Rúbricas XII Literatura y Filosofía y su relación con otras disciplinas 79 El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente. Fernando Pessoa Las palabras tienen un poder que puede ser dañino o benéfico para la humanidad y los escritores son los principales responsables de cuidarlas y usarlas, son los primeros interesados en todo tipo de expresión verbal. Las palabras han sido las encargadas de crear en el ser humano la conciencia de lo que es la humanidad en toda su complejidad y contradicción, de lo que un ser humano es capaz de hacer por o en contra de otro ser humano. En la segunda edición del libro La conciencia de las palabras (1976), Elias Canetti agregó una conferencia que había dictado en Múnich con el título de “La profesión de escritor”, en la que reflexiona sobre este poder de las palabras y este deber del escritor. La asunción de este poder parte de creer que, si cierto uso de las palabras ha generado guerras, convendría agregar odios a muerte entre unos y otros, también es legítimo asumir que las palabras pueden evitar conflictos y atropellos contra grupos de personas. Para la consecución de esta última prevención, los escritores, desde la perspectiva de Canetti, están llamados a cumplir una función relevante, aunque no unívoca, ya que tampoco se puede soslayar que históricamente se ha hecho un uso abusivo o distorsionado de textos específicos para exaltar fundamentalismos de orden racial, religioso, de género o nacionalista, entre otros. En esencia, el texto de Canetti pretende responder a una sencilla pregunta: ¿Qué deberían poder ofrecernos los escritores en el mundo actual? El poder que, en particular, ejercen las palabras sobre los lectores de literatura ha sido plasmado por escritores como Miguel de Cervantes o Gustave Flaubert, entre muchos otros, sin duda, en textos donde los protagonistas que están entregados al mundo de la ficción pagan con resultados funestos su afición. Son conocidos de forma directa o indirecta los efectos que la literatura de caballerías o sentimental romántica produjeron en un Alonso Quijano o una Madame Bovary. Un caso reciente de estos efectos, y radicalmente diferente al ideado por Cervantes y Flaubert, es el que propone el escritor Lloyd Jones, en una maravillosa novela titulada El señor Pip (2006), porque en lugar de enfocarse en plasmar las consecuencias adversas de la literatura en el lector, plantea una trama en la que destaca múltiples formas en las que la literatura, su lectura y escritura, resultan benéficas para varios personajes situados en medio de un conflicto armado. Jones aborda desde distintos ángulos las posibilidades que otorga la literatura en condiciones poco favorables. Como señala Paloma Fresno, la “novela parte pues del cuestionamiento de la utilidad de la literatura en contextos marcados por el conflicto” (120). Jones ubica la historia en Bougainville, una isla de Papúa, Nueva Guinea, durante el estallido de una guerra civil que provoca la salida de muchos habitantes, entre ellos la de todos los profesores. Sin profesores las escuelas son cerradas y los niños se ven obligados a permanecer en sus casas interrumpiendo su educación. La novela es narrada por Matilda, una adolescente de 13 años que, en principio, resiente las consecuencias de la guerra porque su cotidianidad se altera al no asistir a la escuela y por la presencia constante de hombres armados en su villa. Posteriormente sufre el sinsentido del conflicto cuando pierde a dos seres queridos. El señor Watts es el único blanco que no abandona la isla. Al ver la circunstancia en la que se encuentran los infantes y adolescentes decide hacerse cargo de su educación. Pese a que carece de experiencia como profesor, encuentra en la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens, el texto y el pretexto idóneo para desarrollar sus clases e intentar reestablecer la vida ordinaria de la comunidad. Este clásico de la era victoriana le sirve al señor Watts para hablar del mundo exterior, de las palabras que lo definen y de las extrañas costumbres de los personajes de la novela, pero también, en un plano personal, para recuperar parte del pasado y reafirmar la identidad, afianzarse a un mundo conocido. Para la pequeña Matilda, una nativa escasamente familiarizada con las costumbres del mundo occidental, Grandes esperanzas no sólo la transporta a un universo desconocido que estimula su imaginación y curiosidad, asimismo le aporta elementos que la llevan a reaccionar ante situaciones adversas y, en última instancia, le ayuda a encontrar un sentido de vida pese a las significativas pérdidas. De esta forma, Grandes esperanzas le sirve para reconocer que la palabra es el medio propicio para sobrevivir a la experiencia de la guerra en su villa y retomar el rumbo de su vida. Por estos motivos, en El señor Pip las prácticas de lectura, de escritura y de narrativas literarias ocupan un lugar fundamental y definitivo en la vida de la protagonista, pues le ayudan a tomar decisiones y superar las desgracias, le otorgan un sentido de vida profesional y le permiten recuperar su pasado y la memoria histórica. Ahora bien, fuera del plano ficcional, otra expresión de la potencia de las palabras, en este caso usadas para
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