Rúbricas XV Humanidades digitales 105 –¿Videos? ¿De qué, Luisa? –Valentín deja a su padre en la alfombra y camina hacia ella con los puños crispados–. ¿Streaming? ¿De qué, pendeja? La parte descartada de Lois, vuelve, ilusa. Sería tan oportuna la llegada del hombre de acero en ese instante, para salvarla... Pero, otra vez, está sola, aunque más de la mitad de los asistentes sean hombres. Traga saliva, se aferra a su enojo: –De todo, absolutamente de todo. ¿Puedes ver la estrellita en mi diadema? Es una cámara con micrófono especializado y la controlo con este pequeñito mando de bluetooth. No he dejado de grabar nada desde que me llevaste a la recámara... Y antes, otras cosas... –No cabe duda, sin brujas no hay Halloween... ¿Me ves cara de pendejo? –Me limito a grabar tus caras y tus tonterías... Voy a demandarte, voy a hundirte a ti y a tu padre por acoso, abuso de poder, intento de violación y... –Valentín le tira un puñetazo. A duras penas, Lois consigue esquivarlo, sus piernas quedan frías, inmóviles; se escuda tras la pantalla del celular. Valentín se ve a sí mismo, desde un ángulo erróneo que lo frena, lo desconcierta, lo hace manotear hasta entender que ella no miente. Intenta apoderarse de la diadema. Alguien más lo retiene por la espalda, le sujeta los brazos. –Calmado, jefe, no ponga peores las cosas. La chava está diciendo la verdad, mire enmi celular –y hay una cuadrícula con varios videos de la fiesta y comentarios múltiples, indignados, de los visitantes–. –Te pusiste de acuerdo con ella –aventuraValentín, y abre y cierra el puño–. –Le juro que están ahí, colgados en Internet. Cheque en su propio cel... El silencio crece, deja espacio para los sollozos de Miranda, quienmira la sangre en su vestido, en lasmanos de Heriberto, y no para de negar con la cabeza. Las luces rojiazules empiezan a llenar las paredes, la atmósfera. También las sirenas. Es evidente que alguienmás ha abierto las puertas de lamansión. Los uniformados van entrando, con las pistolas tendidas. Uno se acuclilla frente al caído, mientras otro, esposa a Heriberto. –Mi padre necesita una ambulancia –dice Valentín con voz quebrada–. –Ya viene en camino –asegura el que le ha revisado los latidos–. –¿Quién está mandando los videos? –pregunta otro policía, uno vestido de paisano. Lois da un paso al frente, manchas de pus y unas cuantas gotas de sangre resaltan en esa camisa blanca que se transparenta y deja ver su único seno; por debajo de sus faldas níveas se asoman los restos de su rojo leotardo desgarrado que contrastan con sus leggins negros–. –Yo estoy transmitiendo –afirma Lois y le muestra la pantalla del celular, dispuesta a terminar lo que empezara al comprar aquella cámara, al asistir a esa fiesta que ha acabado peor de como lo imaginara–.
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