Rúbricas XV Humanidades digitales 101 –¿Conoce la casa? La numeración por aquí suele ser engañosa ymi app... –Es la grande, esa de enormes ventanales –el chofer la explora otra vez por el retrovisor, como a punto de preguntarle: ¿y a qué vienes tú aquí? –. Lois desciende. El chofer le entrega una de las bolsas y lamira conmorbo. Es como decía su exsuegra, aun vestida con un costal, sus formas destacan. –Gracias –dice, heladamente. Y, mientras sube las escaleras para tocar el timbre, lo siente ahí, tratando de adivinar toda su anatomía bajo la trinchera–. –Al fin llegas –la saluda Valentín–, ya hasta habíamos pedido regalos de emergencia, porque no aparecías por ninguna parte. –Tuve revisión médica. Estaba en la agenda, te lo recordé ayer y hasta te mandé un mail. –Pasa –le dice, minimizando sus explicaciones–, tampoco seguiste la regla de los disfraces –y se pone de nueva cuenta ese antifaz connariz de zanahoria–. Es una fiesta tipo Amadeus o Eyes Wide Shut; decadencia aristocrática remarcada con parafernalia deHalloween. La gente está en la sala y unmesero va repartiendo Boone’s, vino tinto y bocadillos. –Luisa, siempre emprendedora, nos hizo regalitos, por eso llega tarde... –miente Valentín y hay sonrisas bajo los antifaces–. Ponlos con los otros... –y le señala una mesa con bolsitas inmaculadas de papel couché, de seguro conteniendo botellitas de muestras de perfumes–. Uno de los mayordomos le ofrece una charola con antifaces. Hay uno negro, autoadherible. Lo toma, imagina cómo arruinará su maquillaje zombie. Ni qué hacer. –Su abrigo, por favor. Con calculados movimientos se desprende de su trinchera, deja al descubierto su leotardo rojo con la estilizada W dorada. Los leggings negros de lycra adheridos a sus caderas, a sus formas todas que resultan un alto contraste con aquellos vestidos femeninos de época con sus miriñaques, con esas horribles campanas que deben ser la mar de incómodas. La miran. También ellas. No sólo se centran en sus curvas, también en su busto asimétrico, en esa apariencia de genuina amazona que la operación le dejara, en las falsas cicatrices, en su maquillaje de zombie que incluye falsos pedazos de cristal incrustado, clavos y un sinfín de detallitos que ningún otro comensal ha incluido en su indumentaria. –Hacía mucho que no te veía con esas botas –le dice el gerente, que porta una máscara similar a la de Salieri, cuando se hace pasar por el padre de Mozart–. Siempre me han gustado... Pero ya sabes, el uniforme... –Sí, licenciado Valente, qué se le va a hacer si hay que usar el uniforme. –¿Cuánto llevas con nosotros? –Hace tres meses me transfirieron a su filial, pero con la compañía llevo cinco años... Y ahora que lo menciona, ¿ha habido avances con mi trámite del Seguro Social? Se suponía que no habría problema alguno, fue sólo una transferencia... Aun bajo la máscara, destacan los ojos ofendidos del gerente, esa mirada de desprecio. –No esperarás que me acuerde de todos los casos, ¿verdad? –Ah, ¿hay más de uno?... No sabía... –Esteno es lugar parahablar de cosas tandelicadas. Esto esunafiesta, debería aprender a comportarse, señorita Betanzos –y sinmás, se aleja, hacia la cocina–.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTY4MjU3