Rúbricas 16

41 Rúbricas XV Humanidades digitales A mi juicio, nuestra crítica virtual se pierde de inmediato, enmedio de una alteración apresuradamente cambiante. Nuestros discursos son cada vezmás desechables, aunque en estos días tengamos acceso a bibliotecas virtuales, nuestras palabras se han ido convirtiendo en palabras huecas, vacías: se nutren de conceptos abstractos, pero no pisan la realidad. Son “meras palabras y que no son, pues, más que pompas de jabón con las que jugar un rato, pero que no pueden tocar el suelo de la realidad sin reventar” (Schopenhauer, 2009: 190). Además, existe una tendencia a querer gestionar las adversidades que encontramos a partir del medio tecnológico virtual, antes de tratar de entender y dejarme afectar por lo que acaece en el mundo, implicándome en él, sumergiéndome en esas situaciones que han provocado esas heridas. Estas adversidades son iluminadas por el efecto de un destello prácticamente instantáneo de nuestro discurso lánguido. Este discurso es el fruto de nuestro miedo a mantener la mirada en la realidad fracturada. Es más, hacer que dure nuestra mirada en las problemáticas cruciales que nos toca vivir, no sólo provoca miedo, produce pánico. Quizá, nos gusta vivir desde la ficción urdida por el miedo. La lógica tecnocientífica nos ha condenado a reproducir nuestra vida desde la rueda de Oxión y no hay otra manera de recrear nuestra existencia. La dinámica diaria que exige pasar de una problemática a otra nos lleva a caer en una rutina sin darnos tiempo de meditar aquello que nos acontece. Simular que atendemos por un momento lo que desgarra nuestra propia existencia se asemeja a contemplar las olas amenazadoras desde un muelle. Este muelle es la construcción de la lógica digital. Observamos la vida desde la segura orilla de la captación del medio tecnológico, agitándonos, por unmomento, al ver las olas pasar, pero sabemos que estamos seguros detrás de nuestra computadora. En estos espacios va jugando el reconocimiento de nuestra persona. Así, vamos adoptando máscaras de responsabilidad, compromiso y compasión, pero en el fondo, no somos capaces de ser afectados por los horrores de la violencia y las injusticias. Existe un gusto culposo, nos gusta desaprobar virtualmente las acciones de los demás, sin comprometernos con el mundo. De esta manera, probamos las bondades de las mieles de la etiqueta, de la imaginación rápida, escueta, pero sin gozne o asidero. Nos hace falta sentir la vastedad de este mundo herido.3 Hace falta potencializar una educación donde el eje central sea aprender a padecer las crisis sin excusas, sin evasivas. Necesitamos educarnos para sentir la brazada terrible del acechante hundimiento en donde nos encontramos. Y desde ahí levantar nuestra mirada. Con base en esto, propongo que nuestras críticas estén comprometidas y zambullidas en el mundo. Una crítica que no sea fuga es la que comienza poniendo el cuerpo ante las situaciones conflictivas; la que rompe con la lógica de sálvese quien pueda, esa lógica que se sostiene desde el miedo al otro y que aumenta el deseo de inmunidad. Necesitamos tener el valor de dejar nuestros dispositivos electrónicos y salir a las calles, enmediode la tormenta, para tratar de sostenernos en comunidad. Hay que sentir primero la problemática antes que pensarla. En esta línea, criticar no es, pues, una manera de arrebatar una verdad absoluta de las cosas, más bien, la crítica es estar en un tiempo de desamparo de toda seguridad y certeza, es desnudarse de todo concepto establecido y, desde ahí, construir la esperanza de alumbrar mejores posibilidades para humanizarnos. 3 A partir de aquí, podemos decir que, al hablar de la importancia de sentir la vastedad de unmundo herido, no se tratará de partir del mundo, ni de llegar al mundo, sino de aprender a entrar en el acontecimiento que me marca el mundo. El individuo debe de ingresar en ese movimiento y envolverse en ese fenómeno; hoymás que nunca, se necesita preguntar qué sucede en ese entre, pues siguiendo a Gilles Deleuze (1996: 194), para poder filosofar “ya no existe un origen como punto de partida, sino unmodo de ponerse en órbita”. Deleuze tenía en cuenta que la vida humana es un incesante devenir, un devenir inocente, diría Nietzsche, en el que lo radicalmente inesperado puede acontecer en cualquier momento. Lo importante es preguntarnos: ¿de qué forma entramos en el ritmo del mundo de la vida? (Nietzsche, 2008: 261).

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