Rúbricas 16

8 Realidad, experiencia y simbolización El ser humano vive su experiencia del mundo de manera integral y diferenciada cuando su consciencia tiene una apertura ontológica que lopone en contacto con la realidad. En cuanto el sujetovive tal realidadde estamanera profunda, se da cuenta de que la misma es un misterio en el cual se encuentra inmerso, no como una relación gnoseológica sujeto-objeto, sino en un proceso de realidad-consciencia, en que su concienticidad alumbra, mediante inteligencias, preguntas y hallazgos, aspectos cada vez mayores de dicha totalidad. Con base en lo arriba señalado, deseamos trazar filosóficamente el proceso realidad-experiencia-simbolización que nos resulta necesario para nuestra indagación existencial. ¿Podemos estar de acuerdo en que en el Ser (por incognoscible que sea) sucede algo llamado realidad, y que en ella nos ubicamos a través de nuestro existir consciente? Si lo anterior es verdad, la experiencia se convierte enun involucramientode la consciencia con una presencia de realidad, dicha realidad sucediendo como una totalidad en que el sujeto se encuentra totalmente inmerso. La experiencia de la realidad no requiere un postulado, sino un involucramiento, el de nuestra consciencia con su vivencia del mundo como proceso, y en permitir que tal flujo experiencial sea el fundamento del cual parta toda consideración inteligente existencial. Cuando el ser humano se encuentra involucrado con su realidad de manera experiencial, integral y ontológica crea símbolos. La simbolizaciónes el acompañantede todaexperienciade realidad, dado que nuestra consciencia siempre es significante, buscando dar testimonio y sentido de todo lo que vive: los símbolos interpretan el significado de nuestra existencia en su búsqueda de claridad y acontecimiento, y es a través de los diversos tipos de símbolos (experienciales, estéticos, culturales, religiosos), que construimos una comunidad de cultura que, a través de la historia, forja su sentido de identidad en la búsqueda de una trascendencia. Es necesario aclarar que la simbolización de nuestra realidad de la existencia debe evitar todo tipo de hipóstasis del símbolo como una realidad a interpretar con tal o cual método hermenéutico o mito-crítico; el símbolo no posee una inmanencia semiótica aislada del sujeto que lo produce ni de su ámbito de realidad y búsqueda de verdad: decodificar símbolos sin tomar en cuenta la experiencia engendradora de los mismos, corre el riesgo de una cosificación de los procesos de simbolización de la existencia. De igual modo, la consciencia que engendra símbolos tampoco puede ser cosificada como algo estático; de acuerdo con Voegelin, la consciencia no es un objeto de conocimiento, sino un proceso en que la realidad se vuelve luminosa a sí misma. Así, tenemos que la realidad en su proceso de consciencia engendra símbolos que dan cuenta de ese proceso, en una suerte de desocultamiento que muestra la experiencia de realidad en consonancia con un fundamento de totalidad. ¿Cómo es que perdimos de vista tal horizonte integral de lodivino en la búsquedafilosófica de la humanidad? ¿Por qué es tan ajeno para nosotros, no ya hablar de Dios como fundamento, sino del Ser como totalidad en que la realidad sucede, accesible a la consciencia en sus distintas simbolizaciones? El que podamos indagar una posible respuesta a tales interrogantes dependerá de que sea posible alumbrar el problema del eclipse digital que vivimos en la época presente, pues tal digitalización de la existencia y su correspondiente cosificación de la vida no ha nacido en el vacío, ni tampoco de una innovación tecnológica azarosa que repentinamente cambió el modo de articulación cultural de la experiencia. Si bien es cierto que la innovación tecnológica dio en el clavo de encontrar un modo comunicativo que simulara la experiencia de vida, creemos posible que una causa más profunda y originaria permitió la semiotización digital del presente, y tal proceso se encuentra ligado a la creación de una segunda realidad a partir del idealismo y las ideologías políticas de los siglos XIX y XX: es el primer eclipse de la modernidad occidental.

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