Rúbricas XV Humanidades digitales 107 A su alrededor formaba un capullo con letras tipografía Times New Roman número doce; la que yo siempre utilizaba para escribir mis documentos en el procesador de palabras. Cuando me di cuenta, ya se habían adherido a “la cosa”: la foto del último álbum de Robbie Williams –el cual yo copié y pegué en un documento dos días antes– y las imágenes de pinturas rupestres que utilicé alguna vez para ilustrar un artículo. No salía de mi estupefacción cuando, dentro de “la cosa”, que para ese momento parecía un capullo, algo empezó a moverse. Como la red todo lo sabe, fui directo a la rae: “Capullo. (Probablemente de capillo, influido en su terminación por la del lat. cucullos, capucho.) m. Envoltura de forma oval dentro de la cual se encierra, hilando su baba, el gusano de seda para transformarse en crisálida. 2. Obra análoga de las larvas de otros insectos.” Mi conclusión inicial y lógica, propia de la persona racional que creo haber sido, derivó en que aquello nada tenía que ver con mi búsqueda. Algo tan asqueroso como lo que había dentro de mi máquina sólo podía ser una fantasía: ni metamorfosis kafkianas, ni gusano en mariposa. Imposible. Seguí la investigación y, tras varios tumbos infructuosos, no tuve más remedio que retroceder mis pesquisas hacia donde habían empezado: al mundo de los insectos. Así, El mundo de los insectos, se llamaba el sitio de Internet que me pareció más fiable. El capullo que se veía en la foto, por ser del mundo real, estaba formado de plumas, pedazos de piel muerta, trozos de hierba y pelo. Sin embargo, de lo demás era igual a lo que se había metido a mi dispositivo: tenía el mismo contorno e idéntico color. En la página se explicaba que, durante catorce días, la pupa –así es como se le llama a lo que crece dentro del capullo– maduraría en el caparazón para salir una vez adulta. Es decir, de ahí, de “la cosa”, algo iba a salir. Aunque jamás preví que pudiera ocurrir un fenómeno de tal naturaleza y mucho menos que me ocurriera a mí, lo improbable se transformaba en certeza. Entre la infinidad de posibilidades que ofrece el ciberespacio, ¿qué la había atraído a mi único dispositivo?, ¿no podía haberse instalado en el de alguien que además tuviera un reloj o unos lentes inteligentes? La situación aparecía ridícula al análisis, pero sucedía más allá de mi imaginación. No estaba volviéndome loca, ¿o sí? Más de una vez, le grité desesperada para que se fuera e histérica lancé al misterioso enemigo casi todos los insultos conocidos. Cargadas de impotencia, una sarta de preguntas en cadena, enroladas en círculos infinitos, fustigaban mi cabeza. Fotografía: Edición sobre original de Pexels.
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