Rúbricas 15

64 del tiempo y se ha caracterizado a partir de su desarrollo desde diversos enfoques. Las ciudades antiguas, sean clásicas, medievales, renacentistas, barrocas o coloniales —para América Latina— se configuraron como centros políticos y comerciales cuya sobrevivencia dependía de la disponibilidad de recursos naturales; es decir, el crecimiento y reproducción de la urbe estaba determinado por la capacidad que tuviera de acceder a la base material que la soportara. Es por lo que este tipo de emplazamientos mantuvieron una población limitada. El cambio en la configuración urbana se pone de manifiesto con el desarrollo de la industria que implicó diversificar las materias primas y utilizar energías más potentes para su transformación; al mismo tiempo se requirieron más personas para la fabricación de mercancías que además se convertirían en sus consumidores. El rostro de la nueva ciudad industrial se perfila con más claridad a finales del siglo XIX; como principal referente de estas modificaciones tenemos el caso de Georges Eugene Haussmann, prefecto de París bajo el reinado de Napoleón III. Hacia 1860 transformó radicalmente la planta de la ciudad medieval introduciendo una serie de bulevares en el corazón mismo de la urbe, de manera que se permitía que el tráfico circulara por el centro pasando de un extremo a otro. Para lo cual se derribaron barrios pobres y se abrieron parques y plazas abiertas. Las modificaciones obedecían a varias necesidades, como estimular el comercio local a todos los niveles, crear empleos para una gran cantidad de trabajadores y también crear corredores largos y anchos por donde las tropas de artillería pudieran transitar fácilmente en caso de que surgieran disturbios y enfrentar futuras barricadas o insurrecciones populares. Los bulevares eran solo una parte de un amplio sistema de planificación urbana, que incluía mercados, puentes, alcantarillado, abastecimiento de agua, una gran red de parques, así como edificios destinados a la cultura. Paradójicamente, como señala Marshall Berman (1998), “La nueva construcción […] abrió la totalidad de la ciudad por primera vez en su historia a todos sus habitantes”. Estas transformaciones en la ciudad provocaron considerables cambios en la forma de vida. Los bulevares crearon nuevas bases para reunir cantidades de personas, lo que significó la modernización del espacio público. Los nuevos y variados negocios, comercios, restaurantes y cafés convertían la realidad urbana en algo mágico y ensoñador. Sin embargo, dos problemas importantes se desencadenaron. Por una parte, los antiguos barrios arrasados dejaron sin hogar a miles de personas que se ponían a la vista de todos; por la otra, la amplitud de las nuevas vías contribuyó al tránsito de más vehículos, lo que provocó un gran caos. De la misma manera que la fisonomía de las ciudades se transformó, drásticamente la vida de sus habitantes también se alteró; fue imprescindible aprender a moverse dentro de la nueva realidad urbana. La velocidad y el desorden fueron elementos que se introdujeron en la cotidianidad de las nuevas metrópolis. Un ejemplo cercano lo podemos observar en la ciudad de Puebla, donde también ocurrieron modificaciones importantes. Recordemos que la ciudad se fundó en 1531 con una característica particular: no se trataba de una metrópoli edificada sobre un asentamiento indígena, como es el caso de la Ciudad de México y de otras poblaciones novohispanas, sino que se pensó como un espacio creado y constituido con el objeto de hacer una urbe a partir de un proyecto social, bajo la propuesta de un modelo urbanista renacentista. Este modelo se caracterizó por aplicar una traza reticular conformada por un gran rectángulo seccionado en 138 manzanas; para el año 1600 las manzanas ocupadas apenas rebasaban el número de 120 (Loreto, 2017); mientras que para la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad contaba con alrededor de 300 manzanas, manteniendo su área más o menos estable. La ocupación del espacio urbano se dio de manera diferenciada a partir del acceso a los principales recursos que la debían sostener: el agua y la tierra, por lo que el tipo de actividades que se desarrollaban tenían que ver con la disponibilidad de estos recursos. La ciudad colonial enfrentó problemas relacionados con la infraestructura urbana y el acceso a servicios; las soluciones que se implementaron se relatan en las Actas de Cabildo; por mencionar algunos ejemplos, encontramos la reparación de los puentes que unían el casco español con los barrios del poniente de la ciudad, el traslado del mercado El Parián del zócalo a la plazuela de San Roque, así como acciones encaminadas a mejorar el alumbrado y empedrado de algunas calles. En los albores de la ciudad industrial encontramos también quejas de los vecinos sobre el mal estado de las calles en diferentes zonas de la urbe: Al sudoeste de esta ciudad las aguas llovedizas mezcladas con las sulfurosas de los manantiales de San Pablo y Santiago se estacionan en las tierras inmediatas […] y forman lodasales [sic] que hacen intransitable este camino y cuyas emanaciones vienen a influir de una manera nociva en los vecinos de los barrios de San Sebastián y Santiago (AHMP, Expedientes, vol. 81, 1854, ff. 326f, 328v).

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