Rúbricas XV Humanidades digitales 73 Entonces, ¿qué lugar ocupa el teatro en dicho entorno? En este caso, podemos ubicar dos vertientes: la textocentrista, más apegada a la literariedad, y la escénica, que vuelve a su naturaleza material donde el espacio, los cuerpos, las voces, la acción, la música, la plástica, la iluminación, se equiparan en importancia con la dramaturgia o la superan (Del Monte, 2007). Ambas tendrán retos y limitantes más serios que los de la literatura, dentro del terreno cibernético y transmedial, pero la extensión de este ensayo se acota al deslizamiento escénico hacia lo performativo, dejando para otra ocasión las transformaciones de la dramaturgia, los referentes según Aristóteles y Szondi y muchas otras particularidades del drama como texto. Solamente me detendré en aquellas con las que Lehmann lo ha diferenciado del posdrama, pues resultan esenciales para nuestra reflexión. Refiriéndome ahora a la plástica (para después hacerlo respecto de la morfología teatral), quiero retomar el trabajo de Marcel Duchamp en el arte conceptual. Sus creaciones modificaron el formato de las obras de arte visual y dieron paso a nuevas propuestas museísticas como el happening o la instalación, prácticas efímeras que necesitan interactividad tanto del espacio donde existen, como por parte de los espectadores (Kozak, 2012). Con ello, en los años sesenta, se abrió el camino al arte del performance a partir del cruce entre artes visuales, teatro, música, danza, poesía, videoarte y cine experimental, que implicaba una experiencia con énfasis en el evento y la acción “para desarticular lo cotidiano, exponer lo prohibido o banal, provocar la repulsión o la atracción de zonas no visibles en las prácticas y los discursos sociales” (p. 181). Así, el intérprete usa su presencia física y su experiencia para interpelar al espectador y amenazar el statu quo; muy similar a la experiencia escénica. En términos teatrales, quiero delimitar al happening (ya sea de origen kantoriano, jodorowskiano o gurroliano) como una presentación con fines de interacción, con “espacios para la intervención del azar de los espectadores, o bien subrayando lo efímero del acontecimiento sin repetición” (Ortiz, 2016: 41). Otros procedimientos usuales son la ambientación, la intervención y la instalación. La primera es de aplicación cotidiana en espectáculos que aprovechan la maquinaria disponible en teatros. La intervención implica acciones con mayor significado político y social en un espacio público determinado. Y la instalación busca un alto contenido poético/plástico en la materialidad de la escena, además de surgir como un diseño para un entorno específico, en un espacio sensible, y es efímera, ubicada a medio camino entre la obra museística y la intervención actuada. El nuevo uso de los signos teatrales tiene como consecuencia la disolución de las fronteras entre el teatro y las demás prácticas artísticas que, como el performance art, aspiran a una experiencia de lo real, en este sentido el teatro posdramático también se puede entender con la noción y el objeto del arte conceptual (Lehmann, 2016, como se citó en Ortiz, 2016: 63). Se asiste a una presentación como experiencia deliberadamente inmediata de lo real, en vez de a una representación, entendida como “operación por medio de la cual damos forma a la realidad” (p.33). A diferencia del teatro realista
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