Rúbricas 15

Rúbricas XV Tópicos de Ciencias Sociales 71 Enfrentando la descalificación social y la censura pública, e intentando aprovechar la posibilidad de ingresar a la educación formal y escolarizada que fue habilitada para las mujeres por los gobiernos de Europa Occidental a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y obtener así la oportunidad de desarrollarse en el campo laboral como “mujeres educadas”, algunas jóvenes asumieron roles y comportamientos fraguados en tensión con respecto a los designios de las rígidas estructuras de género que estaban en funcionamiento. Las denominamos aquí como mujeres ambiguas, pues, si por una parte ellas transformaban con su presencia y actuación los espacios públicos que en ese momento eran concebidos como masculinos —o por lo menos no aptos para mujeres de honor—, por otra, buscando no ser agredidas o rechazadas, estas neófitas trataban de demostrar a ojos de sus observadores más críticos aquellos comportamientos que correspondían a los rasgos exigidos en el contexto decimonónico a su sexo —delicadeza, romanticismo, obediencia, entre otros—. Pero todavía más, las nombramos así, pues ellas eran leídas con cierta ambivalencia por las sociedades en las que habitaban: pese a la inclusión formal, no acababan de ser asumidas como sujetos de la educación y prevalecía cierto resquemor sobre la reconfiguración de su rol como mujeres. Sobre esta base de análisis, en este artículo nos proponemos explorar las paradojas que se hacen visibles al acercarse al proceso de apertura del sistema educativo a las mujeres en Europa Occidental que tuvo lugar durante el siglo XIX y a la vivencia que tuvieron esas jóvenes transgresoras en tal coyuntura. Si bien la inserción de las mujeres en dicho sistema es entendida como una conquista que abrió el camino para la construcción de sociedades más equitativas en términos de género —que veremos aparecer con mayor esplendor durante la segunda mitad del siglo XX—, una lectura más detenida nos permite entrever los detalles contradictorios del proceso. En este orden de ideas, empezaremos por especificar los discursos que “producían” a la mujer en el siglo XIX, cumpliendo así con el propósito de historizar el género (Scott, 2009). En un segundo momento, nos concentraremos en observar los motivos de la apertura del sistema educativo y la forma que tomó en la realidad, lo que nos facilitará vislumbrar un proceso de inserción matizado y corroborar el paso lento que llevan los cambios sociales. Finalmente, en un último apartado, resaltaremos las reacciones que se moldearon frente a las mujeres educadas, coyuntura que nos dimensiona el largo camino que recorrió la mujer en Europa Occidental durante el siglo XX para que conocimiento y profesión no fueran entendidos como antítesis del cuerpo y la mente femeninos. - Construyendo la naturaleza femenina en el siglo XIX europeo En 1849, la escritora alemana Malwida von Meysenbug se preguntaba críticamente: “¿Where is written that only one part of humanity may eat from the Tree of Knowledge and the other mustn´t?” (Wülfing, 1986: 297). La respuesta dictaminadora de esa diferencia, creemos, podemos descubrirla hilvanada entre dos tipos de discursos cientificistas estructurados entre el siglo XVIII y el XIX en torno a las condiciones intelectuales de la mujer: uno proveniente del pensamiento social y otro torneado en los rumbos de la biología. Ciertamente, el primer discurso dictaminador de las fronteras impuestas a las mujeres con respecto al conocimiento se nos devela al observar unas cuantas afirmaciones realizadas por reputados filósofos en esa época. Hacia finales del siglo XVIII, por ejemplo, nos encontramos con un Jean-Jacques Rousseau que manifestaba su profunda incomodidad con la asistencia de los hombres ilustrados a los “salones”. El autor inspirador de revoluciones criticaba esos espacios no por sus condiciones de privilegio, sino por propiciar una verdadera confusión de géneros: las mujeres se presentaban en ellos como “patrocinadoras”, en tanto los intelectuales acudían como “hombres mansos”, contraviniéndose así las debidas formas de la organización social (Hesse, 2001: 1-30). Pero es claro que Rousseau no era pionero de tales concepciones ni un crítico solitario, en realidad era parte de una tradición de pensamiento que enfatizaba la supuesta diferencia natural y debilidad mental de las mujeres. En el mismo siglo XVIII, Immanuel Kant había postulado que la asimilación de “lo sublime” en los objetos artísticos se hacía desde las características masculinas de los sujetos, mientras que “lo bello” podía ser asimilado mejor desde las características femeninas, puesto que —proponía— las mujeres estaban más inclinadas hacia lo sutil y lo frágil que a lo angustiante y profundo que era lo exigido para la aprehensión de lo sublime (Herminghouse, 1986: 78-93).

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