Rúbricas 12

76 según yo, los chicos te toquetean un buen rato porque les gusta, por eso me puse el brasier de encaje, para que tocara mis senos con ganas, pero, casi sin pensarlo, metió su pene tan dentro que sí me creí eso de que me había rasgado toda. Grité y me jaló el cabello. Se sentía como si estuvieran abriéndome por dentro. “Grita, putilla”, me dijo. Y me quedé helada, porque no sabía si debía dejar que me llamara así. Pero decidí que estaba bien, que daba igual. Empezó a hacerlo cada vez más rápido, esta vez era él el que gemía. Apreté los dientes, esperando a que doliera menos, pero eso no sucedió. Esperé eso que llamaban orgasmo para ver si se sentía como me habían contado, pero tampoco pasó. Decidí, no obstante, que eso era porque era la primera vez y las primerizas siempre son estúpidas en todo. Se vino afuera y manchó un poco mi falda, pero al menos ya no lo sentía en mi vagina con esa sensación tan extraña. Todo allá abajo se sentía como un corazón acelerado. ¿En serio eso esperaban todas? Me besó en la frente, como todo un caballero, y salió del compartimiento. “Lo hiciste bien”, me felicitó. “Te espero afuera, preciosa”. Respiré profundamente, esperando a que las palpitaciones en la entrepierna disminuyeran. Y entonces fui a lo realmente importante del asunto. Tomé mi celular y escribí en el grupo de WhatsApp de mis amigas: “Les gané, perras, misión cumplida. Se siente riquísimo, no saben de lo que se pierden”. Con mis manos temblorosas y llenas de sudor desaté el botón de sus jeans y bajé el cierre. Empecé a palpar lo que había debajo. Tragué saliva. Dios, era grande. ¿Cómo iba a entrar eso en mí? “Está diseñado para que entre ahí, estúpida”, me dije. Sí. Sentí caliente en la entrepierna, ¿me estaba orinando? Por Dios, nadie nunca me dijo qué hacer. Nadie me dijo qué esperar, no mencionaron qué iba a hacer él, cómo debía actuar yo. Saber nombrar todas las partes de mi vagina no me estaba diciendo nada de si lo que sentía era orina o no. “Te la voy a meter tan duro que te voy a rasgar toda”, susurró a mi oído, empecé a prestar atención a sus palabras por si me daba alguna instrucción. Era una metáfora, ¿no? Sí. Una expresión rimbombante. Como que su lenguaje se volvía extraño con la excitación, ¿dónde había quedado ese “tus pechos son como dos flores” o todas esas fregaderas sacadas de Internet? Quería dejar de pensar, así que empecé a actuar. Bajé sus pantalones y él se deshizo de sus boxers. Era curioso, como que sentía que habían pasado cuarenta minutos y llevábamos como cinco. Me levantó la falda y se deshizo de mis calzones negros que ahora tenían una mancha blanca. ¿Orina blanca? Entonces, apoyándome contra la pared, hizo que rodeara su cadera con mis piernas. Podía sentir su miembro cerca, muy cerca. Y, no sé, pensé que iba a seguir tocándome o algo, porque, Me besó en la frente, como todo un caballero, y salió del compartimiento. “Lo hiciste bien”, me felicitó. Fotografía: freepik Varios autores. Cuentos premiados Ibero Puebla 2014-2016. México: Universidad Iberoamericana Puebla. + DEL AUTOR

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