Rúbricas 12

20 de nuestros gustos y pasiones, todos en algún momento estamos compartiendo un anhelo similar. Y ese anhelo es muy sencillo: dejar de correr. Detenerse un momento. No significa que no disfrutemos la velocidad o que nos resulte intolerable (de otro modo no podríamos sobrevivir a estos tiempos supersónicos), pero sí, a la larga, sus efectos son devastadores en nosotros. Por eso, el arte es “una de las formas de arreglo entre el hombre y el mundo” (Ramos:132). La manifestación artística que nos permita detenernos y ofrecernos la caricia que rechazamos vehementemente, pero deseamos en secreto, es la que nos cautivará. Puede estar revestida de la categoría que queramos. Puede ser grotesca, épica, dramática o cómica, eso no importa, porque ante la imposibilidad de un espíritu de la época unificado, estamos condenados a esa pluralidad. Pero no es imposible reconocer en buena parte de los hombres y mujeres de esta tierra un movimiento de la sensibilidad hacia un intento de balance. La gran ventaja de nosotros es la superabundancia de posibilidades para procurarnos esa experiencia. Tenemos el modo de registrarla, de almacenarla, de repetirla y de modificarla. Eso, a veces, nos produce una pauperización del arte, pero a la vez, potencia algunos de sus aspectos que serían imposibles sin los vehículos adecuados. Vivimos hoy las experiencias estéticas a partir de dispositivos y plataformas a los que apenas estamos encontrando un uso coherente. A los nostálgicos, les molesta que algunos suban el status a algunas manifestaciones que, por no ser “serias” o por estar metidas de lleno en una dinámica mercantil, no son consideradas en el selecto club del arte. Pero lo cierto es que, en el festival musical, en el cine o en el videojuego nos estamos nutriendo más que en el museo (en ruinas o no). Eso es estimulante. Para mí, dar el salto a los formatos más recientes es la verdadera aventura, si es que aún estoy buscando alguna clase de “espíritu de la época”. Camino con mis dudas y las comparto. Padezco la acumulación, pero también la disfruto. Y en ese camino, trato de integrar a otros para que me enseñen a mirar en otras direcciones. Me percato de lo ingenuo que eso pueda sonar. Ya Adorno, Horkheimer o Nabokov me han puesto en guardia contra cualquier espectro de “esteticismo puro”. Pero reconozco el poder restaurador de la experiencia estética en mí y en otros. Y en el arte, el vehículo para procurarla. Puedo reconocer el éxtasis que provoca, sabiendo que no puedo instalarme en él. Como los místicos, sufrimos la terrible experiencia de alcanzar algo inconmensurable, agarrarlo con la mano y perderlo un instante después. Lo extático del arte se manifiesta como superación extático-dionisiaca de lo cotidiano, o como negra socavación gnóstica de la realidad usual, como éxtasis ya claro, ya oscuro. […] El arte no puede definirse como un éxtasis duradero, pues está entrelazado a través de muchos impulsos con los asuntos realistas como la política o la moral. No obstante, hay en la creación artística una plusvalía que conduce más allá de todos esos ámbitos (Safranski, 2013: 209). Esta cita de Rüdiger Safranski va acompañada de la siguiente afirmación: si el arte es fiel a su propia esencia, estará a una distancia prudente del mundo, dándonos a entender que, si bien es aquí donde lo experimentamos, es posible que provenga de otro lado. ¿De dónde? No lo sé. No aún. Si tuviera esa respuesta, no estaría escribiendo este texto. Repudio en un esteta la pretensión de un pensamiento completo y cerrado. Si otros se avocan a pregonar la muerte del arte y de lo eterno, lo entiendo y lo respeto. Pero no lo puedo compartir. No sería responsable ni adecuado para una época como ésta donde tantas preguntas conviven con la imposibilidad de ser contestadas. Y menos cuando las respuestas puedan estar sepultadas en las ruinas del museo. La vida en los escombros no es cómoda. No sabemos dónde está nada ni dónde quedó lo que antes nos fascinaba, nos calmaba o inspiraba. Es posible que debamos deambular más y más en las ruinas del museo. Pero podemos tener certeza de algo: la ruina desaparece o es restaurada. Lo que suceda primero. Quiero estar listo para ambas posibilidades. Y que, pase lo que pase, el arte esté ahí esperándome. Bibliografía Bauman, Zygmunt (2010). Mundo consumo. Buenos Aires: Paidós. Maleuvre, Didier (1999). Museum memories. EUA: Stanford University Press. Merton, Thomas (1954). El signo de Jonás. México: Cumbre. Ramos, Samuel (1963). Estudios de Estética. México: Universidad Autónoma de México. Safransky, Rüdiger (2013). El mal o el drama de la libertad. México: Tusquets.

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