102 Lois suspira, por un momento se miró de nueva cuenta en la entrevista inicial, con ese hombre, con Cuenca y el estúpido de Valentín, observándola, mientras soltaban preguntas idiotas sobre su vida. Puede sentir asco, repulsión, pero el miedo no surge cuando mira a ese vejete patético que tiene el descaro de meter sus gastos en Viagra como deducibles de impuestos de la empresa. Aspira a profundidad. Sabe que debe calmarse, tratar de disfrutar la fiesta. Elige una silla alejada del barullo y los posibles codazos accidentales. –¿Le ofrezco algo? –Una cerveza oscura. Cerrada, por favor… –el mayordomo la mira con ojos desmesurados. No agrega comentario alguno y al poco tiempo vuelve con una Bohemia. Se la exhibe como si fuera un vino de gran cosecha y, a punto de quitar la corcholata, ella le arrebata botella y destapador–. Me quedo con esto, al fin no va a ser la única que me traigas –dice, convencida de que no debe ceder terreno alguno–. –Claro, como usted prefiera... –A mí me dijeron que no había cerveza –le dice Heriberto, recargándose a su costado, con amplia sonrisa y esos movimientos de galán de barrio–. –¿Seguro que pediste una?... Pensé que ya no nos hablábamos. –Estoy tratando de hacer las paces... –¿Sin disculpas?, ¿así, de a gratis?, ¿nada más por tu cutis de envidia? –le dice sarcástica, refiriéndose a sus cicatrices de acné–. –Pendeja... puta... –Tanto, pero tanto que me la he pasado revolcándome en tu cama, ¿no? –Te pasas... –Tú que me quieres hacer el favor, ¿verdad? Y yo que nomás te desaprovecho. Te vas a ganar el cielo rapidito, mi queridoHeri... –el hombre ya va huyendo, con la cola entre las patas, con su traje mal hecho, como cortado y cosido por alguna tía y lamáscara chafa, sacada de una de esas tiendas de a dólar... Da vueltas, como perro enbusca de su rincóny al final decidemeterse en el baño–. –Pareciera que te mandaste a poner un confesionario –le dice Miranda, la recepcionista, casi perdida en el traje, de tan pequeña. Lleva la peluca morada, así como Grimes en su clásico video, y porta lentes idénticos–. Soy la segunda en la fila. –Te faltaron las alas... –dice Lois refiriéndose todavía al video de Grimes–. Pero sé que eres mi aliada. A ver si tú logras dar bien mis mensajes a Dios. A mí, hace rato que no me escucha... –Las alas son para la segunda parte... Si llegamos a ella, te prometo que trato de darle tus recados al creador... –No traerás ideas raras, ¿verdad? –El viejo me prometió que en ésta no me le voy viva. –¿Cómo? –dice Lois, y manipula el pequeño control bluetooth–. –El licenciado Valente, el gerente, pues, de plano me dijo que espera que esta noche le muestre mi verdadero agradecimiento por darme mi flamante puesto. Por cómo te veo, seguro a ti también te soltaron algo por el estilo. Lo hacen con todas y por eso a cada rato hay cambio de personal... Hay cosas fáciles de conseguir y otras, no. Voy a ver si me dan otro cóctel. –Mejor haz como yo, toma pura cerveza, el dulce... –Prefiero estar borracha cuando pase lo que vaya a pasar. Yo había creído
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