96 de Stephen King), que, sentado horas y horas, durante días y noches, teclea en su máquina de escribir la misma frase, una y otra y otra vez: “All work and no play makes Jack a dull boy”. Afortunadamente no todos los adultos son como Jack. Los artistas, por ejemplo, suelen tener una actitud lúdica y provocadora contra el pragmatismo y la solemnidad. Y esto no debe extrañarnos, el pragmatismo y lo solemne son los peores enemigos de la creatividad porque, después de todo, el arte es tan inútil como el juego (al menos desde la perspectiva de la economía neoliberal). El arte y el juego, pues, van siempre de la mano: el juego es una herramienta para crear, las herramientas y las materias primas del arte sirven para jugar. Emparentado con ellos está el humor, esa fuerza espiritual, errática, que danza eternamente entre la razón y la sinrazón, como diría Chesterton.2 Arte y juego, humor y rebeldía, razón y sinrazón, he ahí el mejor cóctel para sobrevivir a la vida. ¿No dice el refrán que de genios, poetas y locos todos tenemos un poco? Disponemos de materiales para jugar muy variados, pero el más rico es nuestra imaginación. Una materia, típicamente humana, susceptible de ser moldeada con fines lúdicos es el lenguaje. La posibilidad de hablar, así como la disposición a jugar, son funciones muy ligadas entre sí. De este modo, antes de su primer año de vida, los niños normales (y hasta algunos “anormales”) balbucean, repiten palabras de una o dos sílabas, como mamá o dada (vocablo primigenio que fundaría el dadaísmo), descubren los sonidos de las vocales y de las consonantes que predominan en su idioma materno, anticipan el universo de palabras que poblará su mundo social, en resumen, juegan con la lengua (los psicoanalistas encontrarían en esto una demostración de la existencia de la etapa oral del desarrollo psicosexual). Recuerdo de aquellos intentos infantiles (o tal vez demostración, según los psicoanalistas, de los fenómenos de regresión y fijación de la personalidad), parece ser la manía de los escritores de seguir jugando con la lengua hasta que se hacen viejos, de construir mundos nuevos con la imaginación, de recombinar sonidos y “esencias” verbales, de cultivar palabras y proezas acrobáticas con ellas. Acaso lo que los diferencia de los infantes es el esfuerzo calculado de tales ejercicios, auxiliado, por supuesto, de un desarrollo cerebral superior y de la experiencia, con la que se hace oficio. Curiosamente, nadie enseña a los pequeños las reglas gramaticales hasta que se les “recluye” en las escuelas; más aún, las descubren por un proceso llamado intuición lingüística y, en sentido estricto, suelen hablar mejor que los adultos porque ignoran las excepciones violatorias de las 2 Recordemos que la palabra “juego” proviene del latín jucundus, que significa agradable, divertido, gracioso. reglas y, por si fuera poco, suelen encontrar una alegría festiva en el acto de crear nuevas formas de expresión. Así, de ese territorio placentero que es la infancia proceden nuestros primeros juegos lingüísticos: los trabalenguas (“Pepe Pecas pica papas con un pico”), las canciones (“una mosca parada en la pared/ ana masca parada an la parad/ ene mesque perede en le pered…”), las adivinanzas… Con el auxilio de ellos (aunque no exclusivamente con ellos, como saben bien los pedagogos) aprendemos a expresarnos, a convivir y, en pocas palabras, a adaptarnos al medio social. Pero si en los niños es posible explicar la utilidad psicológica del juego lingüístico, en los adultos parece ser muy difícil: ¿qué valor de uso puede tener un texto compuesto de palabras inventadas, de sonidos rimados, de signos acomodados visualmente o de relaciones ingeniosas de significados, por muy racional que haya sido su proceso de producción? Sucede con estas obras que, para algunos, son asombrosamente geniales y para otros asombrosamente inútiles. ¿Para qué dedicarle, entonces, tiempo y espacio? Quizá porque el tema, como el juego mismo, desafía al intelecto. Quizá, también, porque si entendemos el juego podremos entender mejor nuestra naturaleza, nuestra voluntad de estar en el mundo, adaptarnos a él y transformarlo. Se trata pues, simple y llanamente, de aprender a ser “más humanos”. 2. Lengua y literatura Cuando hablamos del lenguaje, hablamos del mayor logro de la humanidad en su largo devenir sobre la Tierra. Todo lo que el Hombre ha hecho pasa por la palabra y la palabra, a su vez, ha construido al hombre: “nombrar es crear”, “somos voz y letra”. La materia prima de la literatura es la lengua escrita y, como todo producto del lenguaje, es susceptible de albergar el juego. De hecho, desde que la literatura existe, existe el juego lingüístico en ella pues el acto de seleccionar un predicado para un sujeto es ya una suerte de juego. Lo mismo se puede decir de una comparación afortunada, de una metáfora, de la combinación de sonidos en un texto… el tema es tan amplio como la lengua misma que, según expresión de Saussure, “sería un álgebra que no tuviera más que términos complejos”. Intentar un álgebra de los juegos lingüísticos en la literatura y en el aula es una tarea casi imposible. Podemos, sin embargo, hacer un esfuerzo de sistematización que nos permita elaborar un método y una gramática del juego lingüístico. Esta gramática, como la de la lengua, nos proporcionaría el conjunto de reglas que posibilitan la elaboración de enunciados lúdicos, más que la suma de enunciados posibles. Por supuesto, para conseguir este objetivo debemos observar dos condiciones fundamentales:
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