Rúbricas XII Literatura y Filosofía y su relación con otras disciplinas 89 la lira para comprobarlo: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior” (41). Lejos de emprender una labor puramente metódica, como pedía Reyes, Paz parece desabrocharse el cuello, despeinarse y hasta entornar los ojos; incluso parece desdeñar de un plumazo todo el afán taxonómico que se advierte en El deslinde, pues también en El Arco y la lira, Paz aseguraba lo siguiente: “Clasificar no es entender. Y menos aún comprender” (42). Para Paz, no hay método teórico ni crítico por más racionalista que sea capaz de captar la “esencia última del poema”, de suerte que abraza la idea hermenéutica de situarse en el plano del lector, no del crítico, ya que para él la lectura del poema ostenta una gran semejanza con la creación poética: “el poeta crea imágenes, poemas; y el poema hace del lector imagen, poesía” (51). La principales guías teóricas o filosóficas de Paz no son las mismas de Reyes. Uno y otro tampoco tienen ya los mismos gustos poéticos. Paz, en rigor, estuvo fascinado por el movimiento del New Criticism en cuanto de él hacía parte uno de sus poetas de cabecera, T. S. Elliot, cuyas nociones teóricas no fueron del agrado de Reyes.7 Para los críticos estadounidenses de la escuela “New Criticism”, según Katherine Gallagher, “theory became the enemy because it questioned the common sense of methodological individualism and thereby challenged the self-evident value of the humanistic subject” (149). Paz, inspirado en Elliot, se convirtió en un enemigo silencioso de la teoría. En cualquier caso, la tendencia dominante en la crítica académica hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX no fue el modelo de El arco y la lira de Paz, ni mucho menos El deslinde de Reyes. La mayoría de críticos y profesores de literatura siguió atada a las modas europeístas. Reyes, en el prólogo de su teoría literaria, señaló que los hispanoamericanos, una vez que hubieran rebasado los intolerables linderos de la ignorancia, debíamos evitar “el mantenernos en postura de eternos lectores y repetidores de Europa” (19). De la Europa anti-humanista y desacralizada, se entiende. En Escatología de la crítica (2013), por otra parte, Pedro Aullón de Haro denunció que la malversación de la crítica literaria durante la segunda mitad del siglo XX data del artículo de Roman Jakobson, Linguistic and Poetics (1958). Incluso Aullón de Haro acuñó el término “trampa Jakobson” precisamente para referirse a la mal7 Véase de Reyes, “Arsitarco o anatomía de la crítica”, en La experiencia literaria: 110-111. Véase también el ensayo póstumo “Marsyas o del floklore literario”, Páginas adicionales (tomo XIV): 333-334. versación del formalismo ruso que difundió Jakobson en la academia estadounidense, esto es, en la fijación del poder dominante de lo lingüístico y su vertiente de crítica literaria de tipo lingüístico, que “da por resuelto que la nueva y portentosa ciencia saussureana de los signos, la Semiología, será quien la sustituya por imposición tecnológica del devenir científico” (49). Por tanto, el cambio epistemológico operado por el influjo de Jakobson en la noción de literatura hizo que ésta, para muchos críticos, quedara reducida a su acepción de ficción o imaginación. Ello conllevó a que los géneros ensayísticos quedaran marginados en virtud de la capacidad de mímesis y representación y, por tanto, de potencial identitario de los géneros de ficción (novelas, cuentos, relatos, crónicas).8 De paso, además, agudizó la separación entre literatura española o “peninsular” y literatura “latinoamericana”. 4 En adelante, para la interpretación actual de la literatura hispanoamericana, a finales del siglo XX, la mayoría de académicos procuró hacerse una idea teórica a partir de La ciudad letrada (1981), de Ángel Rama. Este estudio se fundamenta en el capítulo IV de Les mots y les choses (1966), de Michael Foucault, esto es, en el orden de los signos. Quien maneje los signos maneja el poder. Aunque Rama se refería por letrados no tanto a los escritores en sí como a los funcionarios o burócratas encargados de manejar las escrituras públicas, los archivos, la noción se hizo extensiva para todos los escritores. Rama vio en aquellos letrados o burócratas la misma función de los clérigos, esto es, pertrechados en el misterio de la escritura cuando el resto de la población era analfabeta y se correspondía con una “cultura oral” (37). El axioma de que la escritura estuviera reservada a una estricta minoría llevó a pensar al escritor hispanoamericano como un culpable, un aliado del poder político o religioso, a no ser que se declarara de algún modo socialista o afín a alguna tendencia populista. Semejante obsesión por el poder, a juicio de Beatriz Sarlo, obedece a que vivimos entre las ruinas de la revolución foucaultiana, es decir, “aprendimos que donde había discurso había ejercicio del poder, y las consecuencias de este postulado no pudieron exagerarse más” (37). Sin embargo, las exageró aún más Castro-Gómez en su Crítica de la razón latinoamericana, un tratado en el que pretendió exhumar la tradición de la ensayística hispanoamericana de Rodó, 8 Véase un análisis al respecto en Liliana Weinberg, “Ensayo, parada y heterodoxia”, en El ensayo en Nuestra América. Para una reconceptualización (1993). México: UNAM: 537-568.
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