4 PRESENTACIÓN Desde Platón, el pensamiento en Occidente ha buscado un dualismo que, hasta hoy, permanece en nuestro entorno. Sin embargo, de lo que podemos inculpar a Platón es de haber dividido a la filosofía y la literatura en dos ramas completamente separadas que nunca se tocan, para decir que el filósofo es aquel que busca la verdad mientras el poeta se dedica exclusivamente a ser un imitador. Esto impulsa a pensar que el filósofo debería tomar las riendas de la ciudad, mientras que el poeta debería ser expulsado. A partir de lo anterior, no hemos dejado de perpetuar este discurso para pensar que filosofía y literatura no se tocan en ningún punto, pero debemos caer en cuenta de que no son más que la misma cara de una misma moneda a la que llamamos vida. La expresión de las Humanidades está en constante diálogo con la experiencia vital de cada individuo y no podría haber cuenta de esta eterna conversación de no ser por la historiografía que han conferido los textos de la literatura universal. La historia del hombre y la mujer es un eterno y multifacético texto donde se han escrito todos los códigos y todos los símbolos: porque ser humano es ser texto. Paul Ricoeur, filósofo francés, señala que “llamamos texto a todo discurso fijado por la escritura” para destacar que la capacidad lingüística del ser humano es tan volátil y tan efímera que se inventó la escritura para aprehender todo el conocimiento vital; ¿no es acaso aquella pulsión humana de hacernos inmortales más allá de lo biológicamente establecido?, ¿no tememos perder el conocimiento y por esto lo plasmamos, de forma que pueda permanecer, pues es la palabra la que se queda incluso cuando el humano se ha marchado? De tal manera que, si hubiera un primer momento donde la comunidad de seres humanos se puso a dialogar para perpetuar su palabra a través de los siglos, ahí se pudiera encontrar la cuna y seno de la escritura y la historia humana, precisamente, como texto. La literatura y la filosofía –así como muchas otras disciplinas dentro de todos los ámbitos–, no han encontrado otro mecanismo para desarrollarse que a través y en consecuencia de la palabra oral que se vierte en la escritura. De ahí que se encuentre un dilema más complejo para hablar específicamente del lenguaje que nos ha configurado como humanos: nos narramos para encontrarnos, nos narramos para conocernos, para adivinar presente y futuro, para encontrar el pasado, nos narramos para ser. La noción histórica es algo puramente humano, ubicarse en un contexto y escribir desde él rememorando aquellas emociones vividas y anhelando las que podrían ser no es inherente a ninguna otra especie: el lenguaje nos ha vuelto humanos y nos ha diferenciado de cualquier otra especie. Aquí es cuando se desdibujan las fronteras entre aquellos textos que han sido testigos de épocas anteriores; pues si un formato escrito posee el talante meramente estético de recreación –como es el caso de los textos literarios– y otro con la mera intención de poner en duda todo cuanto nuestro conocimiento alcanza –como es la triquiñuela perversa de los textos filosóficos–, entonces la reflexión alcanza la unidad, que no importa si la disciplina artística de la literatura o epistemológica de la filosofía predomina, en la escritura se trascienden las perspectivas de la cotidianidad, de la situación misma que tengamos. Esto va al contrario de la obsesión tradicional de catalogar, de excluir, de pensar que la literatura y la filosofía son cosas diferentes, como nos hizo creer Platón en su República. Sin embargo, los intentos por tirar el pensamiento dualista no dejan de estar presentes incluso en los lectores que miran a la filosofía con ojos literarios o, por el contrario, a la literatura con ojos filosóficos. Pero no se agota ahí la reflexión interdisciplinaria, sino que da para voltear los ojos a todos los ámbitos donde el ser humano ha intentado construir algo más que hipótesis, sino conocimiento vital, sabiduría práctica; para que así se intenten derribar los muros entre las artes y ciencias para convertirlas en un conocimiento común, para permitir que se relacionen de forma directa y convivan unas con otras. El eterno diálogo entre las letras y el humano será algo que nos permitirá buscar con ojos ansiosos y hambrientos nuevas posibilidades de lectura, nuevas aristas. Los autores que escriben en este número de Rúbricas nos permiten descubrir y reavivar lazos entre disciplinas que aparentemente no tendrían vinculación alguna, buscan articular aquello que se mantenía en esferas distintas, incluso cuando pertenecían al mismo número, a la misma esfera. Porque no dejan de haber lectores que buscan reinterpretar, ni humanos que dejan de cuestionar. Porque, afortunadamente, todavía existen aquellos que buscan donde les dijeron que toda fuerza estaba completamente agotada.
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