84 Mis lecciones se dirigen a mis hermanos de Hispanoamérica. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes (xxvi-xxvii). La idea de comparar el imperio español con el romano ya la había tenido el general venezolano Francisco de Miranda. Mucho más romántico que Bello, no obstante, Miranda hablaba de la Hélade clásica, y hasta llegó a viajar a Grecia en 1786, según Iván Jacksic, para inspirarse en “la patria natal de la libertad” (82). Si Miranda citaba la expresión de Aristóteles, ten Odýsseian kalón anthropinou bíou kátoptron [la Odisea es el mejor espejo de la vida humana], acaso Bello quiso pensar algo parecido de El Cantar del Mío Cid. La filología medieval se había despertado en medio del romanticismo. Bello se puso a consultar en bibliotecas londinenses las, para entonces, confusas ediciones del Poema de Mío Cid, y a buscar en la gesta de aquel caballero castellano –exiliado por su Rey y maltratado por los nobles– claves para entender la revolución de la independencia americana. Es posible, a juicio de Iván Jacksic, que Bello ansiara una reconciliación parecida para reparar el rompimiento entre Hispanoamérica y España: “un Rey capaz de reconocer el valor de un súbdito injustamente tratado, y el surgimiento de un caudillo poderoso que demostrase suficiente disciplina como para guiar su conducta de acuerdo a la justicia” (82). En la ruda métrica del Cantar del Mío Cid, con versos de catorce sílabas divididas en dos hemistiquios por una cesura, incluyendo también aquellos de nueve y diez sílabas, acaso Bello entrevió claves poéticas o filológicas sobre la formación de un proto-Estado nacional.4 Que Bello se aplicara con rigor al estudio del Poema del Cid con el fin de comprender la dinámica del caudillismo en la fragmentación imperial hispana desde una perspectiva jurídica (del Derecho Romano), se entiende mejor a la luz de su redacción del primer Código civil (para el caso de Chile) que, tomado del Code napoleónico, sirvió de modelo para el resto de naciones hispanoamericanas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el ejemplo filológico-jurídico de Bello en la crítica literaria tuvo mucho impacto principalmente en los colombianos Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, quienes se aplicaron al estudio de la literatura latina y de algunos clásicos del Siglo de Oro español desde la lingüística comparada. En el caso de Caro resultan loables tanto su traducción de la Eneida como sus ensayos reunidos en Estudios virgilianos (1882). En el caso de Cuervo, además de sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1867), siguen siendo muy ilustrativos los análisis de párrafos enteros de varios clásicos castellanos para su inacabado Diccionario de construcción y régimen. Por otra parte, a pesar de considerarse opositor del legado “hispanista” de Andrés Bello, en la vasta obra del argentino Domingo Faustino Sarmiento hay espacio naturalmente para el comentario de textos y la crítica literaria en sí, especialmente en Las ciento y una (1853), serie de epístolas dirigidas a Juan Bautista Alberdi. Lo cierto es que tanto el positivismo reinante como el progresismo anticlerical redujeron significativamente el nivel de la crítica literaria. Muchos liberales consideraron tradicionalista –conservador– el estudio de la literatura española o anterior a la era republicana, y juzgaron reaccionaria la preocupación por un orden jurídico y político en armonía con el lenguaje o la gramática. Con todo, los atavismos hispanos eran más fuertes de lo que se pensaba, y aun el liberal anticlerical y gran prosista ecuatoriano Juan Montalvo, en su novela-ensayo Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (publicada póstumamente en 1892), acabó por hacer una crítica 4 Es de notar que la crítica literaria de Bello abarca gran parte de su obra. De ahí que Arturo Uslar Pietri señalara: “Si por crítica, en el sentido más neto, entendemos la literatura sobre literatura, tendremos que convenir que la mayor parte de la obra de Andrés Bello puede clasificarse bajo el rubro de crítica”. Véase de Arturo Uslar Pietri, “Los temas del pensamiento crítico de Andrés Bello”, en Obras completas de Andrés Bello IX (1981). Caracas: Fundación La Casa de Bello: IX Literatura sobre literatura “Un Rey capaz de reconocer el valor de un súbdito injustamente tratado, y el surgimiento de un caudillo poderoso que demostrase suficiente disciplina como para guiar su conducta de acuerdo a la justicia” (82). En la ruda métrica del Cantar del Mío Cid, con versos de catorce sílabas divididas en dos hemistiquios por una cesura, incluyendo también aquellos de nueve y diez sílabas, acaso Bello entrevió claves poéticas o filológicas sobre la formación de un proto-Estado nacional.
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