Rúbricas 17

Rúbricas XVII Formar ciudadanos globales... 60 61 Rúbricas XVII Retos y perspectiva de la Educación Media Superior en Universidades Jesuítas Desde una postura contracultural, la escuela puede ser el lugar en donde los jóvenes realicen ejercicios de autoconocimiento y comprensión de las emociones; prácticas de ciudadanía y liderazgo, de trabajo colaborativo y de solución pacífica de conflictos, que propicien el desarrollo de habilidades y actitudes de ciudadanos constructores de paz. Por lo tanto, en las instituciones educativas de la Compañía de Jesús, resulta pertinente discernir de manera constante sobre el tipo de experiencias educativas que se desean favorecer; esto conlleva un cuestionamiento ontológico, ya que implica una reflexión sobre el tipo de personas y ciudadanos que se pretende formar, y mantenerse atentas a las verdaderas necesidades del mundo. El gran reto es que ellos descubran que pueden ser algo distinto a algunos espectros que han construido a lo largo de su historia y en los que, tal vez, el sistema socioeconómico les hizo creer; como expone Dérrida (2006): ir contra la lógica de las hegemonías, contrarrestar la necesidad de consumir, cuestionar las relaciones asimétricas, reconstruir los estereotipos, desnaturalizar los discursos discriminatorios, visibilizar las violencias, desalienarse de las ideologías opresoras para asumirse, como sugiere Freire (2005), en sujetos históricos que se humanizan al caminar con otros. - Caminar con los otros y descubrir su rostro Para Freire (2005), la humanización consiste en que la persona tome conciencia de la realidad, rompiendo los límites de lo que creía saber sobre el mundo y se pregunte sobre la manera en cómo funciona el orden social. En ese proceso humanizante, la persona descubre los mecanismos de opresión en los que ha vivido y los roles que ha asumido ciegamente, incluso como opresor de otros. Si la escuela pretende humanizar debe tener presente que, en la globalización, a pesar de las ventajas de la conexión mundial, se instauran ideologías que atentan contra la diferencia, la diversidad y que fomentan en las personas prácticas de individualismo e indiferencia. Además, se proponen estándares de un supuesto de felicidad que propicia invisibilizar a quienes viven pobreza y desigualdad. La escuela debe ser un espacio en el que unos y otros aprendan a mirarse. Reconocer el rostro de los otros implica, retomando a Lévinas (1982), que su presencia interpele la propia existencia, de manera que se asuma la responsabilidad de la relación con los demás. Por lo tanto, en el ámbito escolar es necesario propiciar la convivencia respetuosa y resulta pertinente diseñar estrategias para que los jóvenes realicen trabajo colaborativo en sus proyectos escolares, tanto de actividades curriculares como cocurriculares. En los proyectos que se articulan para el trabajo en equipo, la verdadera apuesta está en la construcción de espacios que favorezcan el diálogo entre las personas y la comunicación asertiva, como es la práctica de la coevaluación que, al ser explícita y mediada, ayuda a promover el discernimiento para el bien común. Asimismo, una institución educativa que desea formar ciudadanos constructores de paz debe gestionar espacios de reflexión que permita a los jóvenes tomar conciencia sobre los mecanismos y prácticas de exclusión o de expresión de violencias que podrían estar viviendo al interior de la comunidad educativa, asumiendo un rol protagónico en la búsqueda de soluciones y en la promoción de los derechos humanos. Visibilizar las violencias cotidianas del espacio escolar, propiciará en los estudiantes la identificación y desnaturalización de éstas en el ámbito familiar, social, en lo mediático y en lo político. De igual importancia resulta la manera cómo se asume y se aborda el conflicto en las relaciones escolares, el cual implica una gran oportunidad para desarrollar habilidades de escucha, autocontrol, manejo de la frustración y tolerancia (Montaño, 2020). En tiempos de guerra es esperanzador que los jóvenes descubran que la diferencia es riqueza y que, a través del diálogo, se puede salvar la proposición del prójimo. Hay que mirar a la escuela como un espacio ideal para el aprendizaje situado (Sagástegui, 2004), en donde los estudiantes tengan la experiencia de ser constructores de paz o, en otras palabras, promotores de la justicia social. Si se aspira a formar personas conscientes y compasivas con los demás, los jóvenes tendrán que aprender a valorar y respetar a los cercanos, para hacerlo, también, con las minorías oprimidas. Foto: Pxhere

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