60 que previenen la incidencia de otros factores o indicadores de riesgo (Cohen et al., 1990; Garmezy, 1985). Se presupone que los individuos adaptables o “resilientes” han desarrollado mecanismos protectores de la vulnerabilidad causada por factores de riesgo (Compas, Hinden y Gerhardt, 1995). Aquí entendemos a la adaptabilidad o “resiliencia” como la capacidad del individuo para enfrentarse y manejarse mejor que lo esperado con un estrés de naturaleza y duración significativas. En comparación con la enorme investigación sobre factores de riesgo en las poblaciones jóvenes para desarrollar conductas suicidas, se ha hecho relativamente poco en la identificación de factores individuales, familiares y comunitarios que puedan proteger contra el desarrollo de riesgo suicida (Spirito & Overholser, 2003). A pesar de que existe un interés creciente sobre este tema, la evidencia de la que se dispone sobre “resiliencia” o factores protectores para el comportamiento suicida es, hasta ahora, limitada, por lo que sus hallazgos deben ser considerados como tentativos (Gould et al., 2003; Shaffer y Pfeffer, 2001). Los principales estudios apuntan a dos categorías de factores de protección: a. Cohesión familiar. La cohesión familiar se ha reportado como un factor protector para el comportamiento suicida entre adolescentes en un estudio longitudinal de estudiantes de secundaria (McKeown et al., 1998) y universitarios (Zhang & Jin, 1996). Asimismo, los alumnos de secundaria y preparatoria que describieron su vida familiar en términos de un desenvolvimiento mutuo, intereses compartidos y apoyo emocional, tenían de 3.5 a 5.5 menos probabilidad de ser suicidas que aquellos pertenecientes a familias con menor cohesión, pero con los mismos niveles de depresión o estrés (Rubenstein et al., 1998). b. Religiosidad. Desde la formulación de Durkheim (1897/2002) de un modelo de integración social, el papel protector de la religiosidad para el suicidio ha sido objeto de estudio desde hace décadas (véase p. ej., Hovey, 1999; Lester, 1992; Neeleman y Lewis, 1999; Sorri et al., 1996). Otros han estudiado dicho valor protector contra el comportamiento suicida (Siegrist, 1996) y contra la depresión (Miller et al., 1997) entre adolescentes y adultos jóvenes. Desafortunadamente, señalan Gould y cols. (2003), estas investigaciones no hacen ajuste alguno con variables confusoras potenciales, como el abuso de sustancias, y que puede ser menos prevalente entre adolescentes con alto sentido de religiosidad. Conclusiones La intervención psicológica con adolescentes en riesgo suicida es factible desde un modelo de riesgo y protección. Desde un marco de salud pública, los niveles de acción con poblaciones en situaciones de vulnerabilidad para el suicidio serían: prevención, intervención y postvención. En este sentido, la suicidología junto con la psicología, la psiquiatría y otras disciplinas tienen mucho que aportar al cambio de las tendencias de mortalidad, particularmente en la población adolescente mexicana. Es importante trascender la investigación epidemiológica a la acción comunitaria, observando las diferencias de acuerdo con el sexo, las diferencias individuales y las características del medio sociocultural. En esta línea de trabajo dentro del Departamento de Ciencias de la Salud de la Ibero Puebla, se espera avanzar sobre modelos válidos de intervención para la población infanto-adolescente, en especial desde el escenario escolar y desde una estrategia de tamizaje oportuno y referencia. Suicidología adolescente La suicidología junto con la psicología, la psiquiatría y otras disciplinas tienen mucho que aportar al cambio de las tendencias de mortalidad, particularmente en la población adolescente mexicana.
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