50 de transformación, tanto de su persona como del mundo. Y su deseo de transformación la llevó a la acción, siguiendo a Fiori (1993): […] de testimonio, revolucionaria, que contrasta con las costumbres; acción directiva, decisional [...], acción de defensa, de socorro, de expresión junto a los más aislados [...], acción como trabajo manual, en la realidad tangible de la fábrica, en los campos; acción como sacrificio en su proyecto para la formación de un cuerpo de enfermeras de primera línea (25). Estas acciones, que son el fruto del compromiso de S. Weil, afirman sus preocupaciones propiamente políticas, revolucionarias y sindicales. Además, muestran una verdadera fraternidad hacia la humanidad desdichada. La autora siempre tuvo una vocación de compromiso hacia el mundo, particularmente hacia los más desdichados. Su atención y compasión hacia éstos no consistía en contemplar a distancia su dolor, sino en estar realmente presente, en encontrar los medios y el remedio para aliviar su dolor, para liberarlos de la privación social. Por ello, debe considerarse que su fraternidad hacia la humanidad desdichada adquiere dimensiones más profundas en la medida en la que su experiencia espiritual se intensifica. Es decir, su amor hacia el prójimo se volvió radical o –según sus términos– “sobrenatural”. “El amor sobrenatural del prójimo”, que ella concibe, se entiende como un intercambio de compasión y de gratitud entre dos seres “del que uno está provisto y el otro privado de la persona humana” (AD: 133). Dicho de otra manera, el compromiso de S. Weil hacia los otros le hizo experimentar un verdadero desapego de sí y una mayor apertura a los otros a través del don de sí, el amor, la compasión y la atención, que implican para la autora una apertura implícita a lo sobrenatural o un “amor implícito de Dios” (AD: 122), que consiste en vivir en el amor de Dios incluso sin saberlo. La experiencia, en un primer momento, implícita y, luego, explícita del amor de Dios no hizo que S. Weil diera la espalda al mundo, al contrario, intensificó su acción. Es más, si su atención, como señala Janiaud (2002), “se relaciona en los últimos textos con la espera y la operación sobrenatural de la gracia, en todo caso no se separa jamás de la acción. Estar atento a la desdicha, es actuar para impedirla o mitigarla” (120). A través de la atención, que es uno de los conceptos fundamentales de la filosofía weiliana, se hace posible en la existencia humana no solamente un progreso intelectual, sino también moral y espiritual, ya que esta facultad lleva consigo “una exigencia ética y política” (Janiaud, 2002: 171). Para la autora, la atención y la acción están entrelazadas, en tanto que la primera impulsa a la segunda y porque, como indica Saint-Sernin (1988), la atención “se funda en la experiencia vivida, el compromiso activo de todo el ser, el riesgo libremente aceptado” (98). Más aún, es el amor el que estimula la acción, por eso no es extraño decir que la atención tiene como fuente y objeto “el amor como potencia activa” (Saint-Sernin, 1988: 98). Fotografìa: Simon Weil en Knokke le Zoute, Bélgica, verano 1922
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