Rúbricas 16

20 Cuando viajamos en un automóvil que circula a gran velocidad, apenas podemos reparar en los detalles del entorno. Las casas, árboles y puentes cobran existencia en un parpadeo para ser olvidados en otro. De igual forma, nuestros “paisajes temporales”, cada vezmás acelerados, se viven en forma de puntos, sin precedentes y sinmayores consecuencias. El Slow movement o del elogio a la lentitud La forma más natural de subvertir la lógica de la aceleración es oponer su contrario; es decir, exaltar la lentitud. Una de las propuestas más acabadas la constituye el Slow movement, una corriente que tiene como objetivo desacelerar el ritmo en el que se desarrollan nuestras actividades, tales como la comida, la moda, la jardinería, los viajes, el sexo, entre otras. Este movimiento tuvo sus inicios en 1986, cuando el periodista Carlo Petrini se opuso a la apertura de un McDonald’s en la Piazza di Spagna en Roma debido a la estandarización de la comida y el rechazo a los alimentos locales y tradicionales que esta multinacional promueve. Ese mismo año fundó la asociación Arcigola –precursora del movimiento– y el 10 de diciembre de 1989 lanzó el Manifiesto de Slow Food. Así se buscaba el respeto al ciclo de producción de alimentos, al de la preparación y al del disfrute, interesándose tanto en la salud humana como en las culturas locales y el cuidado del medio ambiente, sin sobreexplotarlo. El Slowmovement no nació organizado como una asociación, sino más bien como una idea que se puede ir adaptando según las necesidades específicas de cada lugar. No debe confundirse con el detenimiento, la pasividad o la ausencia de acción, sino como la predilección por la actividad moderada, donde se recobran los tiempos personales y la lentitud en las relaciones antes que someterse al yugo del tiempo tiránico. El periodista canadiense Carl Honoré, uno de sus representantes más célebres, publicó en 2005 el libro Elogio de la lentitud donde describe los beneficios y formas de poner en práctica estas ideas. En una ted Talk titulada In Praise of Slowness enfatiza que los riesgos de un ritmo de vida ajetreado son biológicos tanto como psicológicos: Creo que en esa precipitada carrera del día a día, a menudo no vemos el daño que nos hace este vivir a la carrera. Esta cultura rápida se nos infiltra de tal manera que casi no percibimos cómo afecta a cada aspecto de nuestras vidas. Nuestra salud, nuestra dieta, nuestro trabajo, nuestras relaciones, el medio ambiente y nuestra comunidad. […] vivimos nuestras vidas con prisa en vez de vivirlas realmente; estamos viviendo la vida rápido, en vez de vivirla bien (2005, s.p.). Hoy, la única preocupación legítima parece ser la de ahorrar tiempo. Honoré considera que la aceleración se deriva de la propia percepción que tenemos sobre él en Occidente: una concepción lineal donde no se repite, se puede perder y, por ende, terminar. Con el objetivo de impedir este derroche nos lanzamos a una carrera frenética y agotadora. No obstante, el mismo autor reconoce que hay obstáculos para frenar: la seducción y el placer de la velocidad –que los futuristas conocían muy bien–, el alejamiento de las preguntas filosóficas y angustiantes, así como la ideología que existe en torno, ya que la lentitud es vista como símbolo de torpeza, debilidad y holgazanería. En ese sentido, no toda lentitud es deseable o conveniente; se debe aprender a desacelerar en los momentos “correctos”, en aquellos esenciales que valen la pena. Otra rama importante en la que ha desembocado el Slow movement es el Slow thought que, de acuerdo con el psiquiatra Vicenzo Di Nicola, recupera el concepto de “evento” de Alain Badiou que aparece cuando ocurren hechos que quiebran la cotidianidad. Esta corriente cuenta con siete proclamas que definen al pensamiento: implica relaciones y presupone un diálogo frente a frente con otros; es asincrónico en el sentido de no ajustarse a parámetros numéricos, cronológicos o secuenciales; no tiene otro fin externo más que reproducirse y vivirse a sí mismo, por tanto no hay una meta fija; es permeable y flexible porque acepta la contingencia como una puerta a nuevas posibilidades; es lúdico porque juega, es decir, no teme la inventiva, la gratuidad, el

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