Rúbricas 12

Rúbricas XII Literatura y Filosofía y su relación con otras disciplinas 117 algo vivo que sólo necesita acercarlo un poco para que conecte. Al final hay niños bailando y, por tanto, hay celebración. Ahora al leer su libro experimento que, al igual que su voz, su escritura es clara e incisiva. Como quien desgrana una mazorca, Francisco va soltando grano a grano las partes que componen su relato. Y como nos lo dice a través de la voz de su padre, el maíz no es algo, sino alguien. Las palabras escritas llevan consigo fragmentos de vida. A través del encuentro con su padre, Francisco nos lleva a identificar dos caras de una cultura que se extiende del altiplano a la pendiente serrana del golfo. De la montaña nevada a los montes cálidos. La madre-padre tierra contiene los pasos de todos sus hijos. Es por eso que, en esa superficie común, reconocida como algo más que geografía, las voces de uno y otro van y vienen sin tropezar con las múltiples barreras que los seres humanos hemos puesto para separarnos. El basto manto del mundo, tejido con el hilo fino de la cultura, crea un entramado profundo que casi nunca reconocemos porque la sociedad actual gusta más de deslizarse por la superficie del planeta a velocidades cada vez mayores. Es por eso, seguramente, que Francisco se da el tiempo para hablar con su padre. Se aparta del devenir apresurado para acercarse a la palabra. Porque la palabra verdadera necesita tiempo para salir a la superficie, demanda atención, requiere que tengamos una actitud especial hacia ella para poder entenderla. El encuentro del padre y el hijo, siempre pospuesto por razones o sinrazones, se da finalmente, y uno puede reconocer el valor que tiene estar frente a otro ser humano. Yo sigo sentado escuchando, sin prisa, lo que cuentan. Es siempre estimulante darse cuenta cómo, desde estas páginas, puedo mirar lo pequeña que era la ciudad de Puebla, correr junto a unos niños y tirarme con ellos como lagartijas debajo de los azumiates para ver, no sin miedo, la llegada del tren. O subirme al tranvía, llegar cerca del mercado La Victoria, a la tienda La Viajera para comprar pescado seco, chito, espaldilla, en fin, todo lo que se necesita para hacer comida, y llevarlo al pueblo trepado en una montaña todavía lejana. La Malintzin, nuestra montaña, la madre protectora con falda amplia de color azul, que cuando hace frío se pone su rebozo blanco y desde lo alto, con su cara afilada, mira hacia el cielo, o te invita a que te quedes con ella allá arriba, por los arenales, más cerca del sol y el viento. Francisco se encuentra con la memoria. En un país saturado de olvido, nos muestra la huella que deja la historia; una beta que en la medida que se descubre, deja ver la riqueza de su contenido. Al contar, no sólo aprende el que escucha, también el que narra, porque recupera la voz que alguna vez dijo, los pasos que anduvo, el mundo que le tocó ver, pero con una conciencia distinta que le dan los años vividos. El padre de Francisco habla de su cultura, de sus acciones y al hacerlo, Fotografía: Intervención sobre original de freepik

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