par de ideas. La economía y el desarrollo, como todo en realidad, son inseparables y no pueden entenderse de manera independiente. El “desarrollo” es el fin y la economía el medio de una carrera por ver quién corta primero la rama del árbol sobre la que se encuentra parado (Hinkelammert, 2003: 33). Sobre el “desarrollo” y esa sociedad industrial partimos de lo ya dicho por Illich, Esteva, Rist, Sachs y otras y otros. Este proyecto civilizatorio no sólo es inviable ambiental y socialmente, sino que tampoco está haciendo más felices a las personas. Por su parte el problema de la economía no se encuentra en si es capitalista o socialista o feminista o ecológica o ambiental o social, sino en sus bases epistemológicas. Por ejemplo, la escasez –el “problema económico” por excelencia– sólo puede entenderse si se acepta como punto de partida una mirada del mundo en la que los deseos materiales son infinitos (bajo este supuesto, claro, todo es escaso), que se basa en el egoísmo, el individualismo, la competencia y la ganancia. Esto, por supuesto, está lejos de ser algo “natural” en los humanos –si algo como tal existiera–. Capra (1982) y Esteva (2013b) explican cómo en muchas culturas estos comportamientos se veían, y se ven, como locura o inmoralidad. Esto es un asunto de cómo nos entendemos los seres humanos y sociedades en el mundo –llámese paradigma epistémico, cosmovisión, cosmos-ser, no importa–. La economía, como todas las ciencias, incorpora los elementos de este paradigma hegemónico1 –occidental, moderno y colonial– en su mirada de la realidad. Así, sólo conoce lo formalizable y deja fuera todo lo demás, lo que en verdad importa: la felicidad, el bien-estar, la amistad, el amor, etcétera. Es evidente que este pensamiento cartesiano ha durado más que su utilidad. Gandhi consideraba que la civilización occidental es una enfermedad curable (Esteva, 2009). No es que todo el mundo haya sido colonizado por esa sociedad industrial, aunque buena parte sí lo fuimos, y hemos constatado que su hegemonía está destruyendo la vida en el planeta. Para realizar este ejercicio de descolonización, como explica Marañón-Pimentel (2012; 50), debemos comenzar por deconstruir las categorías de modernidad-colonialidad, desde sus bases teóricas y epistemológicas. Así se evidenciarán las rupturas del modelo y nos dará pistas para guiar la construcción de alternativas. Ahora, cabe preguntarnos si de este ejercicio la economía, como disciplina, podrá sobrevivir, y si eso es deseable (Capra, 1982). Finalmente, esta locura económico-productiva-social-epistemológica-desarrollista tendrá fin, pronto, ya sea a partir de un cambio en la conciencia planetaria o vía la catástrofe ambiental, la destrucción y la muerte, que sí habrán de ser, serán. Pero no entremos en esto. Más bien quisiera poner a consideración dos premisas que supongo fundamentales para pensar e imaginar alternativas, económicas también: 1) la necesidad de partir y aprender de y desde las epistemologías del Sur, 2) la importancia de reconocer que lo epistemológico precede a lo ontológico –o no precede, más bien no son cosas distintas, ambas forman parte del proceso dinámico que conocemos como realidad– (esta premisa me parece menos asumida por los movimientos sociales). La necesidad de aprender de y desde el Sur requiere de abrirnos a replantear nuestras propias ideas (Esteva, 2014). Es aprender de los pueblos del Sur, sí, pero también de la Naturaleza, de la Vida, del agua y la montaña. El racionalismo occidental –que sabemos es sólo otra forma más, igual de válida/inválida, de conocer la realidad (Feyerabend, 1984)– ha colonizado la mayoría de nuestras percepciones de la realidad y muchos lo hemos incorporado a nuestro ser. Nuestra descolonización de esta visión del mundo es un paso que no podemos omitir ni postergar. La segunda premisa es que la forma de ver/interpretar la realidad –en este sentido nuestros pensamientos y palabras también– crean, o co-crean más bien, la realidad misma que vemos e interpretamos. No se trata de determinar si la epistemología precede a la ontología o viceversa, sino de asumir que ambas son parte de un proceso dinámico co-construido que llamamos realidad. Esto lo ha retomado la moda del new age hablando de la “ley de la atracción”. Por su parte la física cuántica lo “descubrió” hace varias décadas al constatar que las partículas se comportan de modos distintos cuando son observadas que cuando no lo son. Así, Schrödinger y Wigner explicaban que la base de la realidad está en la conciencia y la percepción y no en la materia (Pigem, 2009; 143). Sin embargo los budistas lo conocen desde hace más de dos milenios; el Dhammapada (cap. 1) –uno de los libros más importantes del budismo– empieza con la contundente frase: “Todo lo que somos es resultado de lo que hemos pensado”. La idea de Sujeto (observador) y Objeto (realidad observada) se desmorona y en su lugar queda una idea de realidad participativa. Si aceptamos esto habría que asumir que la realidad que miramos y pensamos, en este caso la economía (sabiendo que no está separada de todo lo demás), será diferente a partir de que la pensemos y observemos de un modo distinto. Asumir esta “realidad participativa” me parece uno de los primeros pasos necesarios en la construcción de alternativas. 1 Sin intención de hacer un listado de características, podemos distinguir algunos de los elementos epistemológicos base de este paradigma: la razón, la separación Sujeto-Objeto, la simplificación, la fragmentación, el determinismo, la matematización, una concepción lineal del tiempo, la idea de lo universal y de lo Uno, de la cual se deriva la dualidad excluyente característica de esta forma de conocimiento que se pretende totalitaria.
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