Rúbricas 16

72 La necesidad de comunicarse, de crear los signos lingüísticos que han sido herramienta fundamental en el desarrollo social y cultural, está ligada al rito y al teatro. Más allá de la subsistencia, puede uno imaginar esas reuniones cavernarias en torno a una hoguera, en las que a la par que se construía el lenguaje y se explicaba la ira del cielo en los rayos, se codificaban un rudimentario teatro de sombras y la narración oral. Técnica y cultura han formado parte del horizonte mismo de la existencia humana. Uno de los primeros signos de civilización fue, desde entonces, nuestro interés en el otro. Cuidar de él, transmitirle nuestros conocimientos, conquistar la naturaleza, explicar el universo, compartir y generar pensamientos con nuestros semejantes. Y el teatro, que se presenta para un público, para ese otro que va a mirarlo, ha jugado un papel técnico y social importante en esta vena del desarrollo de la civilización. Desde las sombras, pasando por las tragedias griegas, hasta los espectáculos interactivos, el teatro ha avanzado de la mímesis y la representación, hasta las crisis del drama y el teatro posdramático, pues como parte de la cultura, no puede dejar de marchar a la par de la civilización. Sin embargo, los creadores a nivel global, desde hace décadas, se han preguntado a dónde ir, en medio del anquilosamiento de un teatro realista que había evolucionado poco desde que Meyerhold se deslindó del naturalismo psicológico de Stanislavski. En México este famoso método se conoció a través de Seki Sano y se tiñó de costumbrismo (Ortiz, 2016). Y justo en el tránsito entre los siglos XX y XXI, los teatristas han ido respondiendo con propuestas escénicas innovadoras. Antes de revisarlas, hay que ubicar cómo llegamos a este nuevo lugar, entreverado con otras bellas artes y al lado de las tecnologías, lo digital, y las demandas del nuevo webmundo. Si bien podemos girar las cabezas hacia ellas en busca de una tabla de salvación creativa, cada avance tecnológico (el cine, la radio, la televisión, la proliferación de las tic) ha hecho, en su momento, que se temiera por la pervivencia del teatro. Pero dejando de lado temas de financiamiento y producción, definitivamente el eje de la discusión no gira en torno a su existencia futura sino a los derroteros artísticos que lo determinen, junto con su atractivo para los públicos, en un mundo hipermediático. Claudia Kozak (2012), ensayista y compiladora del libro Tecnopoéticas Argentinas. Archivo blando de arte y tecnología, define a la hipermedia como la fusión de hipertexto y multimedia. Se refiere a un documento digital con información codificada (texto, sonido, imagen, programas) en distintos medios (mass media) que pueden leerse, escucharse o verse siguiendo diferentes recorridos de lectura. Estos avances, explica Kozak, tuvieron su origen en la noción de cibernética de William Gibson, quien a partir de sus novelas ciberpunk de los años cuarenta, instaló la palabra ciberespacio en el campo de la narrativa de ciencia-ficción. A medida que mejoró la tecnología digital, se redujo el tamaño de las computadoras, se incrementó la capacidad del hardware, y se consolidó la Internet, se asumió al ciberespacio como un lugar cotidiano e intangible, que replica nuestro mundo real. Lo digital se asentó como una nueva dimensión inmaterial, “hecha de pura información, maleable a voluntad por los usuarios, transmisible al instante por las redes cada vez más extendidas alrededor del mundo” (2012: 74). La naturaleza de este fenómeno implica que su uso sea una experiencia interactiva, y requiere de una plataforma o interfaz, además de un trasfondo de datos y programas. Por supuesto, la literatura ha sido protagonista fundamental de estas estéticas, dando paso a la ciberliteratura. Arte y tecnología han sido terrenos donde se experimenta lo sensible y perceptible, de modo que se vuelven espacios idóneos para las prácticas creativas, con énfasis en la experimentación y en el diálogo con lo tecnológico. De este modo, se han producido nuevos géneros o variedades de arte, como son: el hipertexto dinámico, la blogonovela, la tuiteratura o la holopoesía. Observamos entonces que una tecnopoética resulta de la aplicación del entorno tecnológico al programa de alguna práctica artística.

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