Rúbricas XVII Entre el nivel superior y el básico... Rúbricas XVII Retos y perspectiva de la Educación Media Superior en Universidades Jesuítas 14 15 encargado de adaptar estas ideas a la realidad nacional fue el médico campechano Gabino Barreda, quien tenía la encomienda de organizar la instrucción en el país. La educación sería el instrumento adecuado en los afanes modernizadores liberales. El funcionario promulgó un plan muy ambicioso en cuanto a la conformación de escuelas profesionales, así como carreras cortas, pero la institución más relevante fue, sin duda, la Escuela Nacional Preparatoria, la cual se erigió en “portavoz del positivismo” (Staples, 2011: 123). Gran parte de las esperanzas de los liberales se cifraron en esta institución. Raúl Bolaños (2011) menciona que su creador la consideraba base de la educación superior —pues se instituye su función propedéutica— y allí “se organizaron los planes de estudios con el propósito de atender las asignaturas de cultura general que prepararan sólidamente a los futuros profesionales para su ingreso en las escuelas de enseñanza superior” (32). En ella confluyeron las mentes más descollantes de la época, lo que dio el tinte elitista que caracterizaría a la institución por décadas. La guía positivista en educación se mantuvo durante el Porfiriato, periodo en el que, incluso, se restituyó en parte la influencia en la educación de la Compañía de Jesús. Durante la primera fase de la dictadura —hasta 1900— aumentó en 3.2 % la tasa anual de escolarizados. Para la segunda fase, el ritmo se atenúo hasta 2.7 % al tiempo que el sector oficial redujo su presencia pasando de concentrar el 86 % de la matrícula en 1878 a 80 % en 1907. No obstante, apenas alrededor de 50 de cada mil habitantes accedía a la educación formal (Martínez, 2009: 131) y la inmensa mayoría se concentraba en los centros urbanos. El sello educativo del Porfiriato era la educación superior, del que la Escuela Nacional Preparatoria formaba parte. Tanto en ese periodo como en el de la restauración republicana, la educación superior era palmariamente elitista. Según Milada Bazant (2006), a pesar de que en términos absolutos el Estado gastaba más en educación primaria, en realidad se destinaba un promedio de siete pesos por cada estudiante en el sistema básico a cambio de 121 pesos por cada uno del nivel superior, el cual era requisito para acceder a las carreras de jurisprudencia y notariado; medicina y farmacia; agricultura y veterinaria, y a todo tipo de ingenierías. Esta situación permite notar el hecho de que la educación preparatoria se ubicaba en el nivel superior del sistema educativo. En los años finales de ese mismo periodo, la demanda de la educación superior se incrementó y ello propició el aumento de escuelas preparatorias. Si al inicio de la dictadura había planteles en 17 estados, al final, en 25 de los 29 había al menos uno, aunque el estudiantado seguía siendo exiguo: de los 3 mil inscritos al inicio del régimen, el país pasó a menos de 6 mil —de entre 15 millones de habitantes aproximadamente— hacia 1910, y las preparatorias públicas compartían la impartición en este nivel, principalmente con la Compañía de Jesús. Los resultados en materia educativa en la segunda fase del Porfiriato fueron contrastantes. En el nivel básico, su legado fue el 70 % de la población analfabeta (Loyo y Staples, 2011: 152). En el nivel superior, el objetivo de crear una élite intelectual, como sostiene Milada Bazant (2006), se logró, aunque no exento de contradicciones, pues no se empleaban a los profesionales de México, cuyo número era insuficiente, y algunas empresas optaban por contratar gente de sus países de origen —principalmente en el rubro de ingenierías—, por lo tanto, los profesionistas locales tenían que desempeñarse en áreas diferentes a las de su preparación. Además, quienes deseaban acceder a la educación superior tenían que trasladarse a la capital del país, donde se concentraba más de la mitad del alumnado. Foto: Pxhere
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