18 La anécdota siempre me sirve en mi clase de Estética para caracterizar la aparente muerte del arte. Invito a mis alumnos a un ejercicio de ficción histórica, meterse en la cabeza del pintor para tratar de descifrar qué nos quiso decir, sin forzar la interpretación. ¿Imaginaba ya la gran revolución que tres años después asolaría Francia?, ¿estaba consciente de que su cuadro y todo lo que le rodeaba estaba condenado a la ruina?, ¿o sólo fue un ejercicio de nostalgia adelantada por lo que aún no estaba perdido? No podemos saber qué animaba ese pincel, pero sí podemos identificarnos con la nostalgia que el cuadro nos proporciona. Esa misma nostalgia nos lleva al museo a tratar de experimentar en carne propia el espíritu de otras épocas. Cuando hacemos esto, una serie de ideas fijas nos asalta: la idea de una Edad de Oro, la idea del Zeitgeist, la idea de la obra maestra. Son categorías que hoy, al menos en ambientes académicos, consideramos anacrónicas, caducas o, por lo menos, situadas lejos de nuestro alcance. ¿Por qué? La respuesta puede constituir varios lugares comunes. Nacimos en la era de la muerte de los metadiscursos. Algunos de nosotros los vimos agonizar. Después de eso, no hubo una institución ni una figura ni una corriente que pudiera establecer con tanta firmeza la idea de un “espíritu de la época”. Nos cuesta trabajo acceder a ese concepto cuando el mundo se mueve tan rápido. Nuestras experiencias estéticas se caracterizan por lo fragmentario, lo evanescente y lo fugaz. La impresión perdurable que los asistentes al Kärntnertortheather de Viena se llevaron, el 7 de mayo de 1824, al asistir al estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, hoy se nos presenta lejana y no tenemos más que pedazos de ese tipo de experiencias totales. Nosotros esperamos el show de medio tiempo del Superbowl, para devorarlo frenéticamente, repetirlo un par de veces, digerirlo con memes y olvidarlo en dos semanas para esperar inmediatamente el del año siguiente, con el riesgo de la desilusión. No ha terminado Civil War cuando ya no podemos esperar para Infinity War. Trozos de épica, de drama, de comedia y de erotismo se nos presentan en mil manifestaciones diferentes, a veces casi al mismo tiempo y nos es muy difícil detener el dedo del scrolling para poder enfocarnos en una sola cosa. El arte mayor se ha fundido con la cultura popular, que no sería tan efectiva si no retuviera algo del poder de las manifestaciones anteriores. De ese modo, se convierte en una trampa: estamos en ella por gusto, pero se mueve tan rápido que no podemos ponernos cómodos. Los fragmentos caídos de la Galería del Louvre están regados por todas partes. Encuentran su camino en una canción, en una película, se manifiestan brevemente para después ocultarse. Por eso la experiencia estética se parece tanto a la religiosa: en nuestros días, Dios y el arte parecen igual de esquivos. La promesa de eternidad que ambos contienen se nos escapa de las manos todos los días. Bauman, ese polaco genial, lo dice mejor que yo: […] la hazaña de desactivar y neutralizar el poder que tiene el pasado de reducir las opciones alternativas posteriores y, con ello, de limitar seriamente la posibilidad de nuevos “renacimientos” priva a la eternidad de su atractivo más seductor. En el tiempo puntillista característico de la sociedad moderna líquida, la eternidad ya no es un valor y un objeto de deseo. […] De ahí que la tiranía del momento propia de la modernidad tardía, con su correspondiente exhortación al carpe diem, esté reemplazando de forma gradual, aunque constante (y tal vez imparable) a la tiranía premoderna de la eternidad, caracterizada por el lema del memento mori (Bauman, 2010:250). No habrá otro Renacimiento porque probablemente no lo hubo en el pasado. No como lo imaginamos. Ya C.S. Lewis expresaba su duda razonable de que ese “viento primaveral” hubiera recorrido Europa en el siglo XV. No hay lugar para un segundo boom latinoamericano porque ni nos representaba eficazmente ni somos tan mágicos como pensábamos. No exaltaremos la guerra del mismo modo porque hoy la odiamos al mismo tiempo que la añoramos. No habrá representación sublime del cuerpo en un mundo hipersexualizado. En resumen: nadie vendrá al rescate, a La trampa del scrolling "Trozos de épica, de drama, de comedia y de erotismo se nos presentan en mil manifestaciones diferentes, a veces casi al mismo tiempo y nos es muy difícil detener el dedo del scrolling para poder enfocarnos en una sola cosa. El arte mayor se ha fundido con la cultura popular, que no sería tan efectiva si no retuviera algo del poder de las manifestaciones anteriores."
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